Autor: admin 21 abril 2008

Juan Bonilla: La Costa del Sol en la hora pop

Fundación José Manuel Lara, Sevilla, 2007

En Nueva York, allá por el año 15, Juan Ramón Jiménez —irremediablemente moderno ante lo que ya se apuntaba como post— se preguntaba: «¿Es la luna o es un anuncio de la luna?». En este interrogante algunos han visto, anticipada y encapsulada, la teoría de Baudrillard sobre el simulacro. Con Marbella, en cambio, hace tiempo que no cabe hacerse esa pregunta, por lo obvio de la respuesta: naturalmente que Marbella es un anuncio de Marbella. O un anuncio de un anuncio de Marbella. O…

Autor: admin 21 abril 2008

Rafael José Díaz: Antes del eclipse

Pre-Textos, Valencia, 2007

Para Rafael-José Díaz (Santa Cruz de Tenerife, 1971) resulta imposible vivir sin hacerse una imagen convincente del mundo, en su sentido más universal y totalizador. Pero tal imagen del mundo y del lugar que ocupa el yo en ese vasto entramado nunca se resuelve por la reflexión abstracta (lo cual es tarea más propia del filósofo que del poeta), ni por la reflexión a partir de experiencias sensibles y de imágenes luminosas, como ocurre en la gran tradición de la poesía meditativa, tan cultivada en la lírica española de las últimas décadas. En nuestro poeta nunca ha ocurrido así: su imago mundi siempre ha brotado de una experiencia intensamente sensual, para luego hacerse poesía y expresarse en una palabra tersa, dirigida también a los sentidos (a la vista, al tacto y al olfato, principalmente), a nuestra corporeidad más inmediata; de manera que el juicio y el concepto intelectuales parecen totalmente ausentes, aunque siempre —y he aquí la magia de esta poesía— su verso nos incita, de un modo más jubiloso o elegíaco, a preguntarnos sobre nuestro lugar en el mundo y el sentido de nuestra existencia. Así, todo deleite erótico y sensual —que lo hay, y abundante— alcanza una significación trascendente.

Autor: admin 21 abril 2008

Luis García Montero: Vista cansada

Visor, Madrid, 2008

Vista cansada, el último libro de Luis García Montero, es el segundo título que se publica bajo el sello de Palabra de Honor, la nueva colección poética de Visor. La andadura editorial se ha inaugurado con Mundar, de Juan Gelman, y el libro que ahora nos ocupa. Ambos suponen, al mismo tiempo, un balance y una inflexión en la trayectoria de sus respectivos autores. En ese sentido, Vista cansada constituye una summa vitae contemplada desde el horizonte de la madurez, pero también indaga en otros territorios que enriquecen el universo figurativo del escritor. Las seis partes del libro aportan una mirada sobre los espejismos de la primera persona, en un recorrido que abarca desde la genealogía del sujeto hasta las incertidumbres del presente: «Preguntas», «Infancia», «La ciudad que no quiso ser palacio», «Segundo tiempo», «Punto y seguido (Habitación con vistas a tu cuerpo)» y «Vista cansada». Sin embargo, estas divisiones no establecen una ruptura en el discurso, sino que proponen niveles de lectura complementarios. De este modo, las piezas que componen el puzzle se articulan en torno a diversas preocupaciones recurrentes.

Autor: admin 21 abril 2008

Jane Kenyon De otra manera

Selección y traducción de Hilario Barrero. Pre-Textos, Valencia, 2007

Jane Kenyon (1947-1995), esposa del importante poeta Donald Hall y prematuramente fallecida tras una heroica lucha contra la leucemia, es considerada una figura de primer orden en el panorama de la literatura estadounidense reciente. Pero, además, destaca por su sólida popularidad entre lectores muy variados y por sus éxitos de ventas.

Acostumbrados a la complejidad explícita de poetas como John Ashbery o Charles Wright, herederos directos de la modernidad anglo-americana, el mundo predominantemente rural y doméstico de Jane Kenyon podría parecer «fácil» (lo que también explicaría el haber sido adoptada rápidamente en los cursos elementales de literatura de los institutos y las universidades de su país). Sin embargo, la transparencia de Jane Kenyon esconde otro tipo de complejidad quizás explicable por analogía con la inspiración solitaria de Emily Dickinson, también surgida al margen de estímulos urbanos o universitarios.

