Autor: 27 marzo 2007

Emilio Cecchi: México
Minúscula, Barcelona, 2007

El profesor italiano Emilio Cecchi, tras algunos meses enseñando literatura en la Universidad de California, en Berkeley, decide pasar sus vacaciones en México. Fue en 1930; dos años después publicó en un breve volumen sus impresiones. Con presentación de Ítalo Calvino se traduce ahora en una de esas pequeñas editoriales cuya norma es ofrecer solo libros memorables.

Pese al escueto título, se tarda muchas páginas —casi la mitad del libro— en cruzar la frontera. Comienza con un recorrido por las “ciudades abandonadas”, polvorienta galería de fantasmas, lo que queda de la fiebre del oro, y sigue por un Hollywood que está aprendiendo a hablar. Allí nos encontramos con Adolphe Menjou, “el hombre más atildado del mundo”; con Gloria Swanson, “mejor al natural que en la pantalla”, con Buster Keaton, que es igual dentro y fuera de la pantalla. A Keaton le dedica Cecchi la mayor de sus admiraciones.

Tardamos en llegar a la frontera, pero vale la pena la demora. Las observaciones son a la vez muy realistas y muy imaginativas: “América está un poco loca y es un poco una tierra de espectros. Basta ver en el cielo de Nueva York aquella luz casi siempre blanca que crea sombras del más tenue marfil o gris ceniciento. A veces, la sombra es tan diáfana que parece un cuerpo astral”.

No defrauda el retrato del México violento, bullicioso y colorista, recién salido de la revolución. Al profesor Cecchi —historiador del arte— no le gustan los murales de Diego Rivera, pero sí casi todo lo demás, especialmente los corridos, a los que dedica un entusiasta capítulo: “Mil promesas traía escritas / en su bandera de guerra: / la de humillar a los ricos / y de repartir la tierra”.

Aquel México de iglesias llenas y ferozmente anticlerical, con tres o cuatro culturas entremezcladas en cada rincón, es a la vez muy distinto e idéntico al de hoy. Un país que Cecchi encuentra algo mejor que alegre: “Lleno de una furia profunda”.

El tiempo no ha mermado el interés de estas páginas de escritura nerviosa y alerta; al contrario, lo ha acrecentado, otorgándole esa pátina que llena de encanto y magia las viejas fotografías.

Laura Díaz


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