Autor: admin 6 enero 2008

Xuan Bello

Hace tres años, con motivo de su 80 cumpleaños, la revista Clarín me propuso hacerle una entrevista a Ángel González. Se la hice, en la cafetería del Hotel El Magistral, pero nunca llegué a transcribir las palabras del poeta, que hoy me sonarían si cabe más llenas de sentido y emoción, y la cinta magnetofónica, con dos horas largas de charla, se me quedó en el cajón de los proyectos como tantas cosas importantes que algún día, si el azar y la necesidad tejen su red, me vería en el punto de hacerlas; me había propuesto, en la mañana del entierro civil de Ángel González, transcribir la entrevista y comprobar esa cercana reserva que tenía su voz: me parecía la mejor forma de homenaje a un poeta que, a pesar de todas las apariencias, no ha muerto. Ha muerto el amigo, el compañero de farra, el devoto amante, el sutil merodeador de la realidad que era Ángel González: el poeta, ya les digo, sigue vivo. Las cenizas que esparcieron sus cómplices más cercanos son las cenizas del amigo, no las de quien supo decir el áspero mundo en solución de armonía. Basta con que abran sus libros, amigos lectores, para que las palabras respiren, para que un tiempo distinto a este cobre vida en sus vidas. Me había propuesto, ya digo, quedarme en casa, aplicado en el licor del ayer, que sabe a memoria y amistad, dándole forma a aquella conversación que, recuerdo, comenzó en las luces de Rubén Darío, tan coruscantes, y acabó en el mismo antes de ayer de la poesía, que casi es hoy y es aún todavía; pero al final, ya se sabe, a uno le puede el momento, la fatiga del momento: ¿me perdonaría acaso no estar donde debería estar, diciéndole adiós a quien, sin exageración ni imprecisión ninguna, puedo llamar grande?

Autor: admin 5 enero 2008

Guillermo Martínez: La muerte lenta de Luciana B.
Destino, Barcelona, 2007

Si la novela policíaca es para algunos una metáfora perfecta de la ciencia, para Guillermo Martínez (Bahía Blanca, Argentina, 1962) lo que cuenta no son «los hechos, por supuesto, no la sucesión de cadáveres, sino las conjeturas, lo que debe leerse por detrás». Esta clave permitía interpretar su anterior novela, Los crímenes de Oxford, en la que un doctorando y un viejo lógico oxoniense se veían envueltos en la investigación de una cadena de asesinatos con apariencia de muertes naturales, y los juegos del lenguaje de Wittgenstein y el teorema de Gödel justificaban muchos excursos por los laberintos del significado: «La verdad como una circunferencia y los intentos humanos por alcanzarla como una sucesión de polígonos inscritos, con más lados cada vez, aproximándose en el límite a la forma circular. Es una metáfora optimista, porque […] la verdad también podría ser irreducible a la serie de aproximaciones humanas».

Autor: admin 4 enero 2008

Masuji Ibuse: Lluvia negra
Libros del Asteroide, Barcelona, 2007

Reseñar una buena novela es un trabajo fácil. Reseñar un clásico no es siquiera trabajo: el eco de sus páginas va dictando la reseña, acomodando las palabras por sí mismas. Así resulta con Lluvia negra, la narración de las consecuencias inmediatas de la bomba atómica de Hiroshima.

La historia central gira en torno a Yasuko, sobrina de Shigematsu Shizuma, que es objeto de toda clase de habladurías entre los vecinos. Estos rumores llegan a los sucesivos pretendientes de la joven, la cual se ve rechazada porque supuestamente está enferma de la radiación. Los pretendientes de pueblos vecinos envían emisarios para informarse sobre la joven Yasuko, y ante la eventualidad de que tenga la «enfermedad de la radiación» rechazan cualquier enlace. Semejante injusticia causa el enfado de Shigematsu, que decide iniciar la redacción de un diario en el que narrará sus impresiones de aquel 6 de agosto de 1945, y los días que sucedieron hasta la rendición de Japón, para acabar con los rumores, enseñarlo al siguiente pretendiente, y demostrar que él sí estuvo enfermo, pero que Yasuko no ha mostrado ningún signo de hallarse afectada por la enfermedad.

