Autor: admin 2 marzo 2009

Andrés Pau

La producción narrativa de Horacio Castellanos Moya (Tegucigalpa, 1957) ha alcanzado —aun en España, donde algunos de sus libros permanecen inéditos— tal importancia que consideramos urgente una aproximación al conjunto de su obra. Siquiera sea un esbozo de análisis del corpus narrativo del escritor salvadoreño nacido en Honduras; aunque tal vez deberíamos escribir escritor centroamericano, una definición también inexacta, si tenemos en cuenta que Horacio Castellanos Moya se ha definido en más de una ocasión como apátrida.

Si observamos el aparato crítico que se ha aproximado a los libros de Horacio Castellanos Moya hasta el momento, encontramos el persistente dominio de tres palabras: violencia, cinismo y oralidad. Tres conceptos que, en mayor o menor grado, sobrevuelan los comentarios críticos, las ponencias en congresos, los trabajos académicos, incluso las entrevistas que ha ido concediendo el propio autor al hilo de la aparición de cada una de sus obras. Violencia, cinismo, oralidad: tres palabras que sugieren, garantizan diríamos, una producción dura, nada propensa a las concesiones; una narrativa eléctrica y electrizante, sin demasiados vendajes morales que coarten su expresividad, a menudo desencajada; una narrativa, en fin, donde los personajes se expresan de viva voz y aun a gritos, para retratarnos —o al menos morir en el intento— la cruda realidad, si es que la realidad existe y se puede aprehender con palabras, de ese pequeño y delgadísimo istmo que la humanidad conoce como Centroamérica.

Autor: admin 8 enero 2007

Andrés Pau

“Los intelectuales deberían crear un nuevo movimiento —un movimiento desesperado, una rebelión de los desesperados—. En lugar de intentar apaciguar a los poderes actuales, en lugar de defender los tejemanejes de los banqueros y demás burócratas despóticos, nosotros deberíamos protestar alto y fuerte, y expresar del modo menos equívoco posible nuestra amargura y nuestro horror. Hemos llegado a tal punto que solo el gesto más dramático, el más radical podría despertar la conciencia de las masas ofuscadas e hipnotizadas. Centenares, incluso miles de intelectuales deberían hacer lo que hicieron Virginia Wolf, Ernst Toller, Stefan Zweig, Jan Masaryk. Una ola de suicidios cuyas víctimas fueran los espíritus más destacados y más conocidos, sacaría a los pueblos de su letargo y les permitiría darse cuenta de la extrema gravedad de la crisis que el ser humano ha provocado sobre sí mismo por su propia estupidez y egoísmo”.