Autor: admin 6 marzo 2009

Pedro García Martín

El Madrid al que allega el joven Miguel de Cervantes, endomingado merced a su recién nacida Corte, estaba cojo de orientación. Apenas poseía tres puntos cardinales: un palacio vetusto, un camino alargado y un curso fluvial más bien escaso.

La residencia soberana, asentada sobre solar moruno cerca de la plaza de Oriente, erigía su inmensa mole parda entre jardines solazados y huertas floridas. Escenario ameno que no era óbice para el deambular de duendes por sus frías estancias, el requebrar de amantes fantasmales por sus pasadizos misteriosos, el crujir de extraños ruidos que alimentaban el magín ya de por sí supersticioso del vecindario. La salsa de las hablillas, a día siguiente, en los corrillos de Las Losas de palacio.

Autor: admin 6 marzo 2009

Javier Fresán

A Javier Gomá Lanzón (Bilbao, 1965) le gusta hacer semblanzas. Me lo confiesa mientras comemos en el restaurante al que me invita, un gallego cercano a la Fundación Juan March, que dirige desde el año 2003. También yo intento retratarlo en medio de la animada conversación, y poco a poco se dibuja el perfil de un hombre apasionado, con una curiosidad desbordante. De vocación totalizadora, capaz de explorar las vidas paralelas de Goethe y Rosseau mientras sus hijos juegan a fútbol en el salón de casa. Quienes visiten la Fundación lo encontraran sentado en la primera fila del auditorio, con una carpeta en la mano. Me cuenta que es el capítulo o la conferencia en la que trabaja en ese momento; quiere tenerlos siempre cerca, un poco a modo de amuleto. Tras sus estudios de Filología clásica, se licenció en Derecho en sólo tres años y fue número uno en la oposición a Letrado del Consejo de Estado. «Un lugar maravilloso, al que sólo hay que ir los jueves, aunque se trabaja mucho más». Durante el resto de la semana, se doctoró en Filosofía y comenzó a escribir Imitación y experiencia (Pre-Textos, 2003; Crítica, 2005), primera piedra de un proyecto filosófico de largo alcance, que ya había vislumbrado durante su adolescencia. Con esta obra ganó el Premio Nacional de Ensayo, hecho más o menos insólito —recalcó la prensa— si consideramos que se trataba del primer libro de un filósofo de menos de cuarenta años, sin posición académica estable. Después vino Aquiles en el gineceo (Pre-Textos, 2007), una reflexión en clave mitológica sobre los estadios de la experiencia de la vida. Es precisamente este concepto, de cuya desatención filosófica se lamentaba Ortega, el que conduce una tetralogía de la que nos ofrecerá una nueva entrega, Ejemplaridad pública, en septiembre de este año.

Autor: admin 5 marzo 2009

Andrés Trapiello

El escrito que el lector va a encontrar a continuación es la tercera versión de uno que fui enviando sucesivamente a la revista Paradores, que edita la editora Hachette por encargo de la empresa Paradores Nacionales, de titularidad pública, y que la revista Paradores y la Dirección de la empresa tuvieron a bien rechazarle a uno otras tres veces.

Quizá valga la pena relatar aquí la modesta peripecia; quién sabe si acabará teniendo más interés moral este proemio que interés literario pueda tener el articulito.

Autor: admin 5 marzo 2009

Marcelo Casarin

En el día recién amanecido, se levanta un tenue vapor que pareciera nacer de la nariz de Brack. El animal bufa, salta y lloriquea pidiendo que lo liberen de la correa, para salir a toda velocidad a devorarse los campos.

