Autor: 17 noviembre 2007

Enrique Vila-Matas: Exploradores del abismo

Anagrama, Barcelona, 2007

Este verano, en el cementerio de Montparnasse, delante de la tumba de Marguerite Duras (a la que Vila-Matas «conocería sin conocerla» —como señala en Indochina Song, el espléndido retrato que de ella hizo tras su muerte—, en los tiempos de juventud, cuando la autora de Un dique contra el Pacífico le alquiló una buhardilla de su casa de la rue Saint-Benoit), recordé aquellas palabras que la escritora había dejado escritas en Escribir, su penúltima y dolorosamente lúcida obra: «La escritura: la escritura llega como el viento, está desnuda, es la tinta, es lo escrito, y pasa como nada pasa en la vida, nada, excepto eso, la vida».

Vuelvo hoy a recordar esas palabras, después de leer estos nuevos relatos del escritor catalán. Relatos poblados de vidas en las que nada pasa, nada, excepto eso, la vida, que no es poco, como se sabe. («Es verdad que todo pasa y que lo nuestro es pasar», dice, evocando al poeta, el enfermo protagonista de Iluminado). La vida con sus grandes dosis de angustia, dolor, rabia, miedo, enfermedad y sinsentido. Y con el abismo, cómo no, muy cerca, pisando los talones, acechando constantemente, mordiendo con saña en ocasiones. Demasiadas ocasiones. Y la escritura —siempre, o casi siempre—, pese a todo, como alivio, como asidero, como tabla de salvación: «No puedo sentirme más incomunicado, y sin embargo sigo escribiendo, porque me parece la única posibilidad que me queda de no angustiarme del todo, pues mi realidad es tan catastrófica que, salvo la alimentación, todo lo demás está fuera de mi alcance, incluido el suicidio», nos dice el protagonista de Amé a Bo, uno de los relatos más extraños y sugerentes del volumen. ¿Pesimismo? ¿Nihilismo? Sí, pero no tanto: pese a todo, detrás de cada relato, hay un atisbo de esperanza, un puente para cruzar el abismo, aunque también se nos diga que toda la infelicidad de los hombres viene precisamente de ahí, de la esperanza.

Exploradores del abismo es un libro de relatos, pero no de relatos al uso, sino a la manera Vila-Matas, como es lógico, donde realidad y ficción discurren muy paralelas y el azar le otorga cierto sentido al absurdo de vivir, aunque también es cierto que se aleja un poco del tono (¿excesivo?) de sus últimas novelas y se acerca a otros volúmenes de relatos suyos y a ese gran libro de crónicas que es Desde la ciudad nerviosa, una de sus mejores obras, donde muchos de los músicos, los literatos y los paisajes que ama —que amamos— se dan cita.

Vila-Matas es un escritor personalísimo, que nunca defrauda ni deja indiferente, y, casi me atrevería a decir, que, como le pasa también a Marguerite Duras sin ir más lejos, es uno de esos escritores que no admite término medio: se le ama o se le odia, qué le vamos a hacer. Él mismo, a propósito de Bolaño, escribió hace algunos años: «Tu escepticismo, Bolaño, es el principio de la fe». El tuyo, Vila-Matas, también. De la fe, sobre todo, en la escritura.

Ovidio Parades


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