Archivo de enero, 2007

El slow de Pessoa (o las vicisitudes de la melancolía)

sábado, enero 13th, 2007

Ricardo Martínez-Conde

Chamier le preguntó una vez a Goldsmith, el poeta, lo que quería decir al emplear la palabra slow (‘lento’) en uno de sus versos, a lo que este respondió: —Remoto, sin amigos, melancólico, lento”.

—¿Significa lentitud en los movimientos? —inquirió de nuevo. Y, ante su respuesta afirmativa, fue James Boswell el que contestó: 
—No señor, usted no quiso decir lentitud en los movimientos, sino esa indolencia en los movimientos (¿y en los pensamientos?) que le sobreviene a un hombre que se halla en soledad.

Pues bien, a tenor de este ejemplo, venido a medida respecto de lo que es, o ha de ser, la precisión en las palabras, y, por extensión, la interpretación de un gesto o actitud concreta (todo ello visto con carácter crítico en lo que supone de significación, de contenido espiritual), podríamos considerar la actitud reflexiva de aquel otro poeta cuya relevancia mayor fue su “lentitud en soledad”, su capacidad de introspección en todo aquello que hace a los códigos vitales del hombre, a fin de aproximarnos al posible significado de su meditado discurso.

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¡Al ladrón, al ladrón!

sábado, enero 13th, 2007

Eduardo Jordá

Cuando tenía once o doce años, me dio por caminar durante horas y horas por Palma, siempre sin rumbo fijo, siempre a la buena de Dios. Supongo que era una forma de combatir la turbulencia interior de la primera ado­lescencia, cuando uno se siente muy raro y busca en el mundo exterior alguna prueba de que la vida no es tan rara como uno empieza a temer que es. Durante aquellos paseos interminables, que duraban desde las tres de la tarde hasta las ocho o las nueve —hora de volver a casa, aunque eran tiempos tranquilos—, descubrí una Palma que no conocía en absoluto. Yo conocía El Terreno y el centro de Palma —y de forma muy imperfecta—, pero había barrios que solo conocía de oídas. El barrio antiguo, desde luego, con sus casonas decrépitas y sus aristócratas tambaleantes, no me interesaba demasiado. Que yo sepa, solo le interesaba a un chico muy esnob que soñaba con ser peluquero de señoras (lo juro) y que solía decir cuando hablábamos de chicas:

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Bernardo González de Candamo, un escritor olvidado del fin de siglo

viernes, enero 12th, 2007

Lucía Cortina García

Los archivos de la prensa española contienen tres iniciales que era frecuente hallar firmando las críticas de los estrenos teatrales madrileños o al final del comentario a la última novela de Baroja o de Pérez Galdós: “B. G. C.”, es decir, Bernardo González de Candamo, que en ocasiones utilizaba su nombre completo, aunque lo más frecuente era encontrar la siguiente signatura: “Bernardo G. de Candamo”. Este crítico, que se movía como pez en el agua por el Madrid intelectual y bohemio en el que daba sus últimos coletazos el siglo xix y se abría paso el xx, fue descrito por Víctor Ruiz Albéniz, Chispero, de esta manera: “Menudito, muy miope, eterno ironista, gran cultura, buena pluma, pero acusando excesivamente su constante afán de encaramarse tras de las innovaciones triunfales, a las que, por cierto, siempre llegaba con retraso y para caer de ellas inmediatamente”. Por su parte, Rubén Darío, en su Autobiografía, lo incluye en la relevante nómina de amigos españoles del fin de siglo: “Me juntaba siempre con antiguos camaradas, como Alejandro Sawa, y otros nuevos, como el charmeur Jacinto Benavente, el robusto vasco Baroja, otro vasco fuerte, Ramiro de Maeztu; Ruiz Contreras, Matheu y otros cuantos más, y un núcleo de jóvenes que debían adquirir más tarde un brillante nombre: los hermanos Machado; Antonio Palomero, renombrado como poeta humorístico bajo el nombre de Gil Parrado; los hermanos González Blanco, Cristóbal de Castro, Candamo; dos líricos admirables, cada cual a su manera: Francisco Villaespesa y Juan R. Jiménez; Caramanchel, Nilo Fabra, sutil poeta de sentimiento y de arte; el hoy triunfador Marquina y tantos más”.

