Autor: admin 28 noviembre 2006

Emilio Alarcos Llorach: Mester de poesía
Visor, Madrid, 2006

Los lectores interesados en el estudio del lenguaje conocen a buen seguro las numerosas aportaciones de Emilio Alarcos a la diversidad babilónica de las doctrinas lingüísticas. Sus estudios gramaticales culminaron hace poco más de diez años con una sucinta Gramática de la Lengua Española (1994), que ha conseguido una extraordinaria acogida entre el público general. No menos conocidos son sus abundantes estudios de crítica literaria, entre los que sobresalen La poesía de Blas de Otero (1955) y Ángel González, poeta (1969), ejemplares por muchos motivos, y en particular, por las agudas reflexiones sobre la lengua poética. Al hilo de estos estudios críticos, y por necesidades del guión, Emilio Alarcos fue elaborando una poética implícita, expuesta parcialmente en otros trabajos de carácter teórico, como los titulados “Fonología expresiva y poesía”, “Secuencia sintáctica y secuencia rítmica”, “Poesía y estratos de la lengua”, que alguno de sus numerosos discípulos haría bien en exponer de manera ordenada.

Autor: admin 28 noviembre 2006

Antonio Méndez Rubio: Por más señas
DVD, Barcelona, 2005

Hay libros cuya esencia —concepto, por otra parte, sinuoso y sutil al tiempo que engañoso y en muchas ocasiones malintencionado— resiste el asedio de la mirada crítica para crear nuevas miradas, dribla a los lenguajes ramplones de las categorizaciones y las etiquetas dejándolos pasmados en sus seguridades de fieros defensores, sobrevive en el filo del peligro constante del decir incompleto para poder decir “que se puede decir” y se rebela contra lo asumido porque la escritura también escribe el mundo. Y solicita entonces una respuesta, esto es, una exigencia de lectura que coloca al lector en la tesitura de ver(se) en una nueva tradición, de confrontarse al poema para extraer de él (del poema y del lector) no solo el chato zumo de lo evidente, sino el terco vínculo con lo no visible.

Autor: admin 27 noviembre 2006

Pilar Mañas: Cuevas
Renacimiento, Sevilla, 2006

La prosa de Pilar Mañas es una prosa precisa, sugerente, sedosa, una prosa que busca la veta poética que la realidad esconde y encuentra refugio en los huecos de ternura del alma humana. Mañas en sus novelas y relatos nos habla del mundo de las emociones y del deseo con su diferente medida del tiempo, nos habla de sueños, sentimientos y ternura (y del ruido que hacen cuando pasan), pero sobre todo nos habla de las cuevas de la memoria que no es otra cosa que la vida que importa acorralada por los canes del tiempo: todos tenemos un pasado heroico mientras tengamos memoria.

Autor: admin 25 noviembre 2006

Ignacio del Valle: El tiempo de los emperadores extraños
Alfaguara, Madrid, 2006

Tras El arte de matar dragones, el joven escritor asturiano Ignacio del Valle nos presenta una nueva peripecia investigadora del militar Arturo Andrade, ahora, tras pasar una temporadita en prisión y ser degradado de teniente a soldado raso, nos lo encontramos en Rusia purgando penas con la División Azul. Allí tendrá la oportunidad de recuperar momentáneamente su rango gracias a unos poderes especiales que se le proporcionan para que se encargue de investigar el caso de un divisionista que aparece degollado y congelado en mitad de un lago en pleno frente de Leningrado. Rodeado de caballos —también congelados— el cadáver es descubierto por los operarios de carnización, entre los que está Arturo. Y es Arturo, acostumbrada su vista al detalle detectivesco, el único en darse cuenta de que el soldado muerto tiene grabada en el cuello, justo debajo del tajo que le ha producido la muerte, una extraña frase: “Mira que te mira Dios”. A partir de este momento se sucederán un par de asesinatos más envueltos en rituales masónicos, y tanto Arturo como su ayudante —el sargento Espinosa— tendrán que emplearse a fondo para tratar de descubrir al asesino en serie, que va anotando frase a frase en el cuello de sus víctimas la siguiente retahíla: “Mira que te mira Dios, mira que te está mirando, mira que te has de morir, mira que no sabes cuándo”.

Autor: admin 24 noviembre 2006

Fernando Aramburu: Los peces de la amargura
Tusquets, Barcelona, 2006

“Nacemos solos, sufrimos solos, morimos solos, por mucho amor y solidaridad que haya en el mundo”. Así, con estas palabras que escribe Miguel Torga en La creación del mundo, abre Fernando Aramburu, escritor vasco afincado en Alemania, No ser no duele, anterior libro de relatos, donde ya en uno de ellos, “Inauguración de la cuesta”, aunque de un modo quizá algo más sutil, menos descarnado, trataba el tema central de todos estos textos que hoy nos ocupan: el terrorismo vasco y sus devastadoras consecuencias, las víctimas, la injusticia que se cierne sobre los perdedores, la violencia callejera y la lucha armada. Todo ese dolor, visto desde los más variados ángulos, que, de un modo más o menos silencioso, según los casos, las situaciones, las familias implicadas, se extiende desde hace demasiados años por un país, el vasco, hermoso y algo contradictorio. Ahora dicen que las cosas pueden cambiar, y seguro que así será, pero esta historia aún no está escrita. Mejor esperar. Esperar confiando.

