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Palabras hasta que salga el sol

sábado, mayo 12th, 2007

Fernando Sánchez Alonso

Me ha hecho gracia tu pregunta.

Hay cosas que no pueden saberse, pero tal vez pueda ayudarte la explicación de que hasta donde me alcanza la memoria mi vida ha sido un viaje de ida hacia las negruras (no dramatizo) del que casi siempre ha estado excluida la promesa de regreso a la felicidad, rudimentaria y afable, no vayas a creerte que extremo las ambiciones, una felicidad que yo cifraba en aquella pequeña casa de campo que hace tiempo que no es mía porque se la quedó mi antigua mujer cuando hicimos la separación de bienes; en la familia que acabó abandonándome a mi suerte, no se lo reprocho; en el ímpetu de la adolescencia, que ha sido sustituido por la cobardía, lo único que hoy puedo ofrecerte; en el amor que aprendí a querer y a desear sin éxito.

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Ildiko Nassr

sábado, mayo 12th, 2007

Ildiko Nassr nació en Río Blanco (Jujuy, Argentina), en 1976. Tiene publicados un libro de cuentos, Vida de perro (1998), y tres de poemas: Reunidos al azar (1999), La niña y el mendigo (2002) y Poemas para el olvido (2006). Sus microrrelatos han aparecido en varias antologías argentinas dedicadas al género. Coordina talleres de escritura creativa y ejerce como profesora de Enseñanza Primaria. Acaba de salir su primer libro de microrrelatos, titulado Placeres cotidianos (Editorial Perro Pila, 2007).

Alumnos

Un alumno me abrazó en clase. Se levantó de su banco y vino directo a mi cintura. Me sentí avergonzada. No sabía cómo taparme. No supe, tampoco, decirle nada.

Por la noche, soñé que mordía su pene, lo masticaba (no sin dificultad) y me lo tragaba.

—Eunuco —le decía, y él no sabía cómo taparse.

Extrañamente no había sangre.

Al día siguiente, en clase, evité su mirada y a él.

Saludé antes de irme y escuché su respuesta. Antes de entrar a la sala de profesores, no sé cómo, volvió a abrazarme. Sus abrazos son el consuelo de penas que vienen desde más allá de mis ancestros remotos.

No quise mirarlo, para que mi mirada no delatase las imágenes del sueño.

Me susurró: “Nunca más vuelvas a decirme eunuco”.

Sapos

Tengo miedo, tanto miedo, no a estar sola; aunque Marguerite Yourcenar afirme rotundamente que “uno solo muere cuando está solo”. Yo nunca tuve miedo a estar sola porque desde chica solo me tuve a mí misma. Tampoco tuve miedo de morirme, nunca, ni siquiera ahora. Lo que más miedo me da son los sapos. La soledad o la muerte no me importan; en cambio los sapos me atormentan. Sueño con unos gigantescos que me aplastan; o unos pequeños que se me incrustan en las uñas. Las uñas negras de tanto rasgar el olvido. Negras de tanto ahuyentar la imagen de los sapos. Sapos de todos los tamaños que me persiguen y me tocan (como una caricia obscena) y suben por todo el cuerpo, atravesándome. Verrugas sobre piel suave. Verde sobre blanco. Y ya no puedo ver más: me despierto. No sobrevivo.

A veces ni siquiera puedo entender cómo es que aguanto tanto tiempo siendo poseída por tal monstruo. A veces pienso que siento placer con ese miedo inevitable, voraz. Que la adrenalina del miedo me recorría como un amante y me explotaba en una pequeña muerte con el despertar. “Loca. Paranoica. Degenerada”, diría mi vecina si se enterara de que le atribuyo un significado ligado a lo sexual a esta obsesión soporífera con los sapos.

Esta obsesión me persigue tenaz desde el principio de los tiempos. Ha ido madurando lentamente conmigo, ha disfrutado y sufrido con las desavenencias del crecer. Se me ha estacado desde la infancia y se niega a partir.

Sapos que me alimentan en la soledad más extrema. Sapos que son la única compañía. Sapos que me pueblan como fantasmas del pasado de los que —según parece— no quiero huir. A veces me da tanto miedo la noche porque estos batracios dejan de mimetizarse con la naturaleza y salen como vampiros para satisfacerse de indefensos insectos. Insectos como yo, que no dejo de ser nunca una libélula.

