Autor: 11 enero 2007

Lolita Bosch: La persona que fuimos
Mondadori, Barcelona, 2006

La cita inicial de Joyce Carol Oates advierte al lector: “En el tiempo de un pestañeo puede borrarse todo lo que contiene la memoria humana. Cuando una persona dice ‘ah, sí, ya recuerdo’, puedes dar por sentado que ya está inventando. El instinto para contar historias está ubicado en la misma parte de la médula que el instinto de reproducción de las especies”. El recuerdo es un arma peligrosa, poco fiable. La protagonista de esta historia se confiesa en estas páginas. Nos relata el amor vivido en el pasado junto a G, el nacimiento y posterior declive de este: “Hoy he soñado esto: G no me quería y yo me sentía sola. Pero además, G insistía en que yo lo supiera: no te quiero, no te quiero, no te quiero. Fuimos las personas que fuimos”. Una llamada telefónica tras cinco años separados, despierta el recuerdo de una historia de amor que ya no existe, y nos obliga a enfrentarnos al presente: “Han tenido que transcurrir cinco años para que yo me atreva a decirlo en pasado: hasta ayer, viví siempre a la deriva”. Regresa al “lugar de los hechos” y busca las posibles causas, los indicios que no supo ver entonces. Recuerda la tarde en que, repentinamente, recordó un episodio violento ocurrido en su infancia y cómo esto marcó el punto de inflexión en su relación con G. Pero la conclusión es que no hay causas, ni lógica alguna que pueda aplicarse a una historia de amor, “la persona que fuimos”, como bien dice el título de esta obra, deja de existir en un momento determinado, sin más, para convertirse en otra, para dividirse en dos: “Y G y yo nos separamos y la persona que fuimos murió”. No debemos fiarnos de nuestros propios recuerdos, son engañosos: “Ahora G y yo queremos otras cosas, compartimos otras cosas y, de nuevo, tenemos pasados distintos. Él recuerda que sucedió una cosa y yo recuerdo que sucedió otra, con las mismas imágenes, las mismas escenas, las mismas palabras, los mismos tiempos: cosas distintas”. Compartimos muchas cosas con “la persona que fuimos” pero no sucede lo mismo con los recuerdos: “Entonces lo llamo, porque G recuerda los pensamientos fijados en el tiempo y yo recuerdo los procesos”. Hasta llegar a un punto de encuentro en la lejanía: “G y yo ahora estamos aprendiendo a entendernos así: llamarnos y preguntarnos cosas como oye, recuérdame, por qué no estamos juntos. Y eso, la persona que fuimos no sabía hacerlo”.

La persona que fuimos es una obra de difícil lectura, exigente con el lector. Lolita Bosch nos sorprende con su singularidad. Utiliza un lenguaje sencillo, directo y sincero. Es esta una obra arriesgada, un argumento que podría parecer a primera vista simple, convertido ahora en un minucioso análisis sobre el amor y los recuerdos, nuestra capacidad de fabular con el pasado, de articularlo de un modo u otro según nos convenga: “Y me aferro a la persona que fuimos”. Lolita Bosch logra con su forma de narrar una ternura muy particular, la protagonista de esta historia sueña desde niña con escaparse, desaparecer (“Por el túnel por el que me escabullía del mundo, el que estaba justo detrás del armario de los cubiertos del pasillo”). Y reconoce: “Aquella es la única puerta que he descubierto hasta ahora para salir del mundo”.

La autora describe con soltura y con gran habilidad todos los pequeños detalles que forman parte de una relación, desde su inicio hasta su decadencia. Para ello emplea una escritura desnuda, fragmentaria, analítica, acorde con esa búsqueda, indagación, que realiza la protagonista en su relación con G: “G dice que hay algo que yo hago siempre. Dice que lo orillo a dejarme, que no es que él quiera hacerlo, que lo fuerzo, que lo dejo solo, que me voy”. Hasta lo que cuesta reconocer: “Porque G y yo nos tenemos miedo”. Lolita Bosch demuestra aquí, en estas páginas, una afilada lucidez que le permite llegar a desvelar los entresijos más dolorosos de una ruptura: “Y ahora, que necesitarnos ha dejado de darnos miedo, a la persona que fuimos empezamos a mirarla con distancia y nos reconocemos en ella con una ternura por la que habíamos evitado transitar”. La autora nos transmite el sentimiento de derrota que implica “la cálida despedida de la persona que fuimos”: “La tristeza, la profunda, inquebrantable, espantosa, terminal tristeza que producía ver fracasar a quien se ama. Fracasar la persona que fuimos, caer juntos. Sin remedio”. Todo cambio, toda pérdida, forma parte de nuestro proceso de aprendizaje. Lolita Bosch nos ofrece una sabia lección de valentía frente a la, supuesta, derrota. La introspección puede conducirnos a una visión más acertada de los hechos: “Finalmente solos, rendidos. Culpando al recuerdo de nuestra lejanía. Sin la capacidad de imaginar necesaria como para pensar que tal vez fue la devastación de la memoria lo que nos mantuvo unidos, la que nos dio esa íntima, preciosa y escasa oportunidad de sentir el pánico en los brazos del otro, de mirarlo y tenerle miedo, de saber por un instante absoluto, con certeza, que no, que después de todo no, que de aquel modo entendernos no, que juntos no”.

Ana Vega


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