Autor: admin 3 junio 2010

No soy historiador, de modo que no se deberá esperar de estas cuartillas revelaciones extraordinarias ni novedosas. No soy más que un escritor, y si no se me tomara por una arrogancia, diría que un modesto novelista y un poeta que se ha ocupado de hechos nimios casi siempre, y de un hecho nimio, microscópico, voy a ocuparme ahora: de una fotografía.

Llegó después de la guerra al Ministerio de Fomento, requisada por algún servicio de incautación del ejército vencedor. Allí permaneció sepultada muchos años, hasta que este Ministerio cedió en los años sesenta sus viejos archivos de la guerra al Ministerio de Información y Turismo, que a su vez los traspasó al de Cultura, donde seguían en 1984, año en el que finalmente este Ministerio hubo de desalojar el edificio y traspasar aquellos fondos documentales y gráficos a la Biblioteca Nacional. Allí siguieron durmiendo su largo sueño otros veinte años, hasta que, en el curso de ciertos rastreos documentales, Eric de Giles, un joven investigador comisionado por la Residencia de Estudiantes, la descubrió.

Autor: admin 4 noviembre 2008

En las quebradizas páginas de los viejos periódicos se conserva, mejor que en ninguna otra parte, el rostro del presente. Asomarse a ellas es subirse a la máquina del tiempo, dejar de lado las deliberadas o involuntarias deformaciones de la historia. Una mañana de noviembre de 1912, mientras contemplaba el escaparate de una librería, fue asesinado José Canalejas, presidente del Consejo. No había entonces Internet, ni televisión, ni siquiera radio, pero a las pocas horas ya los diarios ponían en las atónitas manos de los madrileños los principales pormenores de la tragedia. Sucesivas ediciones irían añadiendo nuevos detalles. La crónica del Heraldo de Madrid, una anónima obra maestra del periodismo informativo, mantiene intacta toda la desasosegante emoción de aquellos instantes. Ninguna reconstrucción literaria podría igualarla en intensidad.

Autor: admin 31 enero 2006

Ángeles Egido León: Republicanos en la memoria: Azaña y los suyos
Prólogo de Rafael Torres
Eneida, Madrid, 2006

De un tiempo a esta parte anda la historiografía a vueltas con la “memoria histórica”. De sobra sabemos que la memoria es un instrumento de desconocimiento y automitificación esencialmente individual, pero esto no invalida la aplicación convencional del híbrido —es difícil conciliar la historia con la memoria— como herramienta conceptual que nos permite acercarnos con cierta sensibilidad al conocimiento del pasado más reciente —aquel que alcanza la memoria y, por tanto, aún está vivo— y en algunas ocasiones también bastante olvidado, porque cae de cajón que cuando se reclama “memoria” es porque ha habido olvido.

Autor: admin 23 enero 2006

W. N. P. Barbellion: El diario de un hombre decepcionado
Alba Editorial, Barcelona, 2006

Sin duda que, con ocasión de la atrocidad inédita que supuso la I Guerra Mundial, aparecerían en su momento en Inglaterra, como en los demás países en conflicto, testimonios autobiográficos en que los protagonistas contaban su experiencia increíble, en el frente o en la retaguardia.

Este del que quiero ocuparme aquí es, sin embargo, diferente a todos los demás. De entrada su protagonista, por razones de salud, no tuvo que ir al frente; y, aunque padeció —como casi todos— las privaciones que afectaron a la población civil, y su consiguiente angustia por él mismo y por sus seres cercanos, nada de todo eso ocupa en el texto un lugar particularmente relevante. Se alude a ello, desde luego, porque forma parte inevitable del paisaje vital al que en algún momento tuvo que enfrentarse el autor; pero ni es lo más decisivo en su relato, ni en ningún sentido lo caracteriza. Sentimos claramente, al leerlo, que lo que de veras es importante aquí podría haber ocurrido en cualquier otro tiempo, en cualquier otro sitio. Los accidentes externos, aunque sean del tamaño de lo que entonces (no para mucho tiempo, por desgracia) se llamó la Gran Guerra, pueden alguna vez ser su marco; nunca su sustancia.