Vueltas

Ildiko Nassr me preguntó esta mañana dónde había estado todo este tiempo

le respondí que probablemente haya estado viajando

no sabía qué palabras poner en mi boca para que no vuelva

a usurpar este lugar que yo estuve ocupando las últimas semanas

(yo, que ni siquiera recuerdo mi propio nombre)

y ella se despertó tan alegre y tan llena de sensaciones traídas desde su infancia

con tantas ganas de volver a ser ella

que no pude evitar despedirme y dejarla regresar.

La luna

Desde el asiento de atrás del auto, veo cómo la luna nos persigue hasta la casa y se queda afuera, recostada en alguna nube. Mi mamá maneja segura, muy rápido y la ruta es oscura y está sin señalizar. Todas las noches es lo mismo.

La luna nos persigue y mi mamá maneja descalza, en silencio. ¿En qué pensará?

Hasta que aparece la mujer vestida de blanco y se apropia de nuestra luna y del silencio de mi mamá.

Dicen

Popol vuh, a mis alumnos

Dice que ellos crearon su mundo en trece días. “Trece días, señora”, recalca.

Dice que los dioses los crearon para escuchar una alabanza; y ellos supieron dársela.

Dice que después llegaron esos, como papagayos gigantescos, y se llevaron todos los libros. “Los libros que alababan a los dioses, señora, y contaban nuestra historia. Se los llevaron hasta cerquita del mar y los quemaron, señora, los quemaron. Yo no pude salvar ni uno, señora, nada”.

Dice que enamoraron a sus mujeres y ellos nada pudieron hacer.

Después sobrevino el silencio.

“¿Qué pasó después?”, insisto en la pregunta.

Dice: “Señora, después no hay después”.

Y queda callado, silenciado. La mirada perdida.

—Pero siempre hay un después.

“No, señora —dice— hasta eso se llevaron”.

Una felicidad perfecta III (versión libre)

Ellos habían terminado de cenar y miraban cada uno para un lado distinto. El silencio los colmaba. Habían disfrutado de la comida. Les gustaba salir a cenar y sentarse en alguna mesa al aire libre o por donde pasara mucha gente.

Pedían los mismos platos y nunca discutían acerca del vino a tomar: “Los árboles. Un vino de los no tan caros y sabroso”, coincidían.

Se evitaban la mirada y las manos permanecían atentas al funcionamiento de los cubiertos. Masticaban con concienzuda tozudez. No se miraban; tampoco dejaban escapar detalle de las personas que los rodeaban. Seguramente se formaban opinión acerca de esas personas y conjeturaban cierta felicidad en aquellos. La felicidad que ellos no tenían.

Terminada la cena pedían la cuenta para volver rápidamente al hogar. La casa parecía deshabitada: todo en orden, muy pulcro pero sin vida. Durante el viaje tampoco habían emitido ninguna palabra. Una vez en casa, ella simulaba dolor de cabeza y dormía en el cuarto de los hijos, que ya no estaban. Soñaba con el hombre viril con el que se había casado. Mientras él hacía esfuerzos por recordar a la hermosa mujer con la que se había casado. Cada viernes repetían el ritual. El resto de los días, solamente se evitaban.

Su matrimonio había festejado las bodas de plata a principios de año.

España en Borges

lunes, mayo 7th, 2007

Ariel Bernstein

Un discurso en Alcalá

Abril de 1980. Jorge Luis Borges camina por la antigua Universidad de Alcalá de Henares. El rey Juan Carlos de España le entregará el premio Cervantes, distinción que es considerada como el Nobel de las letras hispánicas. Borges, que pronto cumplirá 81 años, sube al escenario para dar su discurso. Sabe que entre quienes lo observan algunos son viejos conocidos. Quizás recuerda también a quienes no están. El rostro de un lejano y joven amigo de Mallorca, Jacobo Sureda, el rostro del maestro Cansinos-Assens. Su cuerpo se mueve con lentitud; ya no tiene aquella adolescente y delgada figura que nadara hábilmente en el Mediterráneo, ni el que caminara inagotable por las calles recién amanecidas de Madrid. Su ceguera no le permitirá observar las viejas columnas ni apreciar, una vez más, Córdoba y Sevilla. Borges pronuncia su discurso y todos callan. Allí recordará a otro gran amigo español que lo acompañó toda la vida: “Yo ahora me siento más que justificado, me llega este premio, que lleva el nombre, el máximo nombre de Miguel de Cervantes, y recuerdo la primera vez que leí el Quijote, allá por los años 1908 o 1907”. También dirá: “Me conmueve mucho el hecho de recibir este honor en manos de un rey, ya que un rey, como un poeta, recibe un destino, acepta un destino y cumple un destino y no lo busca, es decir, se trata de algo fatal, hermosamente fatal…” El destino era el que había querido unir, ya desde la sangre, a Borges con España.

