Autor: admin 15 septiembre 2007

Martín López-Vega

(Os envío el siguiente texto por si os parece que puede cuadrar en algún número de Clarín. Lo había escrito para la antología que está preparando Juan Carlos Abril, pero hoy me ha puesto un mail diciéndome sin ningún pudor: «Querido Martín, leo estos días tu poética y veo algunos puntos para señalarte: te metes con Villena, con Caballero Bonald, con Sánchez Robayna, con Manuel Rico y hasta conmigo. He suprimido esas partes con mucha delicadeza, apenas se nota, y no afectan al texto». No sé que me ha alucinado más, si la censura descarada o ese tono paternal que tal parece que no soy consciente de con quién me meto.

Le he dicho que retiraba los textos de la antología, claro, que no quiero que me incluya, y me ha contestado: «Tienes otros foros donde descargar tus filias y tus fobias, no me comprometas ni me chantajees en mi libro, ¿tú me entiendes?»

Autor: admin 13 septiembre 2007

Antón Arrufat

Antes de estar sentado aquí, delante de ustedes, dispuesto a improvisar unas palabras acerca de La Rampa, caminé un rato por ella, por la que encontramos hoy y, tal vez mágicamente, por la que yo veía cuando esta parte de La Habana había comenzado a levantarse, hace más de treinta años. Dos ciudades, una tangible que puedo recorrer y otra que ya no existe y se halla en mis recuerdos, espacio mental más que urbano, parecían superponerse. Tales superposiciones espaciales y temporales inesperadas, resultan sin embargo habituales al habitante ciudadano. De las diversas creaciones humanas, la ciudad se encuentra entre las más vivientes y extravagantes. Viviente porque se transforma casi a diario, para seguir siendo en gran medida idéntica, y extravagante, principalmente La Habana, porque conjuga, poniéndolos con displicencia al lado, diversos estilos arquitectónicos. A menudo no tan solo al lado, también en una misma construcción, entre inusuales armonías o feas rupturas.

Autor: admin 11 septiembre 2007

Antonio Moreno

Me he despertado temprano, creyendo que llovía. Sin embargo, no era la lluvia, sino el sonido continuo de los frondosos plátanos de la vecina piazza Napoleone, que el viento no ha dejado de agitar toda la mañana. El simple hecho de saber que dispongo de la jornada completa —es nuestra segunda noche en Lucca— para callejear y sentarme donde desee, me hace feliz. La tarde de nuestra llegada el sol se colaba por las mismas ­hojas que ­hace un rato confundía con la lluvia, y esa luz del ramaje quedaba suspendida sobre las terracotas y los ocres y amarillos manchados de las fachadas, que con la nota verde de las ventanas componen las tonalidades propias de la ciudad. De este tipo de observaciones emergen, meses o años después, inopinadamente, los recuerdos. Así que cuando nos sentimos afines al lugar hasta el que hemos viajado sabemos que más bien es a nosotros a donde en realidad marchamos. Sucede de este modo con muchas otras cosas. A estas alturas ya no me interesa demasiado la visita museística, o el fatigoso examen de las librerías. No creo que vaya, por ejemplo, a la Villa Guinigi, donde se halla el Museo Nazionale, ni a la casa natal de Puccini, que es el hijo más ilustre de Lucca.

Autor: admin 10 septiembre 2007

Ricardo Martínez-Conde

Es bien sabido: todo viaje es, o se realiza, hacia uno mis­mo. Lo que difiere son las circunstancias. Y tal es lo que he podido sentir —pues me ha quedado, sobre todo, la memoria de esa reflexión— después de mi viaje a Italia.

Llegué a Termini, nudo físico y sociológico de las comunicaciones en Roma, casi de madrugada, hora en que los sentidos se orientan de un modo más riguroso que por el día. Y hube de reparar ya en algunas cosas más o menos reales, o importantes: rechazar un coche-taxi pirateado por dos individuo gesticulantes que enseñaban medio carné del gremio (primer acercamiento visible a las realidades que nos mostró en su día el Neorrealismo cinematográfico; vigente todavía, latente, en muchas situaciones); atender al cielo pespunteado de reflejos blancos, móviles y ágiles: las gaviotas nocturnas moviéndose al desgaire sobre las luces de la estación; y tomar, un tanto aprisa, nota de un texto impreso en el tímpano de una iglesia cercana: venite a me, voi toitts affaticati e opressi, ed io vi ristorero. Me sentí aliviado, por qué no decirlo: uno oculta en lo sagrado (¿en las palabras?) sus convicciones. Ahora bien, sobre todo, había ya a un hecho cierto: pertenecía a un nuevo paisaje; algo de un valor huma-
no trascendente, según 
nos enseñó a pensar Claudio Magris, que ha reflexionado tanto sobre el valor de la frontera.

