Autor: admin 15 julio 2009

Ana Rodríguez Fischer

Pocos —o ninguno— de quienes lo hayan leído cuestionará que en el holandés Cees Nooteboom (La Haya, 1933) tenemos una impar expresión de la figura del escritor, viajero contemporáneo, tal vez solo igualada en originalidad e intensidad por las de los fallecidos Chatwin y Sebald. En Hotel Nómada (Siruela, 2002) —libro que reúne un conjunto de muy variados relatos de viaje por los confines del Sáhara, la tierra lunar de Malí, La Bolivia amarga o las pirámides del Sol y la Luna en Teotihuacán—, Nooteboom vincula el movimiento —viaje— con los requisitos necesarios para poder escribir, ya que el movimiento es condición de la calma:

Hace mucho tiempo, cuando aún no podía saber lo que sé ahora, opté por el movimiento, y más adelante, cuando ya sabía mucho más, comprendí que este movimiento me permitía encontrar la calma indispensable para escribir, que el movimiento y la calma, en cuanto unión de contrarios, se equilibran mutuamente, que el mundo –con toda su fuerza dramática y su absurda belleza y su asombrosa turbulencia de países, personas e historia– es un viajero él mismo en un universo que viaja sin cesar, un viajero de camino a nuevos viajes…

Autor: admin 18 noviembre 2008

Ana Rodríguez Fischer (ed.)
Ronda Marsé
Candaya, Barcelona, 2008

Es edificante constatar cómo la aventura que Candaya inauguró con aquella Historia abreviada de la literatura portátil dedicada a Vila-Matas ha tenido a lo largo de los meses una continuidad nada gratuita. La presente Ronda Marsé, preparada por la profesora y novelista Ana Rodríguez Fischer, supone un nuevo y decisivo paso, un nuevo eslabón, que enriquece por su rigor y acentuada amenidad la colección de Ensayo de la citada editorial.

Ana Rodríguez, en la introducción al libro que ha preparado, vincula la colección a aquella ya mítica de Taurus, «El escritor y la crítica». Efectivamente: el autor frente a la crítica (y no específicamente frente a los críticos). Es esa línea que la editora del presente volumen, recordando los nombres eminentes de Clarín, Galdós, Unamuno, Azorín y Baroja, entre otros, llama «línea diacrónica». El análisis de las grandes obras literarias desde el punto de vista de lo que se vino a llamar la estética de la recepción. Resulta siempre muy agradable observar cómo fueron recibidas por la crítica novelas que han pervivido, que han atravesado la frontera de los años. Y es por eso, por esa intencionalidad, que el libro que nos ocupa está estructurado en varios apartados. Tras uno inicial, genérico, verdadero punto de partida que la editora titula «Semblanza humana y literaria de Juan Marsé», se va saltando cronológicamente de novela en novela, partiendo de Encerrados con un solo juguete, siguiendo con Últimas tardes con Teresa, y así hasta las Canciones de amor, de 2005. Sin olvidar los autorretratos, que son los que, con justicia y con esa ironía tan propia del autor (ironía corrosiva, se ha dicho), abren el camino de la ronda. «Siempre pertrechado para irse al infierno en cualquier momento», nos dice el propio Marsé. Pues sí, la Ronda puede llevarnos muy lejos.

Autor: admin 12 julio 2008

Ana Rodríguez Fischer

El viajero camina «entre sus propias alergias y descompensaciones», según sostiene y nos muestra Claudio Magris en su periplo por el Danubio. Por eso a los Ulises modernos los vemos hurgando en el fondo propio para pescar una razón o un deseo a menudo relacionados con la autobiografía y el pasado familiar, muy especialmente si por sus venas corre sangre de exilio, destierro o emigración. Por eso algunos parten hacia un lugar desconocido, impulsados por un sentimiento atávico, según nos muestra, por ejemplo, Paul Theroux en la Patagonia, lugar que además de entrañar la promesa de un paisaje desconocido y la ocasión de una experiencia de libertad, o de ser «la parte más austral de mi propio país, el punto de destino perfecto», era también un modo de completar el viaje que había querido hacer su bisabuelo, un italiano emigrado a la Argentina en 1901.

Autor: admin 5 mayo 2007

Ana Rodríguez Fischer

En un memorable cuento de Henry James, “La casa natal” —incluido en el volumen Lo más selecto (1903) y perteneciente, por lo tanto, a su etapa de madurez— encontramos una exquisita y lúcida crítica de lo que a lo largo del xix, pero muy especialmente en el último tramo de aquel siglo, llegó a ser ineludible práctica de todo viajero culto y snov que pretendiera alardear de su condición: la visita al “lugar del genio” y, mejor aún, a la casa natal de los grandes hombres, de conservarse y haber sido habilitada para esas muestras y exhibiciones. En su relato James disecciona con hilarante y perversa maestría el turbio y múltiple engranaje de motivos e intereses (tanto lucrativos como panegíricos) que impulsaban este tipo de operaciones a través de la figura de Morris Gedge, quien en su juventud había regentado “una pequeña escuela privada de las que se conocen como preparatorias, y sucedió que había acogido bajo su techo al hijo pequeño del gran hombre, que, por entonces, no era tan grande”. Un incidente ocurrido entonces, y que pudo haber sido grave pero que afortunadamente tuvo un desenlace feliz, hizo que, al cabo de los años —y tras ir Gedge de desgracia en desgracia, en lo que al trabajo o la profesión se refiere—, se recurra a él para encargarle “la custodia del templo”; es decir, las visitas guiadas, que exigían, naturalmente, la construcción de una historia justificadora de la genialidad del gran hombre. Y ahí ya puede el lector imaginar cómo opera el genio de Henry James (y no digo más, para que corra a leer ese relato quien no lo haya hecho ya).