Autor: admin 19 septiembre 2009

Raúl Pérez Cobo
Game Over
Premio Villa de Cox 2008. Pre-Textos, Valencia, 2009

Entre la articulación, el músculo y la sudoración; Game Over se escribe como una anatomía del cuerpo en forma de poética incisiva. La poesía recorre, en este teatro anatómico, el paisaje americano (Boulder Campus, Varsity Lake: Locus Amoenus, Centro Comercial, Estadio, Una playa en los Ángeles) y escruta los cuerpos que lo habitan (Modelos; Una vieja belleza americana; Animadora; Pandora, cajera de supermercado) que se fraccionan y semejan la realidad americana: «tobillos para un márketing salvaje:/la caja ya registra / lo que es perecedero, transitorio»; «Tus ojos son como un atleta joven / perdido en la derrota, avergonzado, / él ya no es uno de los elegidos». No es difícil ver en estas fracciones las de la sociedad ni hacer que estos cuerpos individuales sean reflejo del cuerpo social y entero de Norteamérica: los tobillos se entregan al márketing; los ojos, al éxito sin condiciones. En los títulos de cada poema —tipos, categorías— hay un afán de abarcar la totalidad, de hablar de un cuerpo a través de muchos cuerpos. Los poemas, a su vez, adoptan un tono sentencioso, de máxima, que busca simetrías con autores latinos y griegos presentes en casi todo el poemario.

Autor: admin 6 mayo 2009

Francisco Alba

Se entiende el complejo de los escritores franceses cuando se ven obligados a admirar la obra del pequeño Arturo. André Gide tiene la gallardía de declararlo: «La lectura de Rimbaud y del canto VI de Maldoror me hacen sentir vergüenza de mis obras». Y como él tantos otros: Camus, Sartre, Roger Caillois, Maurice Blanchot, René Char, André Breton. Todos más o menos admirables y grandes escritores. Es natural, si somos esa cosa que se llama un «hombre de letras» y encima somos franceses, ¿con qué actitud nos pondremos a escribir un ensayo o una novela o un cuento sabiendo que este jovenzuelo abandonó la poesía a los 19 años? Los mejores entre ellos sabían que cada vez que se ponían a escribir un libro, cosas del oficio, el insolente muchacho estaba mirando por detrás del hombro y seguramente más de uno oiría sus carcajadas y sus insultos, como si fuera Lucifer. Pero no sólo se reiría del producto sino de la actitud del escritor, ese serio ponerse a escribir, a ejercer la literatura con el culo sentado en el asiento. El ejemplo disuasorio de Rimbaud, que es un fenómeno mundial, también puede servirnos a nosotros, españoles de a pie. Jorge Guillén, por ejemplo, dice en uno de sus poemas: «Un hombre / con furia adolescente / —¿Angélico? Ya es tarde. Ni diabólico— / Se adivina y dice: / «Es sagrado el desorden de mi espíritu» / Se pudo trascender ese desorden: / Y se llegó a la meta: / Je fini par trouver sacré… / ¡Qué audacia, / qué insolencia genial, qué disparate!». Pobre viejo glorioso con su musa decrépita. José Ángel Valente también lo sabía: «Lautréamont y Rimbaud murieron. / ¿Podríamos nosotros sobrevivirlos?». Y termina con esta invocación: «Salud, adolescentes de la tierra».

Autor: admin 3 marzo 2009

Bruno Mesa

No existe lo imposible: el poema lo niega

Luis Feria

Saber que solo lo efímero nos muestra el sentido preciso de las cosas; que la felicidad es el agua que a nadie sacia; que para estar entero sobre el mundo hay que estar con el hombre, pero también con la tierra, con el pájaro, con el álamo y hasta con la silla y la almohada y la cebolla; que la alegría basta, que no podemos pedir más de lo que ella nos da; que el cuerpo amado es un buen cautiverio; que hay algo hermoso y paradójico en ser cada uno diferente y otro, y a la vez ser, tarde o temprano, lo mismo todos; que la vida es una demencia, y que solo podemos pedir una cosa: que esa demencia nos ofrezca su mano y nos lleve con ella.

