Lolita Bosch: La persona que fuimos
Mondadori, Barcelona, 2006
La cita inicial de Joyce Carol Oates advierte al lector: “En el tiempo de un pestañeo puede borrarse todo lo que contiene la memoria humana. Cuando una persona dice ‘ah, sí, ya recuerdo’, puedes dar por sentado que ya está inventando. El instinto para contar historias está ubicado en la misma parte de la médula que el instinto de reproducción de las especies”. El recuerdo es un arma peligrosa, poco fiable. La protagonista de esta historia se confiesa en estas páginas. Nos relata el amor vivido en el pasado junto a G, el nacimiento y posterior declive de este: “Hoy he soñado esto: G no me quería y yo me sentía sola. Pero además, G insistía en que yo lo supiera: no te quiero, no te quiero, no te quiero. Fuimos las personas que fuimos”. Una llamada telefónica tras cinco años separados, despierta el recuerdo de una historia de amor que ya no existe, y nos obliga a enfrentarnos al presente: “Han tenido que transcurrir cinco años para que yo me atreva a decirlo en pasado: hasta ayer, viví siempre a la deriva”. Regresa al “lugar de los hechos” y busca las posibles causas, los indicios que no supo ver entonces. Recuerda la tarde en que, repentinamente, recordó un episodio violento ocurrido en su infancia y cómo esto marcó el punto de inflexión en su relación con G. Pero la conclusión es que no hay causas, ni lógica alguna que pueda aplicarse a una historia de amor, “la persona que fuimos”, como bien dice el título de esta obra, deja de existir en un momento determinado, sin más, para convertirse en otra, para dividirse en dos: “Y G y yo nos separamos y la persona que fuimos murió”. No debemos fiarnos de nuestros propios recuerdos, son engañosos: “Ahora G y yo queremos otras cosas, compartimos otras cosas y, de nuevo, tenemos pasados distintos. Él recuerda que sucedió una cosa y yo recuerdo que sucedió otra, con las mismas imágenes, las mismas escenas, las mismas palabras, los mismos tiempos: cosas distintas”. Compartimos muchas cosas con “la persona que fuimos” pero no sucede lo mismo con los recuerdos: “Entonces lo llamo, porque G recuerda los pensamientos fijados en el tiempo y yo recuerdo los procesos”. Hasta llegar a un punto de encuentro en la lejanía: “G y yo ahora estamos aprendiendo a entendernos así: llamarnos y preguntarnos cosas como oye, recuérdame, por qué no estamos juntos. Y eso, la persona que fuimos no sabía hacerlo”.
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