Es el primer día de la temporada y mi padre se calza los borceguíes parsimoniosamente: se demora como si no le importara, aunque sabemos que detrás de esa mirada imperturbable él también siente ansiedad, y quiere estar caminando entre los surcos de lo que fue el sembradío, y hoy será nuestro coto de caza. Claudio y yo estábamos listos desde la noche anterior, y ahora tenemos la misma excitación de Brack, aunque por dentro. Pero Brack, él está transformado: gime y tironea, suplicando que lo suelten y lo dejen salir a buscar las perdices que le han sido vedadas por tanto tiempo. «Ojo —dice mi padre— nada de cargar las armas antes de cruzar el alambrado, sujeten al perro porque atropellará el campo como un loco, tranquilizálo Mauricio mientras yo termino de cambiarme».

Autor: admin 3 marzo 2009

Bruno Mesa

No existe lo imposible: el poema lo niega

Luis Feria

Saber que solo lo efímero nos muestra el sentido preciso de las cosas; que la felicidad es el agua que a nadie sacia; que para estar entero sobre el mundo hay que estar con el hombre, pero también con la tierra, con el pájaro, con el álamo y hasta con la silla y la almohada y la cebolla; que la alegría basta, que no podemos pedir más de lo que ella nos da; que el cuerpo amado es un buen cautiverio; que hay algo hermoso y paradójico en ser cada uno diferente y otro, y a la vez ser, tarde o temprano, lo mismo todos; que la vida es una demencia, y que solo podemos pedir una cosa: que esa demencia nos ofrezca su mano y nos lleve con ella.

De eso y de mucho más nos habla la irreverente y afortunada obra de Luis Feria, y yo no sé si es mucho o poco. Sé que a mí me basta su prodigio.

¿Puedes hacerle un poema al charco, al libro, a la uva negra o al poema mismo, y que ese poema venga como recién nacido, vestidito de fiesta para que tú lo leas, como si nadie hubiera escrito antes cosa alguna sobre el charco, el libro, la uva negra o el poema? Será ese el milagro de Feria.

Autor: admin 2 marzo 2009

Andrés Pau

La producción narrativa de Horacio Castellanos Moya (Tegucigalpa, 1957) ha alcanzado —aun en España, donde algunos de sus libros permanecen inéditos— tal importancia que consideramos urgente una aproximación al conjunto de su obra. Siquiera sea un esbozo de análisis del corpus narrativo del escritor salvadoreño nacido en Honduras; aunque tal vez deberíamos escribir escritor centroamericano, una definición también inexacta, si tenemos en cuenta que Horacio Castellanos Moya se ha definido en más de una ocasión como apátrida.

Si observamos el aparato crítico que se ha aproximado a los libros de Horacio Castellanos Moya hasta el momento, encontramos el persistente dominio de tres palabras: violencia, cinismo y oralidad. Tres conceptos que, en mayor o menor grado, sobrevuelan los comentarios críticos, las ponencias en congresos, los trabajos académicos, incluso las entrevistas que ha ido concediendo el propio autor al hilo de la aparición de cada una de sus obras. Violencia, cinismo, oralidad: tres palabras que sugieren, garantizan diríamos, una producción dura, nada propensa a las concesiones; una narrativa eléctrica y electrizante, sin demasiados vendajes morales que coarten su expresividad, a menudo desencajada; una narrativa, en fin, donde los personajes se expresan de viva voz y aun a gritos, para retratarnos —o al menos morir en el intento— la cruda realidad, si es que la realidad existe y se puede aprehender con palabras, de ese pequeño y delgadísimo istmo que la humanidad conoce como Centroamérica.