De eso y de mucho más nos habla la irreverente y afortunada obra de Luis Feria, y yo no sé si es mucho o poco. Sé que a mí me basta su prodigio.

¿Puedes hacerle un poema al charco, al libro, a la uva negra o al poema mismo, y que ese poema venga como recién nacido, vestidito de fiesta para que tú lo leas, como si nadie hubiera escrito antes cosa alguna sobre el charco, el libro, la uva negra o el poema? Será ese el milagro de Feria.

Autor: admin 1 enero 2009

Alejandro Bekes

Recuerdo que un día, conversando con un amigo a quien considero un buen poeta, le dije que una de mis lecturas inolvidables de la adolescencia había sido la de Rubén Darío. Él me repuso que en su adolescencia había leído a los poetas norteamericanos y que jamás se le hubiera ocurrido leer a Rubén Darío. No le pregunté por qué rechazaba él a Rubén Darío, aunque después pensé que tal vez la culpa de eso la tuvo algún profesor o profesora de literatura. Le pregunté en cambio si había leído a aquellos poetas en inglés, y me respondió que no, que los había leído en castellano. El detalle es que entonces él no había leído a Ezra Pound o a Robert Frost o a Conrad Aiken, sino al traductor de esos y de otros poetas. Es claro, se me dirá, que con este criterio nadie ha leído a Platón ni a Dostoievsky, salvo los contados que entre nosotros pueden leer de corrido el griego o el ruso. Es una gran verdad. Y agreguemos a esa verdad esta otra: que si puede haber considerable distancia entre lo que expresó un novelista o un filósofo y lo que su traductor nos hace creer que dijeron, esto se multiplica hasta el escándalo cuando se trata de poesía.

Autor: admin 25 septiembre 2008

Renée Vivien: Poemas. Traducción de Aurora Luque

Igitur, Tarragona, 2007

El fin de siècle estuvo dominado, sobre todo en Francia, por un marcado malditismo que, en literatura, tuvo su efervescencia en obras de tono andrógino. Pensemos en Pierre Louÿs (autor de Afrodita y Les Chansons de Bilitis), cima de este malditismo finisecular francés. Admiradora de Louÿs fue Pauline Mary Tarn, una de las escritoras malditas par excellence de todos los tiempos. Nacida en Londres en 1877, se crió y educó en París, por lo que eligió el francés como lengua literaria. Su primera obra data de 1901: Études et Préludes. Desde esta obra, y la siguiente, Cendres et poussières (1902), Pauline fue René Vivien. Será a partir de Évocations (1904), plenamente parnasiano, cuando la poetisa sume una «e» a su seudónimo, resultando al fin Renée (renacida), mujer que desea y ama a otra mujer. Sus poemas amorosos pasaron a ser exponente del lesbianismo literario, y Pauline se convertía en «Safo 1990», inaugurando el territorio postrero de un legado sáfico. Tuvo tres amantes importantes: la americana Natalie Clifford Barney (tan presente en primeros libros, léase su poema «A la mujer amada»), la baronesa Helène Zuylen de Nyevelt y, desde 1906, una enigmática mujer llamada Kérimé, tras cuya relación su vida se vio envuelta en un clima de destrucción, abocándose entonces al suicidio, al alcohol, a la amnesia, a la disentería, a la anorexia. Una neumonía acabaría con su vida en 1909, cuando había cumplido 32 años.

