Autor: 11 septiembre 2009

Aurora Venturini
Las primas
Caballo de Troya, 
Barcelona, 2009

Esta novela de la escritora Aurora Venturini abre las puertas de un hogar estremecido por la desilusión. Es la hija de una maestra abandonada por su esposo, una imaginativa y brutal pintora principiante que firma sus cuadros con el sobrenombre de Yuna, quien nos presenta a su familia, el desventurado clan que vemos cambiar y crecer a lo largo de estas páginas. Son personajes a lo que no les falta ni la luz ni, aunque humilde, el alimento: «En el fondo cacareaba un gallinero que nos daba de comer y en la quintita brotaban zapallos milagrosamente dorados, soles desbarrancados y sumergidos desde alturas celestiales a la tierra, crecían junto a violetas y raquíticos rosales que nadie cuidaba, ellos insistían en poner la nota perfumada en aquel albañal desgraciado». Pero, nada más comenzar la lectura, comprobamos que la suerte los ha bautizado con el agua de la adversidad. A la soledad que supone la ausencia del padre, hay que sumar otros factores negativos como el retraso mental ambiguo y confundido con la inocencia de la propia protagonista, la discapacidad física de su hermana Betina y de los compañeros del colegio al que esta acude, el sexo mercenario con el que se gana la vida la prima Petra, y tantas otras taras que vamos descubriendo, ensombrecidas por el asco, la vergüenza, la reprobación, la pena o la envidia, de la acomplejada y solitaria Yuna, un personaje, sin embargo, lúcido y dócil.

La narración transcurre con un ritmo vitalista y juvenil, espontáneo, impregnado por la fascinación de las clases de pintura, la egolatría adolescente y la curiosidad, que lleva a Yuna a ayudarse del diccionario en caso de aprieto lingüístico, y un tono poético, marcado por algún requiebro surrealista. Lo apreciamos, por ejemplo, en el párrafo siguiente: «Y él también con un beso de color azul que me repercutió en lugares que no nombro porque no estaría bien y entonces busqué una tela grande y sin dibujar pinté en rojo dos bocas presionadas enganchadas, unidas, inseparables, cantarinas, y dos ojos arriba, azules de los que desmayaban lágrimas de cristal. El profesor, de rodillas besó el cuadro y ahí se quedó, en la sombra y yo volví a casa». El arte es, en esta novela, una vía de escape. La tía Nené también pinta, además de tocar la guitarra, y cuelga sus cuadros en la casa. El profesor de Bellas Artes de Yuna acude a cenar en más de una ocasión. Las formas, los colores y los sonidos armónicos alivian la atmósfera de un hogar que no gana para disgustos.

Según avanzamos, la natural o artificial —porque hay hasta un asesinato— llegada de la muerte, los pícaros secretos y las sórdidas confesiones amorosas de las mujeres, las exposiciones, los matrimonios, los problemas financieros y las vicisitudes laborales, acaban por crear el espejismo de que el futuro al fin ha llegado para la nerviosa y sufrida Yuna. Al lector no le dejará indiferente esta casa que acoge escenas de gran ternura, en las que sobrevive la alegría.

Alejandra Sirvent


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