Autor: admin 22 noviembre 2006

Anita Fair: Las nueve caras del corazón
Alfaguara, Madrid, 2006

Si con sus dos primeras novelas traducidas al español, Un hombre mejor y El vagón de las mujeres, Anita Nair (Shoranur, Ketala, 1966) señaló la llegada de una escritora sensible que podía ahondar con sutiliza y vigor en las personalidades de sus personajes llevando al lector a una atmósfera altamente sugerente. en su nueva entrega, Las nueve caras del corazón, la escritora india nos ofrece una novela ambiciosa y difícil en donde la autora despliega todos sus medios para estirar aún más los límites geográficos de la imaginación.

Autor: admin 21 noviembre 2006

David Gilbert: Los normales
Traducción de Ángeles Leiva
Mondadori, Barcelona, 2006

“La tibieza del sentimiento nunca cambia”. Así comienza una de las mejores novelas norteamericanas de los últimos tiempos. Billy Shine, licenciado en Harvard con el dinero proveniente de un suculento préstamo, se descubre en Nueva York sin trabajo, con una deuda que ha de devolver y una formación cultural y humanista, sin la aplicación práctica para encontrar empleo en la selva de la Gran Manzana. Billy decide abandonar a su novia y durante las primeras páginas asistimos a un vibrante recorrido por la historia más inmediata del protagonista y por la agonía de la redacción de una carta de despedida, en la que el sentimiento de abandono no se puede ocultar con ninguna fórmula del lenguaje. Trata de que su deserción no suene a tal, pero no es capaz de llevar la tarea a cabo. Una tibia amargura anuncia la traición. Casi mantenido por su novia y acosado por las deudas, que no puede satisfacer, acepta la llamada de una empresa médica que solicita voluntarios “normales” para la inoculación de un nuevo fármaco, que ha sido probado en animales, pero que necesita contrastarse en seres humanos.

Autor: admin 8 noviembre 2006

Agustín Díaz Yanes: Alatriste
Ocho y Medio, Madrid, 2006

Tan paradójico y lleno de contrastes como la España que retrata, el filme Alatriste, escrito y dirigido por Agustín Díaz Yanes, ha dejado un poso de extrañeza incluso en aquellos a los que, en definitiva, nos gusta y apreciamos su valiente propuesta.

Digo “valiente” porque, a la hora de adaptar las aventuras del bravo capitán creado por Arturo Pérez-Reverte, lo más fácil, según la costumbre, hubiese sido centrarse en el esqueleto argumental de una de las cinco novelas publicadas, enriqueciéndolo luego con algunos aspectos entresacados de los otros libros de la serie. Cuando, por citar un ejemplo reciente, Peter Weir realizó su película Master and Commander: Al otro lado del mundo (2003), basada en la saga naval de Patrick O’Brien, eligió como soporte estructural La costa más lejana del mundo (1984), la novela más narrativa de la colección en términos argumentales, la cual entrecruzó con Capitán de mar y guerra (1970) a fin de infundirle mayor cuerpo.

Autor: admin 1 julio 2006

Sabino Méndez: Hotel Tierra
Anagrama, Barcelona, 2006

Hay quienes utilizan la literatura para evitarse, para no tener que mirarse directamente a los ojos, quizás porque ya no se toleran o porque el único tipo de intimidad que pueden soportar es con las palabras. También hay quienes quieren observarse de cerca, para compartir sus miserias con el lector. En Hotel Tierra, Sabino Méndez es una mezcla de los dos anteriores. Por un lado, invita a participar de sus lecturas con una frialdad y un distanciamiento bastante llamativos, como si a su alrededor hubiese pocas cosas o personas que le interesasen de verdad; y por otro, relata de una manera más humana, con cierta fragilidad, su deterioro físico después de años de adicción a las drogas. Nada de esto tendría especial importancia si no fuese porque estamos ante alguien que formó parte del grupo Loquillo y los Trogloditas, la persona, de hecho, que escribió las letras de algunas canciones que han acabado convertidas en documentos de una época, himnos para varias generaciones. Llama la atención que un testimonio como el suyo, acerca de un tiempo caracterizado por la euforia, la ocurrencia y la ilusión, pueda considerarse cualquier cosa menos eufórico, ocurrente e ilusionado. Él mismo se dibuja como un individuo que al principio se niega a admitir que tenga problemas para relacionarse con los demás, pero que finalmente reconoce su ostracismo vital, su dificultad para cultivar amistades firmes. ¿Para entender? A lo largo del libro se muestra inmune a casi cualquier presencia o emoción. Sus padres son fantasmas que apenas tienen presencia, incluso sus amantes cobran un relieve muy limitado; ni siquiera la mujer con quien acaba casándose ni el hijo que tiene con ella ocupan un lugar de importancia en esta crónica de soledad y lejanía emocional, de frío. Parece que en mitad de los conciertos la cosa no hubiese ido nunca con él, que sólo los libros, las drogas y en estos momentos la política catalana hubieran significado algo en su vida.

Autor: admin 31 enero 2006

Francisco Javier Urkijo: John Frankenheimer
Cátedra, Madrid, 2006

Por desgracia, en ocasiones la crítica (no sólo) de cine gusta de incurrir en el vicio de convertirse en un acomodaticio pozo de tópicos. No es (ni será) la primera vez que, con respecto a tal o cual profesional del medio cinematográfico, se establecen una serie de esquemas de apreciación que, en adelante, se repiten de modo becerril. Eso ocurrió con Clint Eastwood hasta casi finales de los años ochenta, está dejando de acontecer ahora con Sergio Leone y sucede todavía con Ridley Scott, por citar tres casos de esa clase de extraordinarios cineastas donde la crítica tarda en saber ponerse a la altura de sus respectivas filmografías. A esta estirpe de buenos directores que son víctimas de esclerotizados parámetros de apreciación perteneció John Frankenheimer (1930-2002).