Autor: 31 enero 2006

Ángeles Egido León: Republicanos en la memoria: Azaña y los suyos
Prólogo de Rafael Torres
Eneida, Madrid, 2006

De un tiempo a esta parte anda la historiografía a vueltas con la “memoria histórica”. De sobra sabemos que la memoria es un instrumento de desconocimiento y automitificación esencialmente individual, pero esto no invalida la aplicación convencional del híbrido —es difícil conciliar la historia con la memoria— como herramienta conceptual que nos permite acercarnos con cierta sensibilidad al conocimiento del pasado más reciente —aquel que alcanza la memoria y, por tanto, aún está vivo— y en algunas ocasiones también bastante olvidado, porque cae de cajón que cuando se reclama “memoria” es porque ha habido olvido.

Republicanos en la memoria: Azaña y los suyos es la respuesta que a un grupo de historiadores y escritores, bajo la dirección de Ángeles Egido León, les sale del alma indignada al ver el éxito editorial de los Pío Moa y los César Vidal. Esta queja está presente en la introducción y en el último capítulo del conjunto de semblanzas que aquí se recoge. Así, Ángeles Egido nos dice en la introducción que “existe una gran confusión, alentada por algunos éxitos editoriales que sólo responden a motivos ajenos a la historia escrita por profesionales, a los cuales los historiadores asistimos con el ánimo desbordado, cuando no claramente perplejo”. Y en la última semblanza del volumen —que hace también de epílogo—, Pedro Luis Angosto Vélez, biógrafo de Carlos Esplá, se pregunta: “¿Puede un prestigioso hispanista como S. G. Payne, al que casi todos hemos leído, afirmar en la portada de un libro sobre la revolución de 1934 y la guerra civil, que nadie como su ‘piadoso’ autor está tan preparado en España para hablar de esas cuestiones?”. En fin, que la desesperación e impotencia del gremio es notable y lo único que les queda a los investigadores es seguir trabajando desde las universidades, intentar divulgar y esperar que el sentido común decida, porque todos sabemos que en cuestiones de guerra, quien se mete a husmear entre la sangre para demostrar ideas preconcebidas acaba por conseguirlo, porque hay muertos para todos los gustos, y los muertos en guerra a menudo son fáciles de manipular y difíciles de enterrar.

Intenta Ángeles Egido con este conjunto de semblanzas imitar a los hispanistas británicos para hacer llegar las investigaciones históricas a un público más amplio, para que el historiador pueda salir del claustro universitario —tan alejado del mundo— y sea leído por más gente. Pero vemos que para realizar esto tropieza con dos grandes escollos. En primer lugar, es muy difícil que un libro colectivo —por naturaleza desiguales y tendentes a la dispersión— consiga lo que la editora se propone. En este libro no encontrará el lector que los autores hagan gala del distanciamiento un tanto cínico y socarrón de un Raymond Carr, ni hay tampoco asomo del minucioso entusiasmo de un Hugh Thomas o la flema irónica y chascarrillera de un Paul Preston. Salvo alguna notable excepción 
—Feliciano Páez-Camino Arias en su rigurosa reconstrucción de Osorio Gallardo o José Esteban en su evocación de Antonio Espina— están lejos del original. En segundo lugar, hay que tener en cuenta que las biografías en general y las académicas muy en particular, suelen estar lastradas por la simpatía que el biografiado despierta en el biógrafo. No es que uno sea partidario de zarandear constantemente a aquellos de quienes se habla, pero si nos tomamos demasiado en serio a las personas de quienes hablamos, corremos el riesgo de hacerlo también con nosotros mismos. A estas semblanzas, en general, no les vendría mal algo de jacarandá para quitarle un poco de ese hieratismo tan de currículum vítae del que adolecen. Lo malo de los trabajos excesivamente académicos es precisamente que no siempre son mejores ni superan en rigor a los llevados a cabo con voluntad meramente literaria por, digamos, aficionados o divulgadores, y, sin embargo, cuesta mucho más leerlos. Porque, seamos sinceros, ¿habrá algo más aburrido que leer las biografías, escritas con cuidada devoción por sus estudiosos, de hombres de gabinete como lo fueron Santiago Casares Quiroga, Augusto Barcia Trelles o José Giral? El lector honesto convendrá en que pocas cosas. Y sin embargo son necesarias, porque ayudan a entender que la II República no fue cosa únicamente de cuatro, que buena parte de los vencidos en la guerra fueron gente que trabajó honestamente por una causa en la que creían noblemente y que el golpe militar les truncó la vida mandándolos al destierro —como la mayor parte de los biografiados en este libro—, a la muerte —es el caso del científico Juan Peset Aleixandre—, o, pasando varias etapas, al destierro y al exilio interior después —como Emilio Baeza Medina, alcalde de Málaga por Izquierda Republicana y luego superviviente humillado, y Antonio Espina, que al cambiar poco antes del 18 de julio el gobierno civil de Ávila por el de Baleares salva la vida y el azar hace que la pierda su sustituto en Ávila: Manuel Ciges Aparicio.

En Azaña y los suyos un grupo de estudiosos y escritores traza la semblanza de algunos personajes bastante olvidados hoy. Todos tienen en común un republicanismo sincero y cercano a la Izquierda Republicana de Azaña. Es más que posible que este libro no consiga lo que su editora se propone en la introducción, pero sirve de complemento a Azaña y los otros, obra colectiva en la que también intervenía Ángeles Egido. Además, de alguna manera cumple su cometido, porque al lector lo dejará convencido de que si hubo alguna víctima de las dos Españas fue precisamente esa tercera de la que formaban parte los protagonistas de estas semblanzas, todos ellos personajes cercanos a Manuel Azaña —algunos personalmente, todos desde el prisma ideológico— que creyeron firmemente en el procedimiento constitucional y en los valores de la democracia, la ciencia y la cultura como elementos transformadores de la sociedad (Ángel Ossorio y Gallardo, Margarita Xirgu, Santiago Casares Quiroga, José Giral, Cipriano de Rivas Cherif, Juan Peset Aleixandre, Antonio Espina, etcétera). Personas que se vieron achicadas por la dialéctica de los puños y las pistolas de un lado, y por las prisas revolucionarias de otro, y cuyo legado está a salvo en esta nueva España democrática y plural.

Alfonso López Alfonso


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