Autor: admin 21 mayo 2007

Hart Crane: El puente
Traducción de Jaime Priede
Trea, Gijón, 2007

Posiblemente dos de los grandes problemas en la vida de Hart Crane (1899-1932) fueron ser homosexual en una sociedad totalmente homofóbica y ser un temerario borracho en una época de prohibición. A Crane, un Rimbaud de vía estrecha o un Pasolini de vía ancha, le interesaban las aventuras difíciles, anónimas y pasajeras, casi siempre imposibles que, a veces, terminaban en violencia. Promiscuidad que intenta diversificar con la creación del heterónimo Mile Drayton como nombre de guerra. La única relación estable y breve que tuvo en su vida amorosa fue con el sobrecargo de un barco danés, Emil Opfeer, al que conoció en la primavera de 1929. De esta unión quedan los seis poemas de Voyages. Crane iba en busca de “the secret oar and petals of love”.

Al llegar a Nueva York vivió en Columbia Heights, en el número 110, una casa localizada al final del Promenade, en Brooklyn junto al rumor del río, de los muelles y del puerto y cerca del otro rumor: el de los marineros y trabajadores portuarios. Desde la ventana donde tenía la mesa de trabajo, Crane veía el puente de Brooklyn. Por esta misma ventana años antes, el ingeniero Roebling observaba la construcción del puente.

Autor: admin 19 mayo 2007

Luis Bagué Quílez: Poesía en pie de paz
Pre-Textos, Valencia, 2007

Desde que Jürgen Habermas identificó la noción de posmodernidad con la postura neoconservadora de quienes creen que la modernidad ha fracasado y que, por tanto, sus impulsos utópicos (sus proyectos teleológicos) deben ser suprimidos, muchas han sido las voces críticas que han querido intervenir en el debate. Jean Baudrillard, por ejemplo, se situaba en las antípodas de Habermas al afirmar que el estado actual es “el estado de la utopía realizada” y que, en el fondo, “la revolución ya ha tenido lugar en todas partes, solo que no del modo que se la esperaba” (p. 78). Habermas, sin embargo, argumenta que la modernidad (o el proyecto de la Ilustración cuya meta fue el desarrollo de una ciencia objetiva, de una moralidad sujeta a leyes universales y de un arte autónomo) no es un proyecto fracasado sino inacabado.

Si el proyecto de la modernidad no fue completado, como sugiere Habermas, es posible todavía entender el posmodernismo como una cara de la modernidad, tal como pretende, por ejemplo, Matei Calinescu. O bien, como sostiene David Harvey, desde el ámbito de la crítica anglosajona, pensar que el posmodernismo no implica tanto una ruptura total con la modernidad sino que sería apenas una crisis particular dentro del modernismo; un modernismo que, por otra parte, nunca fue homogéneo, como suponen sus críticos.

Autor: admin 17 mayo 2007

Fernando Aramburu: Los peces de la amargura
Tusquets, Barcelona, 2006

¿Se ha ocupado la literatura en euskera y en castellano de los efectos que la violencia de los abertzales ha producido en la vida cotidiana de los ciudadanos del País Vasco? Lo cierto es que sí, aunque tengamos la sensación de que menos de lo que debiera, quizá porque la mayoría de esos libros no ha trascendido a la opinión pública tanto como era de esperar. Dicha situación, ¿acaso pueda atribuirse a que no posean suficiente entidad literaria? Creo que en absoluto, ya que entre los autores que han tratado este trágico asunto se encuentran obras de reconocido interés y sobrado valor literario, pertenecientes a Raúl Guerra Garrido, Julia Otxoa, Bernardo Atxaga, Felipe Juaristi, Miguel Sánchez-Ostiz o, por citar casos concretos recientes, las obras de Maite Pagazaurtundúa (los cuentos de El viudo sensible y otros secretos, 2005) y Ángel García Ronda (la novela La respuesta, 2005).