Autor: admin 3 enero 2008

Esteban Cortijo

En El tesoro de los lagos de Somiedo Mario Roso de Luna narra las aventuras y los itinerarios de un viaje mágico por Asturias en busca de tesoros herméticos:

Apareció enseguida en la puerta la más venerable figura que en mi vida he visto. Alto, apenas encorvado por el peso de sus dieciocho lustros, apoyándose en su bastoncillo de siete nudos y vestido con el tosco sayal de San Benito…

Nos sentamos en viejos sillones abaciales que a las claras pregonaban su abolengo cauriense, mientras alguien traía una luz.

Autor: admin 2 enero 2008

Santiago Beruete

ARTE DE TITULAR

Dios os libre, lectores, de chocar con un literato, con un genuino y estricto literato, con un profesional de las letras, con un ebanista de prosa barnizada. Sería una de las mayores desgracias que pueda sobreveniros.

(Miguel de Unamuno)

De todos es sabida la importancia que un buen título tiene en el posterior éxito de un libro. Hay quien dijo que las palabras escogidas para dar a conocer una obra auguran su porvenir. Tanto es así, que novelas malas de solemnidad han cosechado laureles merced a la sugestiva originalidad de sus títulos. Y no es menos cierto lo contrario. La historia está llena de obras maestras que han caído inmerecidamente en el olvido debido a una designación poco afortunada. Puede que, de no ser por el sortilegio de su título, creaciones tan emblemáticas de nuestras letras como La vida es sueño, Luces de bohemia o Cien años de soledad jamás hubieran alcanzado el reconocimiento que se merecen.

Autor: admin 1 enero 2008

Javier García Rodríguez

Red de redes: un prólogo a manera de cuento

Hubo un momento en que pasamos de ser nosotros a ser we. Fue la época del inglés y de los viajes a Londres o a Dublín. Pero ahora we somos wii (aunque a veces algunos se quejen: uy) y nosotros somos nosooootros; y aquellas estaciones de entonces han trocado en estaciones para jugar (dos), y siempre hay alguien que se descuelga diciendo aquello de «parece que nintiendo lo que pasa por la red». ¿La nueva religión? ¿El nuevo credo? … De todo lo visible y lo invisible, dios de dios, red de red, red verdadera de red verdadera, engendrada y no creada, de la misma naturaleza que Nadie, porque en todo fue hecha… Cantar de Cantares, Red de Redes. Hágase la web. Messenger es hoy el Hermes que transmite el mensaje de los dioses. La conquista ha comenzado: todos somos pioneros en el avance hacia el nuevo territorio invisible, esa mítica no-tierra de promisión, ese no-lugar, ese salvaje oeste que es la wild wild web. «Go Web», como cantaba aquel grupo. Un paseo por «the dark side of the web». La historia, la nuestra, inevitable: Web Side Story.

Autor: admin 28 noviembre 2007

Ana María Reviriego Rosado

Hay cosas que te atraen porque sí y te llevas media vida tras ellas.

Eso me pasaba a mí con esa pregunta ¿por qué Velázquez no pintó a Cervantes o siquiera a su trasnochado personaje?

Pensaba que un hombre tan inteligente no podía ignorar a otro tan inteligente como él, y anduve investigando, anduve tras la pista muchos años, el tufillo de que algo iba a caer se produjo varias veces, pero no. Ya se sabe, sigues una pista, luego otra, a punto está este cabo de llevarte a lo que tú buscabas, pero nada, vuelves a perderte.

Hasta que torcí por otro camino, que como muchas veces sucede, pensé que me enredaría, pero fue el que me llevó a la solución.

Autor: admin 27 noviembre 2007

Jaime Muñoz Vargas (Gómez Palacio, Durango, México, 1964) es maestro, periodista, editor y narrador. Entre sus libros destacan las recopilaciones de cuentos El augurio de la lumbre (Premio Nacional de Narrativa Joven, 1989) y Ojos en la sombra (2007), así como las novelas El principio del terror (1998), Juegos de amor y malquerencia (Premio Jorge Ibargüengoitia, 2001) y Las manos del tahúr (Premio Nacional de Narrativa Gerardo Cornejo, 2005). Es autor de la columna «Ruta Norte» en el periódico La Opinión Milenio. Coordina el taller de narrativa en el Centro de Rehabilitación Social (Cereso) de Torreón, Coahuila, ciudad donde reside. Sus piezas breves aparecen recogidas en La otra mirada. Antología del microrrelato hispánico (Menoscuarto, Palencia, 2005), de David Lagmanovich.