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Aventis de autor (autoficciones)

lunes, mayo 7th, 2007

Manuel Alberca

¿Qué es una autoficción? ¿Existe la autoficción en España? ¿Qué parentesco o parecido le une con la novela autobiográfica? ¿Y con la autobiografía?

El texto que sigue es un capítulo del libro El pacto ambiguo. De la novela autobiográfica a la autoficción, un ensayo literario en el que intento contestar estas preguntas, y algunas más, con ayuda de la teoría y sin perder nunca de vista los textos narrativos autoficticios más relevantes de la literatura española contemporánea. Pero no daré ni un paso más sin antes definir, aunque sea de manera apriorística, que una autoficción es una novela que, igual que todas las novelas, deja al autor y al lector libres para imaginar como verosímil lo que allí se cuenta y, al respetar la identidad onomástica de autor, narrador y protagonista, propia del pacto autobiográfico, pareciera que el primero se compromete a decir la verdad. El resultado es una propuesta lo suficientemente ambigua e indeterminada como para que el lector dude al interpretarla: ¿novela o autobiografía?

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Releyendo Madame Bovary

domingo, mayo 6th, 2007

José Luis Atienza

lo largo de dos años, se conmemora en Francia —y en el mundo— el 150 aniversario de Madame Bovary. Dos años, con la buena excusa de que si la célebre novela de Gustave Flaubert vio primero la luz, en seis entregas, en la Revue de Paris, entre octubre y diciembre de 1856, en una versión expurgada gracias a los inútilmente calculadores oficios de Maxime du Camp, la edición definitiva, no censurada y en volumen, no llegaría al público hasta abril de 1857, después de que el autor hubiese sido absuelto, el 7 de febrero, de la acusación, a pesar de la preventiva tijera de Du Camp, de ofensas a la moral. El ruido causado por el juicio constituyó una impagable publicidad para la ópera prima de Flaubert, que obtuvo así su único auténtico éxito de ventas: el editor Michel Lévy vio, con gozoso asombro, cómo la generosísima primera tirada de 15 000 ejemplares se agotaba en menos de dos meses.

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La casa natal

sábado, mayo 5th, 2007

Ana Rodríguez Fischer

En un memorable cuento de Henry James, “La casa natal” —incluido en el volumen Lo más selecto (1903) y perteneciente, por lo tanto, a su etapa de madurez— encontramos una exquisita y lúcida crítica de lo que a lo largo del xix, pero muy especialmente en el último tramo de aquel siglo, llegó a ser ineludible práctica de todo viajero culto y snov que pretendiera alardear de su condición: la visita al “lugar del genio” y, mejor aún, a la casa natal de los grandes hombres, de conservarse y haber sido habilitada para esas muestras y exhibiciones. En su relato James disecciona con hilarante y perversa maestría el turbio y múltiple engranaje de motivos e intereses (tanto lucrativos como panegíricos) que impulsaban este tipo de operaciones a través de la figura de Morris Gedge, quien en su juventud había regentado “una pequeña escuela privada de las que se conocen como preparatorias, y sucedió que había acogido bajo su techo al hijo pequeño del gran hombre, que, por entonces, no era tan grande”. Un incidente ocurrido entonces, y que pudo haber sido grave pero que afortunadamente tuvo un desenlace feliz, hizo que, al cabo de los años —y tras ir Gedge de desgracia en desgracia, en lo que al trabajo o la profesión se refiere—, se recurra a él para encargarle “la custodia del templo”; es decir, las visitas guiadas, que exigían, naturalmente, la construcción de una historia justificadora de la genialidad del gran hombre. Y ahí ya puede el lector imaginar cómo opera el genio de Henry James (y no digo más, para que corra a leer ese relato quien no lo haya hecho ya).