Autor: admin 16 mayo 2007

Andrés Trapiello: La cosa en sí
Pre-Textos, Valencia, 2006

A estas alturas hace falta tener muchos prejuicios o leer con muchas dioptrías 
(o, simplemente, no leer) para no advertir o no saber que lo que está haciendo Andrés Trapiello con su Salón de pasos perdidos es el mayor proyecto narrativo que se está llevando a cabo en este país, y seguramente en nuestra lengua. Y lo de “mayor”, desde luego, no es solo por lo voluminoso (van catorce entregas que, reunidas, rozan ya las diez mil páginas) sino por la trascendencia de lo que en ellos se va tejiendo, convirtiéndose tomo a tomo (y con mucho más silencio y humildad de lo que alguno pudiera pensar) en una particularísima y preciosa crónica de lo que nos está pasando. Estoy seguro de que en el futuro estos libros serán aún más leídos que ahora, ya que de ellos tendrá que quedar lo que más importa: no tanto lo que tienen de divertido y malicioso paseo por las cloacas y las tripas de la “vida literaria” nacional, sino la vida y poesía que rebosan de las páginas dedicadas al campo extremeño, al Rastro, a las gentes sencillas y humildes que se cruzan en su camino, o a su familia y amigos.

Autor: admin 15 mayo 2007

Víctor Hugo: El promontorio del sueño
Siruela, Madrid, 2007

En 1834, un Víctor Hugo siempre atento a los avances técnicos, vivió la experiencia de mirar la luna por un telescopio en el observatorio del astrónomo François Arago. Muchos años después, escribiría esta extraña y fascinante obra, poema en prosa a veces, delirante evocación de muchas mitologías, orgía de sensaciones sobre lo que forma al ser humano, la capacidad de soñar.

Victoria Cirlot traduce y prologa el libro brillantemente, destacando la modernidad implícita de un texto que, según dice, se ha relacionado, por su tratamiento del sueño, con la Aurélie de Nerval, lo que, junto a la obra de Novalis, vendría a constituir algo así como un precedente del surrealismo: “Llena el folio de nombres elegidos por su sonoridad, salta de uno a otro, llevado por no se sabe qué lógica, y hasta tal punto conduce al lector a una carrera vertiginosa que este no oye un segundo de silencio, concentrando su atención al máximo como reclamaba Breton para la escritura automática”. No se trata, no obstante, aclara Cirlot, de este tipo de escritura, pero sí hay una intención por parte de Hugo de dejarse ir en lo sensitivo, en lo visionario, en consonancia con los pequeños cuadros que pintaba, llenos de figuras borrosas y abstractas, como manchas insinuantes, algunos de los cuales se reproducen en esta edición.

Autor: admin 1 mayo 2007

Luis Landero: Hoy, Júpiter
Tusquets, Barcelona, 2007

Lo primero que debe hacer el buen lector de las novelas de Landero es quitarle el sostén al libro. Porque conociendo al autor hay que reprochar a su editorial el intento —legítimo por otra parte— de convertirlo en “escritor-estrella” muy a pesar del desinteresado, o sea, el propio Landero. Lee uno así en el sostén o en la faja promocional del libro, según prefieran ustedes, lo siguiente: “Después de cinco años Hoy, Júpiter de Luis Landero: la novela que todos estábamos esperando”. Primero: a las cosas importantes, como ya dijo el maestro Unamuno, no se las espera, se las aguarda, y las novelas de Landero son importantes y suelen tener carácter de acontecimiento literario. Segundo: desde luego que todos estábamos esperando su nueva novela, y es de suponer que hasta el propio autor; pero los lectores de Landero se han contagiado de esa indolencia templada, de tardanza contemplativa con que el autor se toma el oficio de ser escritor y la concepción misma de la literatura. Nadie peor que Landero para caer en las zozobras del marketing, en los espantajos de los plazos de entrega. Por eso sobra el sostén de la novela. ¡Pues claro que estábamos esperando —aguardando por mejor decir— su libro! Pero no habría pasado nada si la tardanza se hubiera convertido en vigilia de la vigilia de la vigilia…

Autor: admin 27 marzo 2007

Emilio Cecchi: México
Minúscula, Barcelona, 2007

El profesor italiano Emilio Cecchi, tras algunos meses enseñando literatura en la Universidad de California, en Berkeley, decide pasar sus vacaciones en México. Fue en 1930; dos años después publicó en un breve volumen sus impresiones. Con presentación de Ítalo Calvino se traduce ahora en una de esas pequeñas editoriales cuya norma es ofrecer solo libros memorables.