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La persona que fuimos y ya no somos

jueves, enero 11th, 2007

Lolita Bosch: La persona que fuimos
Mondadori, Barcelona, 2006

La cita inicial de Joyce Carol Oates advierte al lector: “En el tiempo de un pestañeo puede borrarse todo lo que contiene la memoria humana. Cuando una persona dice ‘ah, sí, ya recuerdo’, puedes dar por sentado que ya está inventando. El instinto para contar historias está ubicado en la misma parte de la médula que el instinto de reproducción de las especies”. El recuerdo es un arma peligrosa, poco fiable. La protagonista de esta historia se confiesa en estas páginas. Nos relata el amor vivido en el pasado junto a G, el nacimiento y posterior declive de este: “Hoy he soñado esto: G no me quería y yo me sentía sola. Pero además, G insistía en que yo lo supiera: no te quiero, no te quiero, no te quiero. Fuimos las personas que fuimos”. Una llamada telefónica tras cinco años separados, despierta el recuerdo de una historia de amor que ya no existe, y nos obliga a enfrentarnos al presente: “Han tenido que transcurrir cinco años para que yo me atreva a decirlo en pasado: hasta ayer, viví siempre a la deriva”. Regresa al “lugar de los hechos” y busca las posibles causas, los indicios que no supo ver entonces. Recuerda la tarde en que, repentinamente, recordó un episodio violento ocurrido en su infancia y cómo esto marcó el punto de inflexión en su relación con G. Pero la conclusión es que no hay causas, ni lógica alguna que pueda aplicarse a una historia de amor, “la persona que fuimos”, como bien dice el título de esta obra, deja de existir en un momento determinado, sin más, para convertirse en otra, para dividirse en dos: “Y G y yo nos separamos y la persona que fuimos murió”. No debemos fiarnos de nuestros propios recuerdos, son engañosos: “Ahora G y yo queremos otras cosas, compartimos otras cosas y, de nuevo, tenemos pasados distintos. Él recuerda que sucedió una cosa y yo recuerdo que sucedió otra, con las mismas imágenes, las mismas escenas, las mismas palabras, los mismos tiempos: cosas distintas”. Compartimos muchas cosas con “la persona que fuimos” pero no sucede lo mismo con los recuerdos: “Entonces lo llamo, porque G recuerda los pensamientos fijados en el tiempo y yo recuerdo los procesos”. Hasta llegar a un punto de encuentro en la lejanía: “G y yo ahora estamos aprendiendo a entendernos así: llamarnos y preguntarnos cosas como oye, recuérdame, por qué no estamos juntos. Y eso, la persona que fuimos no sabía hacerlo”.

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Notas de un cuaderno veneciano

miércoles, enero 10th, 2007

Henri de Régnier
Versión de Inés Toledo

Henri de Régnier (1864-1936) fue el más famoso de los poetas simbolistas, el primero que conoció la gloria académica, y es hoy uno de los más olvidados. “La posteridad —ha escrito Dominique Fernández— es dura con aquellos escritores en cuyo estilo falta la sencillez. Lo que a una generación le parece brillante y original, suele parecerles insoportable y amanerado a la siguiente”. Henri de Régnier vivió largas temporadas en Venecia entre 1899 y 1924 (durante la mayoría de ella residió en el palazzo Dario, una de cuyas fachadas da al Gran Canal y la otra al campiello Barbaro). Conoció una ciudad muy distinta de la que pueden ver los turistas ocasionales y de ello nos ha dejado constancia en L’altana ou la vie vénitienne, un libro que al quisquilloso diarista Paul Léautaud le parecía “escrito en estilo florido insoportable”, pero que constituye sin duda uno de los más hermosos homenajes a una ciudad que tantos homenajes literarios ha recibido.

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Fragmentos de un diario en China

martes, enero 9th, 2007

Juan Carlos Abril

No muy temprano cogemos el autobús para Chongqing. Sobrevivir a un autobús chino más de cinco horas puede llegar a convertirse en una especie de tortura china sui géneris. La incomodidad de cualquier transporte aquí se ve aumentada por la desagradable costumbre de poner música con tanto volumen, y de un aire acondicionado polar. Con todo, hemos llegado. La estación de autobuses está frente al Yangtsé, el Río Azul. Chongqing tiene más de cinco millones de habitantes. La densidad de población en China se concentra en la zona de Shanghai, el sur, Beijín, y Sichuan, la provincia que comprende Chengdu, Leshan, Chongqing… Más de cinco millones —la provincia comprende más de treinta— aquí es como decir una ciudad cualquiera de las normalitas, una ciudad que apenas cuenta en las estadísticas en China. Estoy exagerando un poco.

