Xuan Bello: La hestoria tapecida
Ámbitu, Uviéu, 2007
Xuan Bello es un autor que tiene ese no sé qué que hace falta para que la palabra escrita llegue sin salvoconductos ni pasos de frontera, directamente, al corazón del lector, casi casi sin parar a hacer noche en el cerebro. Todo buen escritor es en alguna medida un fingidor, un contador de mentiras que encierran su verdad y la de todos aquellos que lo leen raptados por ese proceso de identificación que les lleva a comprender que lo que se están echando a los ojos no tiene fecha de caducidad, que esas palabras, esos paisajes o esos personajes no son de los que se olvidan mañana o el año que viene o dentro de diez años, sino de los que se diluyen en la piel para pasar a formar parte de uno mismo. Dos libros —Al dios del lugar, además, por partida doble, pues salió primero en castellano y muy poco tiempo después en asturiano— dan fe del estado de gracia en que se encuentra la pluma del autor de Paniceiros. Dan fe de eso y también de que nos encontramos ante uno de los mayores y mejores encantadores de serpientes que ha dado el panorama literario nacional. Como para muestra basta un botón, ahí va un párrafo que les hará cimbrear un poco:
«Les mios manes aprieten la lluna acariciada pola nueche, aprieten el so culu y arimen el so cuerpo contra la mio polla. Nun soi quien a decir palabra nenguna. Muéveme, conmuéveme, un antiguu ritu qu’inda nun entiendo. Los llabios d’ella busquen inicialmente los mios pero al final, provocativa y desdeñosa, chúchame l’ombru, muérdelu, llámbelu como una perrina fiera, mentes les mios manes apriéten-y el culu».
¿Qué es esto?, se preguntará el lector. ¿El fragmento de una obra de Aretino o de Restif de la Bretonne traducida al asturiano? No, es parte de un pequeño cuadro pornográfico que Xuan Bello introduce en La hestoria tapecida, justo después de que el narrador ande por las tierras de El Bierzo mirando cómo se queman los montes y regando la higuera de su jardín. La genialidad limita al norte con la osadía y alguna que otra vez el genio se deja llevar y mete la pata. No seré yo quien trate de poner tabiques al campo de los géneros y excluir lo pornográfico —que tanto me gusta—, pero admitamos que cada cosa tiene su lugar y su momento, y en este libro misceláneo ni el tono ni las muy diversas líneas narrativas que se interconectan —dejando cierta impresión de novela abierta— tienen remotamente que ver con ese cuadro de sexualidad tan explícita, bien construido y resultón en su género, digno de publicarse, pero en otro lugar.
Al margen de estas pequeñas veleidades, ¿qué es La hestoria tapecida? Un conjunto de relatos («L’espeyu de tinta») y novelas cortas («La cueva del olvidu»; «Siete quilómetros y mediu») que le quitan el velo a más de una historia olvidada, como la de Evaristo Santos, Cané, el superviviente que una vez fuera joven republicano y pasó poco después a convertirse en colaborador del régimen franquista, y desgranan el tiempo vivido a ritmo de bolero, de poema o de dicho popular, para devolvernos a ese territorio real que se llama Paniceiros y se ha convertido en mágico y mítico porque Xuan Bello le ha prestado su mirada literaturizadora. Lo de menos es que alguna que otra vez esa mirada no sea demasiado precisa, como cuando se pregunta si las mujeres que están bordando en casa Manulón escucharían la radio en 1918, sin tener en cuenta que la primera emisora de radio en España no comenzó a funcionar hasta 1924 —y calculo que todavía tardaría un tiempo en llegar a Paniceiros.
Como en todo cajón de sastre encontramos en La hestoria tapecida alguna que otra pieza que no acaba de encajar del todo, pero abierto por cualquier página, leído como nos indica su autor en la nota inicial, el libro no dejará de asombrar por esas estampas capaces de atrapar un tiempo que se va, que fue nuestro y se marchó sin dejar consuelo.
Un libro distinto y bastante más compactado es Al dios del lugar, distinto y sin embargo íntimamente conectado con todo lo que hace este autor. Casi unas memorias titularon el conjunto de artículos recopilados que formaron las de Dionisio Ridruejo, y el mismo título podría haberle puesto Xuan Bello a este libro, crónica sentimental —a ratos algo canalla— de aquel Oviedo de los ochenta que vivió un escritor que acababa de traspasar la nebulosa frontera de la adolescencia con su primer libro bajo el brazo —Nel cuartu mariellu— y capacitado para ir cincelando en verso y prosa un mundo con voluntad de estilo, sin que ello le impida veinte años después caer en la cuenta de que el tiempo es ceniza y que el amor y la vida se escurren entre los dedos de la nostalgia para dar en el suelo, seguramente con el propósito de que el escritor pruebe oficio, maneras y desenvoltura al intentar recogerlos. Lo que se viene llamando un ejercicio de estilo, un tour de force consigo mismo, es lo que nos brinda Xuan Bello en estas páginas que topografían Oviedo con su catedral, sus calles del Paraíso o del Águila o su calle Oscura, pero también con su barrio de Pumarín y su Ciudad Naranco, sus ambientes estudiantiles y sus bares. Hay aquí recuerdos, vivencias, jolgorios, oraciones y amores contados con esa manera sutilmente acaramelada de decir tan propia de Bello, con esa prosa que se hace rotunda a fuerza de seducirnos suavemente, dulcemente, envolviéndonos con la magia de algo que hemos dado en llamar literatura para llevarnos a esas islas que no están en los mapas, a esos países de agua y de niebla en los que canta un jilguero.
La hestoria tapecida y Al dios del lugar forman parte de una obra en marcha que crece y crece sin dejar nunca de entusiasmar, de producir como un temblor de emoción con cada página, con cada alarde de estilo, cada nueva historia local que se convierte en universal, marcándonos el recuerdo con ese rastro ineludible que dejan los clásicos. Además, por si no estuviera suficientemente claro, estas dos obras vienen a demostrarnos que no hay lenguas grandes ni pequeñas, solo escritores de uno u otro tamaño. Xuan Bello, en asturiano, en castellano o en chino mandarín es el de más altura que tenemos.
Alfonso López Alfonso