Pese al escueto título, se tarda muchas páginas —casi la mitad del libro— en cruzar la frontera. Comienza con un recorrido por las “ciudades abandonadas”, polvorienta galería de fantasmas, lo que queda de la fiebre del oro, y sigue por un Hollywood que está aprendiendo a hablar. Allí nos encontramos con Adolphe Menjou, “el hombre más atildado del mundo”; con Gloria Swanson, “mejor al natural que en la pantalla”, con Buster Keaton, que es igual dentro y fuera de la pantalla. A Keaton le dedica Cecchi la mayor de sus admiraciones.

Autor: admin 25 marzo 2007

Lawrence Grobel: Conversaciones con Al Pacino
Belacqva, Barcelona, 2007

De su primer encuentro con Al Pacino, toda una estrella ya en 1979 cuando el polémico rodaje de A la caza (William Friedkin, 1980), Lawrence Grobel, el conocido entrevistador de Marlon Brando y Truman Capote, recuerda que el piso del actor en Manhattan tenía una pequeña cocina con aparatos desgastados, un retrete cuyo váter no dejaba de soltar agua, una habitación dominada por una cama deshecha, y un salón amueblado como el escenario de una producción de 3.ª categoría sobre un vagabundo urbano. Eso sí, por todo ese salón había obras de William Shakespeare en ediciones baratas de esquinas dobladas. Y es que Shakespeare y el teatro son aspectos fundamentales en la vida del actor neoyorkino, quien nunca ha dejado de sentir que sus raíces están en el teatro, adonde regresa siempre que la presión de ser una estrella de cine se le hace demasiado grande.

Autor: admin 24 marzo 2007

José Luna Borge: Pasos en el agua. Veleta de la curiosidad
Llibros del Pexe, Gijón, 2007

Los diarios de José Luna Borge son los diarios de un hombre triste que busca en los sótanos de su memoria y en los estantes de su biblioteca lo que la vida le regatea o le niega o le hurta. Empujada siempre por el mismo viento, un viento de sombra, su Veleta de la Curiosidad (que no sabría uno decir cuánto tiene que ver con la de Ángel María Pascual y con la de Miguel Sánchez-Ostiz) permanece quieta, impasible, así pasen los años, apuntando hacia una región de niebla perdida en el horizonte. No se desprende Luna Borge de su chaqueta a la hora de sentarse a escribir su diario. Y el gris marengo de esa chaqueta se proyecta sobre sus cuadernos como la lámina de un asfixiante cielo bajo.

Autor: admin 22 marzo 2007

Francisco Umbral: Amado siglo XX
Planeta, Barcelona, 2007

Con la figura de Francisco Umbral viene sucediendo como con aquello que la leyenda contaba sobre el Cid: la aureola de vencedor y la fama terrible que el guerrero de Vivar tenía entre los musulmanes eran aprovechadas por las huestes castellanas para seguir obteniendo victorias incluso muerto el Campeador. El procedimiento es conocido: bastaba componer un poco el cuerpo sin vida del héroe y enderezarlo a lomos de un caballo a la vanguardia del ejército para que su simple visión despertara en las filas enemigas el horrendo pavor que los llevaba a salir huyendo, obteniendo así los de Castilla un triunfo más. Sustitúyase aquí aquella fama terrible del Cid por la no menos terrible (premio Príncipe de Asturias, el Nacional de las Letras, el Cervantes, etcétera) de Umbral; las huestes castellanas por un determinado periódico y una determinada editorial que siguen utilizando el nombre de este escritor como reclamo, las victorias sobre los moros de los unos por victorias en número de lectores de los otros, y sustituyamos, en fin, el cadáver tieso del Cid por Umbral. Obtendremos por medio de esta analogía una idea bastante aproximada del asunto, si bien algo menos épico en el caso que nos ocupa.