Autor: admin 21 enero 2009

José Ángel Cilleruelo y Vicente Luis Mora

1. Encontrados (dos en contra del tiempo)

Nuestra idea del tiempo como línea infinita fue inventada para tener la ilusión de que siempre avanzamos.

(Rafael Cadenas)

¿Pueden dos ser uno? Sí, desde que uno es, por lo menos dos. Lo dijo Pessoa, y antes que él San Agustín. La dualidad es una forma rigurosa de identidad: incluye los errores y los excesos, que son al cabo lo que nos constituye. Así que, como uno que soy, hablaré hoy del tiempo que nos rodea, que es tan enorme como inútil, tan agobiante por su densidad como inoperativo por la cantidad de condicionantes que existen para poder volverlo usable y táctil. A nuestro alrededor no hay sino un excesivo consumo de tiempo, exigido por la vida metropolitana (incluyo el uso de telecomunicaciones, que produce un gasto en tiempo desorbitado —mi abuela decía: vale más tienda cara que alacena barata—) y la historia es así, más o menos: antes, cuando costaba mucho comunicarse, apenas gastaba uno tiempo escribiendo cartas o haciendo costosas llamadas telefónicas; ahora, por el contrario, la facilidad hace que todo el día andemos colgados del correo electrónico, de los chats, de los blogs, y de nuestras páginas en Facebook o en Twitter; eso si tenemos suerte y carecemos de Intranet en el trabajo. Necesitamos tanto tiempo para comunicarnos que ya ni siquiera vemos la tele; recientes estudios dicen que en España lo más consumido en el tiempo de ocio ya es Internet, frente a la televisión (aunque yo sostengo que lo consumido somos nosotros, no hay más que vernos). Y ese consumo brutal de tiempo afecta a nuestro trabajo y a nuestra familia, de modo que si quieres preservar esos dos espacios, no queda más remedio que romper con algo… y todos hemos acabado rompiendo con los amigos y la bohemia, lo más frágil en cuanto a exigencias de tiempo. Alguien que apenas usa Internet, Javier Marías, lo puso bien claro negro sobre blanco: «Según una consultora norteamericana, los trabajadores de su país son interrumpidos una media de once veces por hora —aquí se incluyen las llamadas telefónicas y las distracciones de los compañeros, pero la mayoría se deben al dichoso e-mail—, lo cual significa ochenta y ocho veces por jornada y una cada menos de seis minutos, algo pésimo para la eficacia y la concentración. Este descentramiento perpetuo, está comprobado, hace que el trabajador cometa muchos más errores, lo cual multiplica a su vez el número de comunicaciones para rectificar y deshacer entuertos. Sin apenas exagerar, se puede decir que nadie hace ya su trabajo o que el tiempo se nos va en «prepararnos» para hacerlo y en quitarnos de en medio obstáculos para su realización».