Autor: admin 11 septiembre 2007

Antonio Moreno

Me he despertado temprano, creyendo que llovía. Sin embargo, no era la lluvia, sino el sonido continuo de los frondosos plátanos de la vecina piazza Napoleone, que el viento no ha dejado de agitar toda la mañana. El simple hecho de saber que dispongo de la jornada completa —es nuestra segunda noche en Lucca— para callejear y sentarme donde desee, me hace feliz. La tarde de nuestra llegada el sol se colaba por las mismas ­hojas que ­hace un rato confundía con la lluvia, y esa luz del ramaje quedaba suspendida sobre las terracotas y los ocres y amarillos manchados de las fachadas, que con la nota verde de las ventanas componen las tonalidades propias de la ciudad. De este tipo de observaciones emergen, meses o años después, inopinadamente, los recuerdos. Así que cuando nos sentimos afines al lugar hasta el que hemos viajado sabemos que más bien es a nosotros a donde en realidad marchamos. Sucede de este modo con muchas otras cosas. A estas alturas ya no me interesa demasiado la visita museística, o el fatigoso examen de las librerías. No creo que vaya, por ejemplo, a la Villa Guinigi, donde se halla el Museo Nazionale, ni a la casa natal de Puccini, que es el hijo más ilustre de Lucca.

Autor: admin 10 septiembre 2007

Ricardo Martínez-Conde

Es bien sabido: todo viaje es, o se realiza, hacia uno mis­mo. Lo que difiere son las circunstancias. Y tal es lo que he podido sentir —pues me ha quedado, sobre todo, la memoria de esa reflexión— después de mi viaje a Italia.

Llegué a Termini, nudo físico y sociológico de las comunicaciones en Roma, casi de madrugada, hora en que los sentidos se orientan de un modo más riguroso que por el día. Y hube de reparar ya en algunas cosas más o menos reales, o importantes: rechazar un coche-taxi pirateado por dos individuo gesticulantes que enseñaban medio carné del gremio (primer acercamiento visible a las realidades que nos mostró en su día el Neorrealismo cinematográfico; vigente todavía, latente, en muchas situaciones); atender al cielo pespunteado de reflejos blancos, móviles y ágiles: las gaviotas nocturnas moviéndose al desgaire sobre las luces de la estación; y tomar, un tanto aprisa, nota de un texto impreso en el tímpano de una iglesia cercana: venite a me, voi toitts affaticati e opressi, ed io vi ristorero. Me sentí aliviado, por qué no decirlo: uno oculta en lo sagrado (¿en las palabras?) sus convicciones. Ahora bien, sobre todo, había ya a un hecho cierto: pertenecía a un nuevo paisaje; algo de un valor huma-
no trascendente, según 
nos enseñó a pensar Claudio Magris, que ha reflexionado tanto sobre el valor de la frontera.

Autor: admin 27 marzo 2007

Emilio Cecchi: México
Minúscula, Barcelona, 2007

El profesor italiano Emilio Cecchi, tras algunos meses enseñando literatura en la Universidad de California, en Berkeley, decide pasar sus vacaciones en México. Fue en 1930; dos años después publicó en un breve volumen sus impresiones. Con presentación de Ítalo Calvino se traduce ahora en una de esas pequeñas editoriales cuya norma es ofrecer solo libros memorables.

Pese al escueto título, se tarda muchas páginas —casi la mitad del libro— en cruzar la frontera. Comienza con un recorrido por las “ciudades abandonadas”, polvorienta galería de fantasmas, lo que queda de la fiebre del oro, y sigue por un Hollywood que está aprendiendo a hablar. Allí nos encontramos con Adolphe Menjou, “el hombre más atildado del mundo”; con Gloria Swanson, “mejor al natural que en la pantalla”, con Buster Keaton, que es igual dentro y fuera de la pantalla. A Keaton le dedica Cecchi la mayor de sus admiraciones.