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Cien años de Klaus Mann

lunes, enero 8th, 2007

Andrés Pau

“Los intelectuales deberían crear un nuevo movimiento —un movimiento desesperado, una rebelión de los desesperados—. En lugar de intentar apaciguar a los poderes actuales, en lugar de defender los tejemanejes de los banqueros y demás burócratas despóticos, nosotros deberíamos protestar alto y fuerte, y expresar del modo menos equívoco posible nuestra amargura y nuestro horror. Hemos llegado a tal punto que solo el gesto más dramático, el más radical podría despertar la conciencia de las masas ofuscadas e hipnotizadas. Centenares, incluso miles de intelectuales deberían hacer lo que hicieron Virginia Wolf, Ernst Toller, Stefan Zweig, Jan Masaryk. Una ola de suicidios cuyas víctimas fueran los espíritus más destacados y más conocidos, sacaría a los pueblos de su letargo y les permitiría darse cuenta de la extrema gravedad de la crisis que el ser humano ha provocado sobre sí mismo por su propia estupidez y egoísmo”.

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Rodrigo Fresán, entre fantasmas y ciudades voladoras

domingo, enero 7th, 2007

Julio José Ordovás

Hemos quedado en la puerta de La Pedrera. Rodrigo Fresán llega puntual, con un libro gordo bajo el brazo. Ese libro, debería haberlo adivinado, es la nueva novela de Thomas Pynchon, Against the Day, que tardará aún una semana en salir a la venta en los EE. UU. (no solo parece que Rodrigo Fresán haya leído todos los libros, sino que además los ha leído antes que nadie).

Rodrigo Fresán es feliz como solo puede serlo un hombre que acaba de tener su primer hijo. Pero hay otro motivo que hace que Fresán esté radiante de felicidad en esta casi primaveral mañana de otoño: ha salido un nuevo disco de The Beatles, un disco disparatado y divertidísimo y extremadamente alucinógeno: Love.

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Tres prosas para el calendario

domingo, enero 7th, 2007

Antonio Cabrera

Enero y los asfódelos

Quienes por razones de trabajo nos vemos obligados a pasar un tiempo significativo del día dentro de nuestro coche, recibimos a cambio —a qué negarlo— algún beneficio. Lo diré con redundancia: visto desde la óptica de la contemplación, conducir, sobre todo si se transitan carreteras secundarias, puede convertirse en un placer de sutil categoría, porque a través de su ventanilla al mundo el automóvil nos facilita una mirada de gran angular, ni precisa ni vaga, sobre paisajes cotidianos que adquieren, aun a pesar de su visión continuada a lo largo del año, el poder de sorprendernos o, si el verbo parece excesivo —que no lo es—, al menos el de enseñarnos el poliedro quieto pero cambiante de lo que está con nosotros. Iluminación siempre distinta, matices de color inesperados, cielo raso, nubes, quietud y brisa o viento quebrándola sin herida… Esto es lo que conforma el esqueleto del mundo que se abre ante quienes sujetamos un volante. El escenario general de todos los días se transforma todos los días. Y a veces incluso somos capaces de apreciar variaciones de detalle, si bien para ello deben producirse en las proximidades de nuestro paso, es decir, en los bordes de las carreteras.

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El milagro de la santa

sábado, enero 6th, 2007

Ángeles Prieto Barba

Para Daniel Moyano

Mucho más luminoso que un día de Corpus fue para mí cuando mi padre, terminada su jornada como policía municipal, apareció subiendo los escalones de nuestro quinto piso cargado con pequeñas banderitas de colores. ¿Qué le traigo hoy a mis niñas, qué? Me recuerdo entonces dándole una y mil vueltas al triste boniato guisado que constituía toda mi cena, cuando había cena, claro, y escuchando los gritos de mi hermana mayor obligándome a que me lo tragara de una vez. Las letanías y sermones de todos los días, aquello de que los pobres no podían hacer melindres y ascos a la comida. Solo que yo ya estaba ahíta, llena, harta de un hambre que solo se saciaba con lo mismo. Y pensaba ya en mi cama, en dormir y dormir hasta desaparecer como muchos de los niños que conocí y que durmiendo un día se fueron volando al cielo, como me dijeron, para nunca más volver. Y a los que un día los mayores velaban, como angelitos.

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