No había sido reconocida en nuestra lengua (ni en la francesa siquiera) la obra andrógina y parnasiana de Vivien (también publicó dos novelas y varios libros de cuentos). Los tiempos parecen cambiar. Tras Cenizas y polvo (2006), en traducción de Joaquín Negrón, y una edición de Estudios y preludios (2006), preparada por Jiménez Burillo, aparece Poemas, una completísima antología de gran parte de sus trabajos poéticos, traducidos con encomiable adaptación rítmica por Aurora Luque, quien presenta unas versiones sin rima, pero con metro, en las que se mantiene la forma estrófica (sonetos y cuartetos con gran presencia de alejandrinos blancos). Evidentemente una rima consonante hubiera dejado textos menos actuales, aunque en algún poema —«En el puerto»— se haya construido con rima asonante. Un ejemplo de traducción libre la hallamos en un verso de «Desnudez»: «Puis, lys entre lys, m’apparut ton corps blanc, que Luque traduce «lirio entre lirios, blanco, se me mostró tu cuerpo». Asimismo, la traductora incluye al final del libro algunos fragmentos de la novela La pasión de Renée Vivien (1994), de Maria-Mercé Marçal, en la que reconstruye la vida de la escritora partiendo de cartas y testimonios de época.

Mujer, escritora y lesbiana. Tres identidades que, sumadas, han conformado una forma expresa de rechazo en el ámbito literario de todos los tiempos. Y dos temas en su poesía: el erotismo y la mujer como proyección vital, siempre bajo el eje de Eros y Tánatos (de cierto «fervor tanático» hablará Luque) y el spleen de Baudelaire («El laberinto»). Incidental me parece la presencia de lo «griego» en su poesía, aunque florezca de vez en vez el mito del andrógino platónico, afirmándose a su parte femenina. Da la impresión de que tiene más peso el aspecto decadente que el mitológico. Aún así es esencial en su poética un clima helénico y mitológico. En «Al desembarcar en Mitilene» se advierte el ferviente influjo de Safo, a quien Renée tradujo en aquella época, mientras en «Ven, Diosa de Chipre» se ofrece un cántico dionisiaco de veta sáfica: «la noche del festín es breve entre las noches». Luque se refiere a que «la pasión se contempla en Vivien como destino absoluto». Una pasión desterrada que se vive «con arte, con lentitud y ternura», y se muestra tendente al dolor, a la melancolía de lo sido: «solo busco y deseo, y, sobre todo, añoro». Y encontramos amor posesivo y entregado («La ofrenda»), sexual y carnal («El cohete» o «Canción») y amor contradictorio —exclusus amator— , como en un poema de estirpe catuliana, titulado «Grito»: «y te odio y te amo abominablemente». Incluso hallamos indicios de rito amatorio en el poema «Bacante triste», el cual narra una orgía en la que Pauline se vio envuelta por su amante, Natalie Clifford, ya que ésta quería introducirla en el amor sáfico, y para ello escenificó una orgía con presencia de amigas y profesionales.

De modo que perdura una lectura feísta, decadente y hasta vampiresca del parnasianismo finisecular, con grandes dosis de estética prerrafaelista, que, en casos, redunda en ejercicios parnasianos. Verlaine se halla muy presente (léase «Nocturno»: «amo la languidez…»), como así Rimbaud (en un poema muy «feísta», «El amor tuerto»). Llama la atención en Renée ese abrazamiento del dolor. Desde su poética expresada en «Vencida» hasta tantos versos que delatan un estado de ánimo precario, y hasta convulso: «mi triste ruina arrastro», «errante voy» o «mi destino padezco», impregnados del horaciano y trastocado carpe noctem («Nuestra es la noche»). Se formula pues una adoración de la noche, cuya simbología nos arrastraría a una concepción negada de la vida, triste y oscura, pero bella: «la noche es nuestra. El día, que sea de otros». Desengaño vivieniano, en definitiva, y una poesía tan femenina que leemos: «marchamos al azar de nuestros sueños», «marchamos lentamente, nuestra sombra nos sigue», por lo que no es raro que sus versos se hayan significado en consigna en tiempos modernos.

