Enrique Vila-Matas: Exploradores del abismo
Anagrama, Barcelona, 2007
Este verano, en el cementerio de Montparnasse, delante de la tumba de Marguerite Duras (a la que Vila-Matas «conocería sin conocerla» —como señala en Indochina Song, el espléndido retrato que de ella hizo tras su muerte—, en los tiempos de juventud, cuando la autora de Un dique contra el Pacífico le alquiló una buhardilla de su casa de la rue Saint-Benoit), recordé aquellas palabras que la escritora había dejado escritas en Escribir, su penúltima y dolorosamente lúcida obra: «La escritura: la escritura llega como el viento, está desnuda, es la tinta, es lo escrito, y pasa como nada pasa en la vida, nada, excepto eso, la vida».