En el poema «Interiores holandeses» Jane Kenyon reivindica la capacidad de lo más insignificante y cotidiano para producir sentido: «Ahora dime que el Espíritu Santo / no mora en el juego de luces / sobre la cuchillería». Como en Emily Dickinson, el punto de partida de la Kenyon es lo más próximo: los espacios de la casa y sus alrededores (el jardín, el granero), los muebles y los enseres. Pero las ondas de sentido, la poesía que de ese entorno se desprende, no siempre coinciden con las de la solitaria de Amherst.

En la obra de Jane Kenyon no se produce la estilización naïf del ámbito anacrónicamente provinciano y rural, ni tampoco su elevación a sugerencias religiosas o filosóficas. La vida del pueblo, las labores domésticas, las diferentes horas del día o el paso de las estaciones se captan en su belleza más concreta y efímera, como en las páginas de un diario o en un poema oriental. Esta sencilla complejidad de la Kenyon explica su preferencia por el preciosismo sensual de John Keats como ideal de estilo.

Pero en los intersticios de lo concreto tan felizmente vivido se agazapa otro nivel de sentido, muy afín a la preocupación de Emily Dickinson por la dificultad de vivir: «No es el morir lo que nos duele tanto, / vivir sí que nos duele mucho más». Jane Kenyon escribe: «Entonces supe / que tendría que vivir y continuar / viviendo: qué doloroso fue; y todavía / qué dolor quema / pero no destruye mi corazón». En contrapunto con el éxtasis casi erótico ante la forma y el aroma de las peonías blancas o el tranquilo placer del amor conyugal en la «delicada tristeza del crepúsculo», una gota de salsa seca expone la vulnerabilidad de una persona; y una pera que se empieza a pudrir, la mediocridad aneja a la edad madura. (Este discreto contraste, apoyado en lo anecdótico, introduce una dimensión narrativa cercana a Chéjov). Hasta que, en el registro más dramático y desnudo, irrumpen la depresión, las enfermedades fatales o las muertes ajenas: «Pero a veces lo que parece un desastre / es un desastre».

La sensibilidad de Hilario Barrero (diarista, además de poeta) no podía ser más adecuada para preparar y traducir excelentemente una antología de una lírica arraigada en los detalles y en lo cotidiano, acompañándola, además, de un prólogo penetrante e informativo.

José Muñoz Millanes

Autor: admin 21 abril 2008

Juan Lamillar: El fin de la magia

Renacimiento, Sevilla, 2008

El sentido del título del último libro de Juan Lamillar, El fin de la magia, alude seguramente a conciencia del tiempo, o lo que es lo mismo, conciencia de la muerte. Desde esta perspectiva se pueden leer casi todos los poemas, así como las distintas partes que integran el conjunto. El mar, en ese tiempo de magia, el verano, parecido a una tregua o un paréntesis, es símbolo a la vez de eternidad y metamorfosis. Frente a él, los pasos en la arena «dibujan un destino / borrado a cada instante por el agua». Insensible a la historia, los naufragios, «el mar es otra vez metal y azogue». Su invulnerabilidad, tan semejante a la de un dios, parece «un don que no mereces todavía». Tiempo, asimismo, son las visiones de la belleza. Una muchacha, muy temprano junto a la espuma, «es un instante solo, pero vibra en la luz / y en su pureza permanece inmóvil». Fijada en el poema puede crear la ilusión de un presente hecho de palabras, a salvo del transcurso. Tiempo compacto, sedentarizado, mudo, son los libros de una biblioteca: «Vida, cuando los abres / y la mirada pone pies y alma / en el umbral del laberinto». El prodigioso verso de Virgilio, «Iban oscuros bajo la noche sola», crea una variante como «Vamos oscuros, solos, y el viento nos ignora. / No abrimos nuestra alma en ninguna frontera». Desolación, pues, al final de la magia, de la luz, de los engaños del tiempo. Los «Muros» se pueden leer también como lienzos porosos que acogen diversos signos, como materia temporalizada: «muros / frente al acantilado de los días, / entregados al sol, dispuestos / para la oscura afrenta de la luna». Ni siquiera los dioses son inmunes a la corrosión de los días, del olvido. En la esperanza, o en el terror de los hombres, cambian de rostro, de nombre, de lugar; o mueren sencillamente sin renacer en otros dioses nuevos: «Nadie sabe de dioses: /ignoran sus mandatos escritos en la piedra,/ y aún en la piedra miran solo la nada».