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Diderot: ¿un fatalista?

jueves, mayo 3rd, 2007

Jorge Ángel Pérez

¿Cómo se habían encontrado? ¿Por casualidad? ¿Es que acaso se llama casualidad a lo que ocurrió porque estaba escrito allá arriba? ¿Tenían nombres? Claro que tenían, y claro que os importan. Se llamaban Denis Diderot y Lauren Sterne. ¿De dónde venían? El irlandés de Inglaterra. El francés, nacido en Langres, estaba en París desde hacía mucho. ¿Adónde iban? A encontrarse. ¿Y dónde ocurrió tal encuentro? Es posible que en casa del duque de Orleans o en medio del círculo del barón de Holbach, quien había ofrecido a Sterne su hotel de la rue Royal: “Puede sentirlo como su propia casa”, le aseguró el barón. El caso es que se conocieron y trabaron amistad. Era 1763, cincuenta años después de sus nacimientos, había finalizado la guerra entre Francia e Inglaterra y esta última se puso de moda en París; Hume se leyó como nunca, Garrick fue reclamado y se le recibió con grandes honores. ¿Quién, y dónde, presentó a los escritores? Pudo ser el propio Hume, se comunicaba frecuentemente con Diderot.

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La experiencia de la poesía (O el arte de los venenos)

miércoles, mayo 2nd, 2007

Manuel Neila

Se puede hacer el tonto en cualquier otra cosa, pero no cuando se trata de poesía.

Michel de Montaigne

I

Desde el romanticismo para acá, la poesía es una suerte de confesión que el poeta emplea para expresarse a sí mismo; es decir, una presentación de la realidad empírica del sujeto individual. Está regida por el principio de una identidad pura, para la cual el poema es ante todo el medio de invocación.

Pero ese sujeto trascendental, heredado de la filosofía moderna, pronto se revelaría incompatible con la realidad empírica e individual de su portador, sometido a condicionamientos sociales que no rige ni controla. Tanto es así que el poeta romántico no tardó en descubrir “le malheur d’être poète”, es decir, la alienación del sujeto empírico respecto a la realidad natural y, consecuentemente, respecto a sí mismo.

John Keats, sensible a este problema, alude al “carácter camaleónico” del poeta, que es “lo más antipoético del mundo, porque no tiene identidad, continuamente está llenando otro cuerpo.” George Büchner va más allá, y ve en la conciencia del vacío la experiencia central del moderno sujeto desdichado.

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Opaco firmamento

martes, mayo 1st, 2007

Luis Landero: Hoy, Júpiter
Tusquets, Barcelona, 2007

Lo primero que debe hacer el buen lector de las novelas de Landero es quitarle el sostén al libro. Porque conociendo al autor hay que reprochar a su editorial el intento —legítimo por otra parte— de convertirlo en “escritor-estrella” muy a pesar del desinteresado, o sea, el propio Landero. Lee uno así en el sostén o en la faja promocional del libro, según prefieran ustedes, lo siguiente: “Después de cinco años Hoy, Júpiter de Luis Landero: la novela que todos estábamos esperando”. Primero: a las cosas importantes, como ya dijo el maestro Unamuno, no se las espera, se las aguarda, y las novelas de Landero son importantes y suelen tener carácter de acontecimiento literario. Segundo: desde luego que todos estábamos esperando su nueva novela, y es de suponer que hasta el propio autor; pero los lectores de Landero se han contagiado de esa indolencia templada, de tardanza contemplativa con que el autor se toma el oficio de ser escritor y la concepción misma de la literatura. Nadie peor que Landero para caer en las zozobras del marketing, en los espantajos de los plazos de entrega. Por eso sobra el sostén de la novela. ¡Pues claro que estábamos esperando —aguardando por mejor decir— su libro! Pero no habría pasado nada si la tardanza se hubiera convertido en vigilia de la vigilia de la vigilia…

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Estampas de otro tiempo

martes, marzo 27th, 2007

Emilio Cecchi: México
Minúscula, Barcelona, 2007

El profesor italiano Emilio Cecchi, tras algunos meses enseñando literatura en la Universidad de California, en Berkeley, decide pasar sus vacaciones en México. Fue en 1930; dos años después publicó en un breve volumen sus impresiones. Con presentación de Ítalo Calvino se traduce ahora en una de esas pequeñas editoriales cuya norma es ofrecer solo libros memorables.

Pese al escueto título, se tarda muchas páginas —casi la mitad del libro— en cruzar la frontera. Comienza con un recorrido por las “ciudades abandonadas”, polvorienta galería de fantasmas, lo que queda de la fiebre del oro, y sigue por un Hollywood que está aprendiendo a hablar. Allí nos encontramos con Adolphe Menjou, “el hombre más atildado del mundo”; con Gloria Swanson, “mejor al natural que en la pantalla”, con Buster Keaton, que es igual dentro y fuera de la pantalla. A Keaton le dedica Cecchi la mayor de sus admiraciones.

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