Autor: admin 9 septiembre 2007

Marco Antonio Iglesias

Es bastante conocido que Ramón se trasladó a Ovie­do en el otoño de 1908, poco después de la aparición de Morbideces en abril del mismo año, para realizar los dos últimos cursos de la carrera de Derecho que había iniciado en la Universidad Central de Madrid. No lo es tanto, en cambio, que como buen hijo de burgués madrileño —y tan saludable costumbre ha llegado hasta nuestros días— ya desde niño había veraneado junto a su familia en la villa asturiana y marinera de Salinas. Sin embargo, no fue hasta 1975 cuando gracias a la decisión del escritor José Manuel Castañón vieron la luz unas cartas en las que este rendía honores a la que fuera sin duda una hermosa amistad: la de su padre, Guillermo Castañón —futuro abogado de prestigio en Pola de Lena (Asturias)— y un Ramón Gómez de la Serna lanzado entonces a lo que él llamaría más tarde «la depuración tremebunda para llegar a otras concepciones, a otras palabras, a otros personajes, a otros vagidos» (Automoribundia, p. 207). Sabemos por dicho epistolario que el autor de las greguerías echó novia en Oviedo —la misteriosa María Jove— y se relacionó en la capital asturiana (1908-09) con un grupo de bohemios y jóvenes intelectuales, compañeros de aula en la mayor parte de los casos: Juan Uría Riu, futuro historiador de renombre; Eduardo Martínez Torner, folclorista y musicólogo; el escultor Víctor Hevia; el poeta Fernando Señas Encina; el periodista José Antonio Cepeda y Álvarez, el propio Guillermo Castañón y otros que formarían la tertulia La Claraboya en el céntrico Café Español de Vetusta; Ramón Pérez de Ayala, por cierto, no se encontraba ya en Oviedo sino en Londres, huido de la conservadora Vetusta desde 1907 a raíz del escándalo provinciano que había provocado la publicación de su novela Tinieblas en las cumbres.

Autor: admin 8 septiembre 2007

Julio José Ordovás

Sentado en la terraza del Zurich, en una esquina de la barcelonesa plaza de Catalunya, Joan de Sagarra es inconfundible. Encima de la mesa tiene la prensa (el Corriere, La Vanguardia y Le Monde), un vaso de whisky y un cenicero en el que ha dejado el puro al tenderme la mano cuando me he presentado. Propone que vayamos al Ateneo. Estupendo. Apura de un trago el whisky, coge el puro y el bastón y me invita a seguirle. Bajamos por la Rambla, atestada de guiris y de paseantes ociosos (es domingo). Mientras caminamos, me va explicando el paisaje urbano y el humano (no recuerdo cómo me ha dicho que se llamaba el freak vestido de futbolista que hacía cabriolas con una pelota y que por lo que me ha contado es toda una atracción local). Torcemos al llegar a la calle Canuda. Entramos en el Ateneo y atravesamos su sombría solemnidad en dirección al jardín, donde nos sentamos al sol. El camarero no tarda en llegar con una botella de Jameson y un vaso con hielo. Le pregunto si aquí se puede fumar. Sagarra me dice que afuera, en el jardín, sí se puede fumar, pero adentro no, aunque él fuma donde le da la gana.

—¿Viene de antiguo tu afición por el whisky irlandés?

—Yo cuando escribía las rumbas en el Tele/Express bebía Johnnie Walker. Luego me pasé al Rhum Saint James, que es un ron de la Martinica muy bueno con el que se emborrachaba el almirantazgo británico. Y ahora, desde ­hace un tiempo, los whiskys irlandeses. Jameson, que es el más fácil de encontrar. Y el Padyy, que es fuerte y barato, lo tomo cuando voy a ver los partidos de rugby. Me cae muy bien Irlanda, y además me he aficionado a esto.

Autor: admin 7 septiembre 2007

Bruno Mesa

Si no te conociera diría que eres una buena persona.

* * *

Si tú, lector, te consideras un intelectual, un persona muy seria, un hombre de orden, un representante de la masa encefálica de tu comunidad, por favor, perdóname por todos lo elogios que nunca podré dedicarte.