Autor: admin 1 marzo 2009

Felipe Benítez Reyes

AMOR. 1) Según Pavese, que anduvo a malas con él, la libido de un macaco. 2) El aventurero Agustín de Rojas, en El viaje entretenido, pone en boca del actor Miguel Ramírez esta apreciación: «El amor es rey absoluto de todo y verdadero señor del pecho, que pisa hierba y deshace palabras; que para él no aprovechan encantamientos ni conjuros, hacer imágenes, encender velas, decir oraciones al alma, formar caracteres en pergamino virgen; todos los hechizos del monte de la Luna, Tesalia, Colcos y Rodas, Pentaculos de Salomón y cuanta Geomancia hay, todo es nada llegado a querer de veras, que estas son las verdaderas hechicerías». 3) Según Groucho Marx, «lo malo del amor es que muchos hombres lo confunden con la gastritis y, cuando se han curado de la indisposición, se encuentran unidos en santo matrimonio a una mujer con la que, en situaciones normales, no los pillarían ni borrachos». 4) Al entender de Luis Cernuda, «al amor no hay que pedirle sino unos instantes, que en verdad equivalen a una eternidad». 5) La Rochefoucauld daba por supuesto que «hay gente que no hubiera amado nunca si no hubiese oído hablar del amor». 6) Comeclavos, el personaje de Albert Cohen, propone estos tres extremos: «El amor no es la dama que te gusta, sino las cartas que le escribes», «El auténtico amor no es vivir con una mujer porque la quieres, sino porque vives con ella» y «El amor es la costumbre y no juegos de teatro» (y en esto último parece coincidir con el narrador de El diablo en el cuerpo cuando afirma que «no es en la novedad donde encontramos los mayores placeres, sino en la costumbre», aunque unas páginas después contradice este pronóstico optimista). 7) Divaguemos: cuando percibimos que en el amor nos va maravillosamente bien, significa que nos va maravillosamente bien, en eso no hay trampa posible: refulge el espejismo, la deslumbrante ofuscación que tiene los días contados, porque es como el cohete que asciende por el cielo nocturno, en la noche festiva, con la soberbia de querer explotarle a Dios en la frente, aunque luego desciende liviano, con su cascada púrpura de chispas mortecinas, con su llovizna ingrávida de estrellas moribundas… Etcétera. Y se apaga: bluf. Y, a partir de ahí, las cuentas empiezan a ser irregulares: la suma es una resta. Si damos por hecho que en el amor nos va muy bien, significa que nos va bien, porque si nos fuese muy bien, ni siquiera nos plantearíamos cómo nos va. Cuando nos vemos obligados a convencernos de que en el amor nos va bien, estamos ocultándonos que nos va regular. Cuando admitimos que en el amor nos va regular, hay que deducir que nos va mal. Cuando aceptamos que en el amor nos va mal, es que nos va muy mal. Si nos resignamos a asumir que nos va muy mal, no cabe duda: se trata ya de un infierno. Si reconocemos que nuestro amor es un infierno, es que se trata en realidad de ese infierno de máxima seguridad que está gobernado por un ente muy complicado: el Demonio del Demonio; un infierno, en fin, que excede los límites de la conciencia: en el lugar exacto en que una vez estuvo localizado un paraíso aceptable, dos alimañas se arrancan mutuamente el corazón y lo devoran con repugnancia. 8) Cuando las cosas se torcieron entre ellos, Francis Scott Fitzgerald le dijo a Zelda, el amor oficial de su vida: «Eres una escritora de tercera fila y una bailarina de tercera fila».

Autor: admin 21 enero 2009

Lino González Veiguela

Las situaciones difíciles intensifican los vínculos que nos unen a los demás hasta extremos que no creíamos posibles. Las situaciones difíciles también nos obligan a replantearnos dónde están nuestros límites, tanto en lo que se refiere a nuestras debilidades como a nuestras fortalezas. Esto se explicaría, en parte, porque las situaciones que nos ponen a prueba exigen de nosotros que nos olvidemos de muchos de nuestros comportamientos y modos de razonar habituales, de pronto superfluos, para concentrarnos en lo verdaderamente importante. En la guerra, según Arkady Babchenko (Moscú, 1976), lo verdaderamente importante es cómo conseguimos posicionarnos frente a cuestiones que en la vida civil, estando presentes, sólo se dan en niveles de intensidad tan bajos que podemos llegar a no apreciar siquiera su importancia: miedo, deber, valor, honor, camaradería, disposición al sacrifico…Esto por lo que respecta al haber de la guerra; en el debe, estaría todo lo demás: la sinrazón, las muertes absurdas, el caos, la barbarie…

Autor: admin 21 enero 2009

José Ángel Cilleruelo y Vicente Luis Mora

1. Encontrados (dos en contra del tiempo)

Nuestra idea del tiempo como línea infinita fue inventada para tener la ilusión de que siempre avanzamos.

