Martín Caparrós
Una luna
Anagrama, Barcelona, 2009
Como un Phileas Fogg al servicio de una ONG, Martín Caparrós da casi la vuelta al globo terráqueo, de América a Europa y de Europa a África, con el encargo de entrevistar a una serie representativa de emigrantes, jóvenes que se afanan en encontrar su lugar en el mundo y que la mayoría de las veces no consiguen escapar, vayan donde vayan, de las miserias que les persiguen desde que nacieron. El reto es doble: por un lado debe arrancarles sus testimonios y reunir sus voces y por otro lado cuenta con un estricto margen de tiempo: apenas un ciclo lunar, un mes.
Martín Caparrós es hijo de un emigrante español que fue a parar a Argentina huyendo de Franco, y su vida también ha sido la de un beduino, pero no es eso lo que lo convierte en el viajero ideal para acometer semejante proyecto. Martín Caparrós es el viajero perfecto porque es un viajero despiadado. Y ya lo decía Elias Canetti en Las voces de Marrakesh: «Viajando lo toleramos todo, la indignación queda en casa. Se observa, se escucha, se siente uno fascinado ante lo más atroz porque es nuevo. Los buenos viajeros son despiadados».
Caparrós observa y escucha, fascinado ante el cúmulo de atrocidades que se van sucediendo ante sus ojos y almacenando en su cuaderno. Cada nueva historia supera en horror a la anterior, y así sucesivamente: «Se me acumulan las historias. Era duro enfrentarse con el pandillero salvadoreño, pero era solo él. Después fue fuerte escuchar a la moldava que su marido vendió. Pero encima vino el liberiano que vio la ingesta de su abuela y el maliano que tardó tres años en llegar a Europa para nada y la zambia que vive sidosa entre sidosos, positiva, y cada historia nueva se posa sobre el suelo pedregoso de las anteriores, y es cada vez más roca, más rasposa: más el mundo como una hostilidad, noche sin luna». Las fronteras políticas, sociales, económicas y religiosas que dividen el mundo, y que han marcado a sangre y fuego las vidas de sus entrevistados, él las sobrevuela rápida y cómodamente, saltando sin mayores problemas de país en país y de continente en continente. Y en el asiento de primera clase del avión no se siente la culpa: el horror queda muy abajo, en el infierno, a ras de tierra.
Pero en el cuaderno de Martín Caparrós no solo quedan registrados los testimonios de esas vidas machacadas, a las que la fortuna les ha negado una y otra vez su sonrisa. Caparrós se mira en los espejos de los aseos de los hoteles, de los restaurantes y de los aviones, viéndose así a través de la sucesión de viajes que ha sido su vida. Viajando es como él ha intentado derrotar al tiempo, a sabiendas que se trata de una derrota breve, de una victoria pírrica. Una luna es también el diario de un viajero que, al mismo tiempo que reflexiona sobre el hecho de viajar, hace recuento y balance de sus idas y venidas, para enfrentarse al rostro que le observa desde el cristal de la ventanilla desde que hizo su primera maleta. Aunque lleve un equipaje ligero, «el kit mínimo posible», para «subir y bajar de los aviones sin perder el tiempo en despachar», Caparrós arrastra una maleta cargada de lugares de paso, la geografía voluble de una vida en tránsito.
Julio José Ordovás