Autor: admin 22 enero 2008

Xuan Bello: La hestoria tapecida

Ámbitu, Uviéu, 2007

Xuan Bello es un autor que tiene ese no sé qué que hace falta para que la palabra escrita llegue sin salvoconductos ni pasos de frontera, directamente, al corazón del lector, casi casi sin parar a hacer noche en el cerebro. Todo buen escritor es en alguna medida un fingidor, un contador de mentiras que encierran su verdad y la de todos aquellos que lo leen raptados por ese proceso de identificación que les lleva a comprender que lo que se están echando a los ojos no tiene fecha de caducidad, que esas palabras, esos paisajes o esos personajes no son de los que se olvidan mañana o el año que viene o dentro de diez años, sino de los que se diluyen en la piel para pasar a formar parte de uno mismo. Dos libros —Al dios del lugar, además, por partida doble, pues salió primero en castellano y muy poco tiempo después en asturiano— dan fe del estado de gracia en que se encuentra la pluma del autor de Paniceiros. Dan fe de eso y también de que nos encontramos ante uno de los mayores y mejores encantadores de serpientes que ha dado el panorama literario nacional. Como para muestra basta un botón, ahí va un párrafo que les hará cimbrear un poco:

Autor: admin 6 enero 2008

Xuan Bello

Hace tres años, con motivo de su 80 cumpleaños, la revista Clarín me propuso hacerle una entrevista a Ángel González. Se la hice, en la cafetería del Hotel El Magistral, pero nunca llegué a transcribir las palabras del poeta, que hoy me sonarían si cabe más llenas de sentido y emoción, y la cinta magnetofónica, con dos horas largas de charla, se me quedó en el cajón de los proyectos como tantas cosas importantes que algún día, si el azar y la necesidad tejen su red, me vería en el punto de hacerlas; me había propuesto, en la mañana del entierro civil de Ángel González, transcribir la entrevista y comprobar esa cercana reserva que tenía su voz: me parecía la mejor forma de homenaje a un poeta que, a pesar de todas las apariencias, no ha muerto. Ha muerto el amigo, el compañero de farra, el devoto amante, el sutil merodeador de la realidad que era Ángel González: el poeta, ya les digo, sigue vivo. Las cenizas que esparcieron sus cómplices más cercanos son las cenizas del amigo, no las de quien supo decir el áspero mundo en solución de armonía. Basta con que abran sus libros, amigos lectores, para que las palabras respiren, para que un tiempo distinto a este cobre vida en sus vidas. Me había propuesto, ya digo, quedarme en casa, aplicado en el licor del ayer, que sabe a memoria y amistad, dándole forma a aquella conversación que, recuerdo, comenzó en las luces de Rubén Darío, tan coruscantes, y acabó en el mismo antes de ayer de la poesía, que casi es hoy y es aún todavía; pero al final, ya se sabe, a uno le puede el momento, la fatiga del momento: ¿me perdonaría acaso no estar donde debería estar, diciéndole adiós a quien, sin exageración ni imprecisión ninguna, puedo llamar grande?