(Rafael Cadenas)

¿Pueden dos ser uno? Sí, desde que uno es, por lo menos dos. Lo dijo Pessoa, y antes que él San Agustín. La dualidad es una forma rigurosa de identidad: incluye los errores y los excesos, que son al cabo lo que nos constituye. Así que, como uno que soy, hablaré hoy del tiempo que nos rodea, que es tan enorme como inútil, tan agobiante por su densidad como inoperativo por la cantidad de condicionantes que existen para poder volverlo usable y táctil. A nuestro alrededor no hay sino un excesivo consumo de tiempo, exigido por la vida metropolitana (incluyo el uso de telecomunicaciones, que produce un gasto en tiempo desorbitado —mi abuela decía: vale más tienda cara que alacena barata—) y la historia es así, más o menos: antes, cuando costaba mucho comunicarse, apenas gastaba uno tiempo escribiendo cartas o haciendo costosas llamadas telefónicas; ahora, por el contrario, la facilidad hace que todo el día andemos colgados del correo electrónico, de los chats, de los blogs, y de nuestras páginas en Facebook o en Twitter; eso si tenemos suerte y carecemos de Intranet en el trabajo. Necesitamos tanto tiempo para comunicarnos que ya ni siquiera vemos la tele; recientes estudios dicen que en España lo más consumido en el tiempo de ocio ya es Internet, frente a la televisión (aunque yo sostengo que lo consumido somos nosotros, no hay más que vernos). Y ese consumo brutal de tiempo afecta a nuestro trabajo y a nuestra familia, de modo que si quieres preservar esos dos espacios, no queda más remedio que romper con algo… y todos hemos acabado rompiendo con los amigos y la bohemia, lo más frágil en cuanto a exigencias de tiempo. Alguien que apenas usa Internet, Javier Marías, lo puso bien claro negro sobre blanco: «Según una consultora norteamericana, los trabajadores de su país son interrumpidos una media de once veces por hora —aquí se incluyen las llamadas telefónicas y las distracciones de los compañeros, pero la mayoría se deben al dichoso e-mail—, lo cual significa ochenta y ocho veces por jornada y una cada menos de seis minutos, algo pésimo para la eficacia y la concentración. Este descentramiento perpetuo, está comprobado, hace que el trabajador cometa muchos más errores, lo cual multiplica a su vez el número de comunicaciones para rectificar y deshacer entuertos. Sin apenas exagerar, se puede decir que nadie hace ya su trabajo o que el tiempo se nos va en «prepararnos» para hacerlo y en quitarnos de en medio obstáculos para su realización».

Autor: admin 21 enero 2009

Alejandro Duque Amusco
A la ilusión final
Renacimiento, Sevilla, 2008

Una década tardó Alejandro Duque Amusco en publicar poemas después de Donde rompe la noche, de 1994, con el que ganó el premio Loewe en su vii edición. Hizo su reaparición con dos plaquettes: Briznas, que recogía, precisamente, un conjunto de haikus desgajados «accidentalmente» del libro premiado, y En el olvido del mundo, breve muestra donde se adelantaban tres de los poemas del presente libro.

Tampoco A la ilusión final ha venido solo, pues lo acompaña una antología, la primera, que, bajo el título de Lírica solar, supone una buena ocasión para repasar los poemas que el autor considera significativos dentro de su obra y comprobar que el nuevo libro es una gozosa continuación de un mundo y de una forma de expresarlo que se revelaron muy personales desde sus libros más tempranos.