Autor: admin 21 abril 2008

José Cereijo: Música para sueños

Pre-Textos, Valencia, 2007

Siempre los sueños son ese lugar intacto donde habita todo aquello que nos falta, un lugar íntimo, intransferible, pero también callado, como si ese silencio que los guarda fuera la mayor prueba para fortalecerlos, para hacerlos verdaderos. Pero ¿qué ocurre cuando esos sueños dejan su mudez para musicarse; si, como un intruso, una música entrara en ese silencio para hablar con los propios sueños y hacerlos fiel testimonio de una vida? Eso ocurre en este nuevo libro del poeta gallego José Cereijo (Redondela, 1957).

Autor: admin 21 abril 2008

Ángel Guinda: Claro interior

Olifante, Zaragoza, 2007

«La vida tira de uno, / incluso / del que tira la vida», tararea Ángel Guinda (Zaragoza, 1948) al inicio de «Biodiversidad», uno de los poemas de su última colección, titulada «con su atormentado tuétano espiritual» Claro interior (Olifante, 2007), inspirado tras la contemplación del cuadro «Oscuro interior» del pintor del grupo Pórtico Fermín Aguayo, según nos aclara en la nota final. Este es el séptimo libro de su producción, que comenzó con Vida ávida (1980-1990). El poeta continúa dando valor a la toma de conciencia personal y al sostenimiento de una voz crítica, en ocasiones disonante con su propia generación —«Yo me acuso»—, otras veces formalmente rota y con un radio de alcance mayor como en «Derribos y construcciones», «Des (propósitos)» o «El discurso», que nos devuelve al recuerdo el desaliño cantarín de las jitanjáforas: «Quesilabilabiso / quesilabilabila / Nosilabilabila / sisilabilabisó».

Autor: admin 21 abril 2008

Juan José Fernández Cerero: Oro

Cuadernos de Poesía Númenor, Sevilla, 2008

Este primer libro de Juan José Fernández Cerero (Sevilla, 1987) contiene mucho de lo que pido, como lector, a un poeta novel: emoción, humildad, sencillez, algo nuevo, consciencia de su juventud, un sentido elevado de la poesía. Y, por supuesto, calidad formal, sin la que no sería posible la calidez del verso.

Autor: admin 21 abril 2008

Edmondo De Amicis: Constantinopla

Páginas de espuma, Madrid, 2007

Lo primero que hace Edmondo De Amicis al ver Constantinopla es poner orden al revoltijo sensorial que lo apabulla. Pasamanero del detalle, De Amicis se revuelve en sus propias contradicciones. Se explica y no se explica. ¿Es fea Constantinopla? No, horrible. ¿Es bella? No, prodigiosa. ¿Gusta? No, embriaga. Entonces, ¿en qué coño quedamos?, se pregunta el desconcertado lector.

Autor: admin 21 abril 2008

Jon Bilbao El hermano de las moscas

Salto de Página, Madrid, 2008

La primera novela de Jon Bilbao es un ejercicio de precisión, un juego de relojería exacta que se afina en cada página, y avanza con decisión hasta el último punto. En sus publicaciones anteriores (3 relatos, y la participación en Ficciones) ya había demostrado esta capacidad para fabular mediante una prosa rigurosa y pulcra, una estela literaria que lleva de Cheever a Richard Ford, pasando por Cormac McCarthy. Jon Bilbao toma de la narrativa norteamericana todas las posibilidades expresivas, las hace suyas y luego las devuelve para contar una historia. Presentación, nudo y desenlace. Un novelista de madera.