* * *

A nadie le gusta reírse de los poetas. Yo, en consideración a su esfuerzo, me limito a reírme de su obra.

Autor: admin 6 septiembre 2007

Jorge Ángel Pérez

Lo que vio La Habana ese día, lo que en la plaza de Armas sucedió, no debe tenerse por notable. Que es muy común, dicen algunos, y también que así sucede a diario. Quizá tengan razón pero no vi yo antes tan señaladas figuras, tan raramente vestidos, tan liosos y exaltados.Y era tanta la persuasión con la que hablaba el uno como el otro, eran tan tremendos sus ímpetus, que nadie podría saber dónde se encontraba la razón y en qué lugar el delirio. Desmedidas eran también sus terquedades. Cada uno seguro de poseer la verdad mejor. El gordo, inequívoco, defendiendo la certeza de que lo que su amo veía furibundo en aquella plaza de La Habana, como gigantes, no eran más que hombres levantados sobre zancos.

Los destruiré a todos, desgraciados, malandrines, gritaba el flaco, para dirigirse luego al gordísimo que lo seguía: ¿acaso no entiendes? ¿Te quedaste ciego? ¿No ves en sus figuras a los hijos de Gaya con Urano? Y reía con estridencia el gordo, que muy diferente lo veía todo y no dejaba de carcajearse bullicioso. Y como no cesaba la bulliciosa risotada, optó el enorme flacundengo por convencerlo a gritos y persuadir también a todo el que se acercaba curioso en el estrépito. Entonces dijo el flaco, que teniendo esos enormes por madre a la tierra y de ella nacidos, querían ahora seguir al padre que los engendró, que para llegar a ese padre cielo, en su crecimiento, eran capaces de hacer cualquier cosa, incluso pérfidas, incluso diabólicas, que demonios eran. Eso aseguraba el larguirucho hablando, hablándoles al gordo, a los curiosos.

Autor: admin 5 septiembre 2007

Carmela Greciet nació en Oviedo en 1963, pero ha vivido en Avilés, León, Valladolid, San Sebastián, Cuenca y Madrid, entre otros lugares. Es licenciada en Literatura por la Universidad de Oviedo y profesora de Educación Secundaria. En la actualidad, reside en Santander y colabora con artículos de creación y de crítica en diversas revistas y suplementos literarios. En 1989 obtuvo el premio Asturias Joven de cuento y en 1995 publicó su primer libro de relatos, Des-cuentos y otros cuentos, con el que quedó finalista del premio Tigre Juan. Entre otras, ha sido incluida en las antologías de Andrés Neuman, Pequeñas resistencias. Nuevo cuento español (Páginas de Espuma, Madrid, 2002), y Neus Rotger y Fernando Valls, Los microrrelatos de Quimera (Montesinos, Barcelona, 2005). Los descuentos que ahora publicamos pertenecen al libro, en curso de realización, Amores tragaperras, que ha gozado de una beca a la creación literaria del Principado de Asturias. Todos son, por tanto, inéditos, excepto «Cierta luz», que es una nueva y más breve versión de su relato «Mareas cálidas».

Autor: admin 3 septiembre 2007

VEROSÍMILES AVERIGUACIONES SOBRE GIGAMESH DE PATRICK HANNAHAN

David Felipe Arranz Lago

o solo la ciencia, también la creación literaria depara a veces grandes sorpresas. La posibilidad de seguir la pista a libros que han desaparecido —o cuya existencia se encuentra a caballo entre la leyenda y las brumas de la historia— y dar no solo con la fuente original, sino con el rastro azarosos de los protagonistas que jalonan la vida de una obra concreta se nos ha antojado desde hace años como una actividad casi diríamos que sacerdotal, mistérica, si se quiere.

El concepto aristotélico de lo verosímil, como sabemos, no implica la veracidad de los hechos narrados: solo la posibilidad de que hubieran podido producirse, según los criterios clásicos de la imitatio. En este sentido, es muy posible que el libro Gigamesh escrito —según el escritor polaco Stanislaw Lem (1921-2006)— por el irlandés Patrick Hannahan estuviera estrechamente relacionado con el asesinato de un caballero en el siglo xvii y la génesis del Quijote. Creo que hubo una fuente única de la que bebió Hannahan para pergeñar su Gigamesh, reseñado por Lem en Vacío perfecto (A perfect vacuum, 1971), su colección de prólogos imaginarios, continuada en Un valor imaginario (Imaginary magnitude, 1973). Esta demostración es, ante todo, verosímil, profundamente literaria y necesita un lector cómplice.