Autor: 16 julio 2008

Raul Brandão: Humus. Traducción de Verónica Palomares Maíllo

ELR Ediciones, Madrid, 2007

A veces la literatura puede convertirse en un lugar en el que todo lector guarda sus preguntas, su existencia más íntima. Y ese es el caso de Humus, novela escrita por Raul Brandão (Foz do Douro, 1867-Lisboa, 1930). Publicada en 1917, en castellano tan sólo se contaba con una deficiente, pero meritoria, traducción de J. Ribera-Rovira en 1925. Es por ello por lo que se agradece, en el actual panorama editorial, esta nueva traducción y edición al castellano por parte del sello de Luis Revenga: ELR.

Humus es una constante pregunta, una pregunta dolorosa y terrible de una voz anónima que se ve reflejada, sin poder evitarlo, en un espejo lúcido y oscuro, pero hermosamente oscuro, que es la existencia —o la inexistencia—. Esa voz puede ser cualquier voz, ya que esta novela está plagada de personajes (algunos con nombre, otros son sólo presencias) que a pesar de su multiplicidad conviven en una individualidad común: común en la ficción y común para el lector que se acerca a esta novela. Existen Gabiru (personaje que también aparecería en su novela de 1906, Os pobres), Adelia o Joana, pero también palabras desde el anonimato del vacío, nuestras propias palabras, a veces. Pero sí habría que dejar claro que Humus, a pesar de su gran peso filosófico, que lindaría con una reinterpretación del existencialismo que años después imperaría en las corrientes de pensamiento, poco parecido tiene con los textos de Camus, por ejemplo. Se trataría de una obra engañosa desde este punto de vista, aunque fácilmente catalogable de este modo si sólo nos atenemos a la lectura que hacen de Humus los manuales de literatura.

La elaboración de los personajes, su poesía, su forma, son las de un novelista que revolucionó el panorama de la novela del siglo xx, que bebió del simbolismo decadente parisino de Verlaine, que formó parte del grupo literario Os Nefelibatas junto a António Nobre, Justino de Montalvão o Alberto de Oliveira y que creó un nuevo concepto de la novela en Portugal, de la literatura en sí.

Escrita en forma de diario, cada día, cada página es un pasadizo de personajes que viven en un lugar inexistente, perdido y arrebatado por la muerte. Personajes que, sin embargo, se siguen preguntando por su propia existencia pasada como si ella se hubiera prolongado en el presente a través de un hilo transparente y frágil que la mantiene con vida, o tal vez como un hijo del sueño: «Me pongo a mirar hacia ti, conciencia, y exijo que me mires fijamente y me hables claro. No tartamudees. En primer lugar, dime lo que eres y lo que significas: miedo, recelo, una voz que se calla si la miseria asedia o la lujuria levanta la cabeza. Una nada, una voz tan tímida y tan pronta a desaparecer…» La conciencia es uno mismo, ese propio personaje que se pregunta por él, por el lugar en el que se dejó olvidado, para saberse en el sueño, igual que Fernando Pessoa escribiera: «Matar o sonho é matarmo-nos. É mutilar a nossa alma. O sonho é o que temos de realmente nosso, de impenetravelmente e inexpugnavelmente nosso».

Esta novela es una pregunta, como dije, en la que no hay acción aunque tampoco la necesita. Los personajes son meras presencias polvorientas que sirven de testimonio y pregunta de vida y muerte, sabiendo que todo lo que las tradujo fue el dolor, un pueblo abandonado, el miedo a un vacío que parece inevitable, la peor pulsión del ser humano, su vergüenza. No se identifica ningún rostro, no se distingue lo vivo de lo muerto, y todo por y para un idioma: el del absurdo, el del vacío, el del sueño. Pero sería erróneo pensar que esta novela no es más que eso: dolor, tragedia, grito. Todo eso existe, es cierto, pero aún late algo que hace de estas páginas un canto a la vida: la ternura. Detrás de toda la muerte, de toda la pérdida, de todo el miedo que fluye por cada palabra, existe la ternura, que es, sin duda, una manera de la primavera: «Entre el árbol, el cielo y la tierra hay un compromiso de ternura. (…) Hubo realmente una primera primavera, pero las flores, que hoy son ternura, eran entonces asombro».

Todo renace en esta novela. Brandão hace preguntas, parece consciente de la Nada, de la ensoñación de la vida que a veces se desvanece para dejar de ser real a ser tan sólo sueño, pero todo ello acaba para comenzar a vislumbrar, a contemplar la vida delicada que se posa en cualquier parte: «Si yo pudiera filmar la vida y la muerte de una flor, filmaría su vida. No valía nada; lo que vale un pájaro y, en el afecto y la ternura, tenía la profundidad del mundo —la del silencio— la del sueño». Con tan sólo una flor, el escritor portugués nos desvela el proceso de la vida, ralentizado, embellecido, esperanzador. En todo lo minúsculo se encuentra un motivo para la ternura, para el abrigo de las cosas vivas y todo ello con el lenguaje poético como medio para hacer real cada palabra. Hay parcelas literarias en las que la poesía sólo tiene cabida, y esta es una de ellas. «Tiene las manos como cepas», escribe Brandão, y el lector podrá ver milímetro a milímetro esas manos, incluso sentirlas. Y mientras tanto, un ritmo medido, a veces frenético (cuando ese absurdo y ese dolor asoman y se presentan ante nosotros), a veces lento (cuando el autor quiere que contemplemos, que nos detengamos bien en el sueño, en el absurdo, en la ternura), conseguido en castellano gracias a que la traductora ha realizado un trabajo sentido, hermosamente literario, ha logrado «re-crear» la obra con una magnífica delicadeza (principios, tal vez, de una buena traducción), a pesar de la dificultad del texto original, plagado de superposiciones de voces y planos, de realidades y tiempos, siendo cuerpo de un texto muy complejo en su forma y estilo.

Sin duda, una gran obra que debe servir como puente para el conocimiento de la literatura portuguesa, una novela que el poeta y ensayista portugués Fernando Pinto do Amaral calificó como uno de los mejores e imprescindibles cien libros del siglo xx en Portugal (según publicó en el diario O Público, en 2002), una novela de un autor que ha sido padre de uno de los más grandes novelistas de finales del xx como es el caso de Vergílio Ferreira.

Una novela hermosa y necesaria, al fin y al cabo.

Marta López Vilar


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