Autor: admin 3 mayo 2009

Alfonso López Alfonso

Lugares pequeños, dice el refrán, infiernos grandes. Puede. Uno, sin embargo, es aldeano de nacimiento y suele desconfiar de los lugares grandes, de las ciudades, de todos los sitios en los que la gente no se conoce personalmente. La aldea proporciona como una capa de seguro confort, el agradable reconocimiento de quien se mueve por terreno conocido. Es en la aldea donde puede sobrevivir la colmena, donde las abejas de Sylvia Plath vuelan y notan el sabor de la primavera. Cuando uno era muy joven, en la aldea solían pelearse por las cosas que realmente merecen la pena: por el agua o por la tierra. En la aldea, si alguien amanece muerto en extrañas circunstancias es probable que el asesino se encuentre en la casa de al lado. Las aldeas proporcionan esa clase de intimidad. Si te aprietan el gañote hasta asfixiarte se puede tener al menos la certeza de que lo hará una mano conocida. En la ciudad, en cambio, se puede matar por matar, sin ningún móvil, sencillamente porque no dejar rastro es lo importante para que no te pillen, como en Henry, retrato de un asesino. En la ciudad, como en el campo, la belleza a menudo se encuentra en cualquier parte; y en la ciudad, como en el campo, puede estar también en cualquier parte el horror. Así que está uno tentado a decir que, en el fondo, lo único que diferencia la ciudad del campo es el grado de intimidad con que se hacen las cosas. Está uno tentado a decirlo y no lo dice porque sabe, quizá porque lo ha leído en alguna parte, que en las grandes ciudades se puede llorar por la calle en perfecta intimidad.

Autor: admin 11 enero 2009

Alfonso López Alfonso

VIDA Y LITERATURA

A finales del siglo i a. C. el mayor de los poetas latinos, Virgilio, estaba a punto de terminar la Eneida, una obra épica y fundacional que reescribía la historia de Roma hasta los albores imperiales. El escritor no se encontraba del todo contento con el resultado, sentía que a lo escrito le faltaba algo, que le faltaba precisión, exactitud, que debía ser más fiel a lo que había inventado, y por eso decidió embarcarse para conocer las costas griegas que tenían una presencia desencadenante en su epopeya. Su plan no salió bien: llegar a Atenas, encontrarse con el autonombrado hombre-dios o emperador Augusto, coger una insolación y regresar del viaje con la muerte susurrándole plácemes al oído fue todo uno, pero el caso es que a Virgilio algo le había incitado a ir más allá de su imaginación, a atornillarla, si se quiere, a una realidad algo geológica. Eso es lo que ahora nos interesa.

Autor: admin 23 julio 2008

Alfonso López Alfonso: Camino de vuelta
Ediciones Trabe, Oviedo, 2008

En Camino de vuelta Alfonso López Alfonso mira atrás y nos cuenta «con ironía y melancolía, las gentes, las cosas, los rumbos y los tumbos que le han hecho llegar a ser el que es». Se trata de un libro de memorias escritas cuando el recuerdo todavía está vivo y los personajes, los hechos, los libros, las casas y las cosas tienen aún un fulgor vívido y cálido. El autor, con treinta años solamente, nos ofrece una obra más propia de una madurez nostálgica que de una juventud vibrante, y nos cuenta en catorce capítulos la historia del lugar donde nació, donde transcurrió su niñez, donde fue feliz y donde descubrió el amor y la muerte. Moncóu: un lugar real, donde todo lo que ocurre es verdadero, nada es mítico, fantástico, sobrenatural. Camino de vuelta puede leerse como una novela, a veces como un poema en prosa, siempre con una emoción honda. Sorprende la sencillez franciscana con que cuenta la historia. Nada más comenzar a leer el libro ya empezamos a sentir algo misterioso que se va adentrando dentro de uno y que a veces le ahoga, a veces le llena de ternura, siempre le conmueve.

Autor: admin 20 noviembre 2006

Alfonso López Alfonso

Ya muerto, ya de pie, ya inmortal, ya fantasma,

se presentó al infierno que Dios le había marcado,

y a sus órdenes iban, rotas y desangradas,

las ánimas en pena de hombres y de caballos.

(Jorge Luis Borges)

Cosas de andar por casa

No recuerdo haber escuchado en la infancia demasiadas historias sobre guerrilleros, sobre “los del monte”, los “huidos”, “bandidos”, “rojos”, etcétera. Por Moncóu ­había pasado la guerra y se había llevado a los mozos que estaban en quintas y a los que ya no eran tan quintos. El abuelo hablaba de vez en cuando de las penurias pasadas con el ejército nacional por Extremadura, de los muertos, las trincheras, las balas y la sangre, pero nunca le oí hablar de los maquis o de la guerrilla antifranquista. Quizá por eso convertí en pariente cercano al primer guerrillero del que tuve noticia.