Nos llega una Renée Vivien femenina, renovada, actual. Una poeta con un talento mayúsculo, vitalista y luchadora, a ratos oscurecida por el dicterio de la escuela parnasiana. Ocasión para revisar mitos y empaparnos de una fiesta del deseo, donde «las tinieblas se vuelven de un violeta que es gris», y cuyo recuerdo «es hermoso como un palacio en ruinas». Que así sea.

Ricardo Virtanen

Autor: admin 25 septiembre 2008

[Nota y versión de Antonio Rivero Taravillo]

LA POESÍA DE LA MORBIDEZ

Algernon Charles Swinburne (1837-1909) bien ilustra ciertos aspectos de la poesía victoriana inglesa, de esa su vertiente más subterránea, que muchas veces constituye el anverso de esa otra cara «amable» de la literatura oficial que personifica Tennyson, el Poeta Laureado. Como él, aborda los poemas de recreación artúrica, pero en ellos deja la impronta de su psique retorcida y transgresora. Los suyos son, a los Idilios del Rey, como los grabados decadentes y voluptuosos de Beardsley a la sosegada y armoniosa obra de Millais.

Autor: admin 25 septiembre 2008

Pilar Merino

El día 16 de abril de 2007 se presentaron en Madrid las conclusiones finales del trabajo de investigación Exhumación e identificación de los restos de don Francisco de Quevedo, realizado por la Escuela de Medicina Legal de la Universidad Complutense de Madrid, tras un acuerdo suscrito con el Ayuntamiento de Villanueva de los Infantes (Ciudad Real). Han sido muchas las voces que, tras conocer esta noticia, se han alzado para reclamar una explicación, para indagar en el porqué de este estudio, en los motivos por los que ha sido necesario identificar los huesos de Quevedo cuando, según sus últimas voluntades, el destino de su cuerpo no sería una incógnita sino una tumba precisa y bien delimitada. ¿Cuáles son esas razones?

Autor: admin 25 septiembre 2008

Felipe Benítez Reyes

Ángel González era un melancólico vitalista, un desengañado con ilusiones, un desilusionado sin remedio que no se había desterrado por voluntad propia ni del presente ni del futuro, un ilusionado sin causa, un irónico con un sentido trágico de la existencia o acaso un trágico con un sentido irónico de la vida, porque es posible que, en este caso, el orden de los factores implique un matiz relevante.

Autor: admin 20 julio 2008

Javier García Rodríguez: Estaciones.
Introducción de Juan Bonilla Ediciones KRK, Oviedo, 2007

La buena poesía nunca ha dado la espalda a la teoría literaria, incluso antes de su existencia. Las reflexiones metapoéticas han sido una constante, un rasgo intrínseco a la escritura lírica, y en nuestro presente, una condición necesaria que tendrá que acometerse con riesgo, sabiendo aprovechar la literariedad explícita que contienen los discursos teóricos al mismo tiempo que se transforman en motores poéticos.

Autor: admin 19 julio 2008

Mario Mínguez: El cazador

Pre-Textos, Valencia, 2008

El cazador es el tercer libro de Mario Míguez (Madrid, 1962), y supone, en opinión de quien esto escribe, la maduración completa de esta voz, tan poco conocida como imprescindible. Se trata, digámoslo ya sin más preámbulos, de un libro excepcional, de los que sólo se ven muy de cuando en cuando. Un logro de madurez de un poeta plenamente dueño de sus recursos, capaz de alcanzar resultados de primerísimo orden tanto en el poema breve (léanse, a modo de ejemplo, los siete versos de «Sol constante») como en el desacostumbradamente largo. No es nada habitual que en un poema como «La casa», de cerca de doscientos versos, se encuentre uno con la intensidad, sostenida sin fallo, la precisión y la nitidez que comparecen aquí. Pero es, en realidad, todo el libro lo que habría que destacar; no hay un solo poema flojo, o que parezca incluido meramente para completar el número de páginas. Todos, del primero al último, podrían antologarse sin escrúpulo.