Autor: 10 septiembre 2009

Alberto Lema
Sidecar
Caballo de Troya, 
Barcelona, 2009

Bajo el título de Sidecar se esconden dos historias de Alberto Lema, un joven autor gallego que publicó al mismo tiempo la versión gallega original y la castellana. Con un prosa afilada, vibrante, y trufada de referencias literarias aparentemente discordantes, que van de Miguel Delibes a J. D. Salinger, pasando por Vázquez Montalbán, Cortazar y Foucault, Alberto Lema cuenta la historia de Mario y su obsesión con Ada (futura protagonista de Una puta recorre Europa, primera novela de Lema), y de Chano y su obsesión con las mujeres de dimensiones generosas.

La primer novela se titula absurdamente (por criterio editorial o del autor) Las muertes pequeñas, o Las pequeñas muertes en la contraportada (errata mediante). El joven Mario tiene titulación universitaria, pero sobrevive como vendedor de comestibles, y pasa el tiempo buceando en su propio ombligo y en la relación de este con las mujeres. De pronto, aparece Ada, una mujer misteriosa con algo de femme fatal. El título original en gallego del corte era A fame fatal, lo que suscita un simpático juego de palabras, que se traduce en realidad por El hambre fatal. Ada acepta su amor con condiciones: libertad y sinceridad. Las circunstancias de esa relación se irán acelerando y desbordando a lo largo de la novelita hasta precipitar el descenso a los infiernos del protagonista. Las idas y venidas de Mario en pos de una comprensión de la mujer como género le arrastrarán a situaciones divertidas y frustrantes. La amenaza del «otro», ese reverso del amante que encarna la infidelidad, acude para trastocar la perspectiva que Mario tenía sobre Ada y, en cierta forma, bajarla del pedestal romántico donde se encontraba.

El libro se compone de una segunda novela corta, El síndrome Rubens, acerca de un joven, muy similar psicológicamente al anterior protagonista, que se siente atraído por mujeres de constitución robusta, no necesariamente gordas. Mediante capítulos cortos con nombre de mujer, Chano describirá de forma vívida los encuentros sexuales con las sucesivas amantes de su vida hasta culminar en Sara, paradigma de la perfección y destino final del personaje. La verbalización y exposición casi pornográfica de sus relaciones con Lourdes, Laura y la profesora Estévez se idealiza al llegar al último escalón. Un gesto naïf que sorprende al lector, pero que no le defrauda.

En ambas tramas se aprecia una querencia consecuente y sentida por la mujer. Y ella aparece como género, como objeto deseado y fatal, causa de desgracias y placeres a partes iguales. Los protagonistas son seres solitarios, o con un solo amigo, desorientados, meditabundos, ajenos a la realidad a menudo. Sortean los problemas cotidianos con displicencia, y juegan a ser héroes.

La gran virtud de Sidecar no es su trama (inverosímil, la mayor parte de las veces), ni sus personajes (arquetípicos, sin grises que los hagan reales) ni sus reflexiones (hueras). Lo que hace reseñable este libro es la frescura de la narración, que hace perdonables todos los defectos. El autor tiene una voz inconfundible y agresiva, pero no en un sentido violento, sino en su vertiente más gamberra, irreverente, sucia o atrabiliaria. Reír con Sidecar es casi inevitable. El libro consume el tiempo del lector, lo narcotiza y lo sumerge en ambientes cerrados de agonía y exaltación. Cada párrafo está escrito con una honestidad cruda, hilarante y visceral.

Alberto Lema levanta un espejo de la juventud actual: un sincopado cuadro de sensaciones y pensamientos. Y ese es otro mérito impagable del libro. La capacidad de reproducir las contradicciones de una generación preparada y valiente, desconsiderada, egoísta y hedonista, encrucijada de un mundo en transición. Merece la pena seguir la estela de Alberto Lema, aunque solo sea por el rastro que deja en las aguas, y más que por el puerto al que se dirija.

José Ángel Gayol


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