Autor: 21 abril 2008

Ángel Guinda: Claro interior

Olifante, Zaragoza, 2007

«La vida tira de uno, / incluso / del que tira la vida», tararea Ángel Guinda (Zaragoza, 1948) al inicio de «Biodiversidad», uno de los poemas de su última colección, titulada «con su atormentado tuétano espiritual» Claro interior (Olifante, 2007), inspirado tras la contemplación del cuadro «Oscuro interior» del pintor del grupo Pórtico Fermín Aguayo, según nos aclara en la nota final. Este es el séptimo libro de su producción, que comenzó con Vida ávida (1980-1990). El poeta continúa dando valor a la toma de conciencia personal y al sostenimiento de una voz crítica, en ocasiones disonante con su propia generación —«Yo me acuso»—, otras veces formalmente rota y con un radio de alcance mayor como en «Derribos y construcciones», «Des (propósitos)» o «El discurso», que nos devuelve al recuerdo el desaliño cantarín de las jitanjáforas: «Quesilabilabiso / quesilabilabila / Nosilabilabila / sisilabilabisó».

Sin embargo, esta manera de presentarse ante la terca realidad, otra constante en la poesía de Guinda, no riñe con su actitud desenvuelta, vitalista y resuelta a combatir el dolor del mundo y a enfrentarse con las formas sociales de dominación y control. «Si lo he perdido todo ya soy un ganador», grita en el poema de una línea «Sentimiento de pérdida», que podría formar parte de los poemas de amor, escritos en una sola línea, ya que primero fueron concebidos como SMS —Short Message Service— de su anterior entrega, Toda la luz del mundo (Olifante, 2006): «He movido la noche para que cante el sol». También se oye una llamada a la esperanza en los versos hímnicos que resuenan en «Cuenta atrás»: «Querer vivir / es ya una vida más».

La veta social se trasluce en la reivindicación, dándoles voz y un protagonismo a quienes solo tienen su vida por delante y las peores perspectivas frente a esos otros que, en el transcurso de esa misma vida, derrochan los bienes materiales a su alcance con escasa conciencia de lo que sucede a su alrededor y un beneficio genéricamente individual. Así lo retrata con rigor el poema «Andamios»: «Son las farolas fundidas de la ciudad, / sus ruedas pinchadas, sus zanjas insondables». En otros poemas se refleja la vida urbana de las metrópolis post-industriales, tan poco humanas, y es cuando se hace preciso nombrar los métodos que utiliza la sociedad avanzada para igualarnos, equilibrarnos y, finalmente, encajonarnos en sus modelos prefabricados, como en «Cajas»: «Todo está hecho para que encajemos. / Nos encajan la vida. / Algunos no encajamos, y nos desencajamos», o como en la enumeración de «Bolsas»: «Una bolsa de estudios abre un mundo, / una bolsa de viaje atrapa un sueño».

También emplea, como un guiño a la Internacional Situacionista, el détournement, un artefacto retórico que consiste en arrancar una cita de su contexto, con una pequeña variación en su interior, para destruir el sentido original y rebotar la fuerza expresiva que contiene creando un obra original y diferente. Así, por ejemplo, el poema «Yo me acuso» da inicio con un eco conocido: «Atravesado por un rayo de sombra, / como todos los jóvenes, yo vine / a que se me llevara la vida por delante». Y es inevitable no recordar el célebre principio de «No volveré a ser joven» de Jaime Gil de Biedma, incluido entre sus Poemas póstumos: «Que la vida iba en serio / uno lo empieza a comprender más tarde / —como todos los jóvenes, yo vine / a llevarme la vida por delante». Lo mismo hace con un verso de Cesare Pavese en el poema «Claro interior»: «Vendrá la muerte y no tendrá tus ojos, / esa muerte que separa».

La muerte es parte de la destrucción que da fin cualquier vida, dotándole también de un sentido, pero, además, en la poética del autor —«Poética»: «Abro los brazos y cierro tempestades»— es el principal acto creativo, el motor. Varios de los poemas están dedicados a explicarnos cómo se escribe un poema, como «El poema útil» o «La realidad». Y la muerte, también, es la cuna del éxtasis, el olvido del cuerpo al que nos arrastra el sexo para transfigurarnos en otra persona, en un ser distinto por unos instantes. En «Y» nos describe en una escena el abordaje de los cuerpos tras la seducción, mientras el caos que es la vida pasa sin que podamos pensarla, desorganizando nuestros planes, que es una de las funciones de la pasión. Con «El placer» vuelve a darnos un fogonazo sobre uno de sus temas centrales: «Y todo / —las palabras obscenas, / los espasmos en cruz de la lujuria, / los flujos y jadeos, el éxtasis carnal— / nos transparenta el alma feliz como un milagro: / la muerte de la muerte».

Jaime Matamoros


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