Carmen Morán Rodríguez
When the moon is in the seventh houseAnd Jupiter aligns with MarsThen peace will guide the planetsAnd love will steer the stars.This is the dawning of the Age of Aquarius.
(James Rado y Gerome Ragni, “Aquarius”)
Desde el año 1996 está inmortalizada en una estatua de bronce, obra de Luis Santiago, en las inmediaciones de la plaza de Poniente de su ciudad natal, Valladolid.1 Quienes conocieron a Rosa Chacel en vida y quienes lo hemos hecho únicamente a través de imágenes y de su obra, convenimos, creo, en que la estatua es hermosa, y que guarda una notable semejanza con el original, excepto (inevitablemente) por la actitud. Al verla apaciblemente sentada en un banco, más de un viandante la siente cercana y amistosa, benévola, y se le sienta al lado; los niños se suben a veces en sus rodillas. Y ella, de bronce, no puede responder con una mirada letal ni con uno de sus aún más letales diminutivos. Algunos domingos por la mañana amanece con un vaso en el que se adivinan restos de un cubata o un gin-tonic. Esto, aunque parezca irreverente, le cuadra a su regazo mucho más que los nietos espontáneos. No solamente porque apreciaba el whisky (más de un camarero quedaba estupefacto cuando la venerable ancianita no pedía una tila), sino porque le gustaba —orteguiana, al fin— sentir el latido vital de cada momento, ese espíritu de época que, si lo es, se siente por igual en los libros y en los bares.