Autor: admin 24 noviembre 2007

José Luis Piquero: Abrigo Azul y otros poemas

La voluntad de no engañarse, la voluntad de no engañar caracteriza a la poesía de José Luis Piquero. Una poesía que sabe usar el lenguaje de todos los días de otra manera y contemplar las cosas cotidianas de manera distina, iluminar el mundo con una luz no usada.

De las relaciones sentimentales y de las relaciones familiares hablan estos versos. Nada nuevo. ¿Por qué, sin embargo, nos suena todo como si lo oyéramos por primera vez? Porque el poeta, que es un analista de los sentimientos, un investigador de la vida, no se deja engañar por ninguno de los consoladores tópicos con que nos ayudamos a sobrevivir.

Autor: admin 23 noviembre 2007

José Carlos Llop: La avenida de la luz

Lumen, Barcelona, 2007

La avenida de la luz, tras el no muy lejano La dádiva, es el nuevo libro de poemas de José Carlos Llop. Y ya en su primera composición, «Diciembre», nos ofrece alguna de las claves, o mejor procedimientos, de su poética: esa rápida enumeración cuya eficacia reside en la connotación de la palabra desnuda y cuidadosamente elegida (técnica que empleó magistralmente Borges, y muy diferente, por ejemplo, a la enumeración caótica de Neruda); esa forma insistente «de pensar en imágenes»; el biografismo; la sentimentalidad que envuelve el poema como una atmósfera ligera; el ajuste de cuentas, benévolo más que cruel, a veces irónico, con que se mira, inventariando, hacia el pasado… «Gomila Square» llama la atención por una curiosa proyección, o juego de desdoblamiento, que tampoco, en el contexto del autor, es imprevisible: «No es cosa rara verse sin ser / el que ves. No es visión de poeta, / sino algo que está en la esencia del ser». Tiene que ver también el poema con la peculiar mitología privada (¿generacional?) de Llop: fascinación por un dandismo con el signo de lo anticuado; la imaginería que proviene del cine de género, en blanco y negro preferentemente; ambientes urbanos entre la sordidez y el hedonismo; el halo romántico de ciertos nombres exóticos (Saigón); el decadentismo («Dicen que cuando acaba una civilización / la gente se entrega a la orgía / como forma de olvido y disolución del yo»); la nostalgia que es, en el fondo, una invención del pasado; la confrontación elegíaca de dos tiempos distintos que son asimismo dos rostros y dos ciudades distintas; la fe, a pesar de todo, en la palabra, en una función, no sé si absurda o mágica, de la poesía. «Entre Oriente y Occidente» rinde tributo a esa moda (o quizás algo más, dada su persistencia) del cultivo del haiku en la poesía española. De las cuatro composiciones una de ellas está escrita en catalán y solo la última, «Lunas», conjuga armónicamente dos aspectos del haiku tradicional: lo cíclico y lo sentimental que, en este caso, guarda una estrecha correlación simbólica con lo primero. Lunas, en fin, a cuyo doble influjo se someten tanto la naturaleza como los sentimientos: hielo a punto de romper en llanto. Un poema como «Aniversario» se inicia, a modo de monólogo interior (no dramático) con la primera persona del singular para pasar inmediatamente a la segunda persona. Me parece más un descuido que atañe a la coherencia textual que un recurso orientado hacia un efecto distanciador, a la expresión de ese extrañamiento con que se manejan las nociones de tiempo, especialmente pasado y futuro. Llamativas son asimismo algunas amplificaciones o redundancias relacionadas con metáforas a las que el uso, el tópico, ha lexicalizado: «Y el presente es agua entre las manos: / se escapa demasiado rápido». «El paseo de Fragonard» sí utiliza esa técnica, tan recurrente en la poesía moderna (Eliot, Cernuda) del correlato objetivo. Nada que ver en cualquier caso con aquella pedantería irritante (culturalismo, decían) a la que nos acostumbraron algunos Novísimos. El poema (casi no importa el nombre del personaje que le presta voz) tiene la frescura de aquello que se relaciona con la vida, con algunas imágenes vivas del pasado, y también, por añadidura, con la humedad telúrica y la omnipresencia ¿simbólica? del agua. Por otra parte, si es convencional el marco que sirve al tema (el locus amoenus, el idilio que sí conecta con la pintura de Fragonard), no lo es tanto esa perspectiva que podríamos llamar erotismo de la memoria, o erotismo de viejo: «Supe de su trémula densidad, / de la fruta ofrecida, de lo oculto / desvelado. Y temblé / cuando ella comenzó a orinar».