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Novedades en Café Arcadia

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Autor: admin 25 septiembre 2008

Rosa Sala Rose: Lili Marleen. Canción de amor y muerte

Globalrhythm, Barcelona, 2008

Siempre he tenido una gran predilección por un breve relato de Stefan Zweig, «El genio de una noche», incluido en Nuevos momentos estelares de la Humanidad. En él, el gran escritor vienés nos traslada a la noche del 25 de abril de 1792, cuando el magistrado y burgomaestre Dietrich le pregunta a su amigo, el joven capitán del cuerpo de fortificaciones Rouget de Lisle si no querría aprovechar la oportunidad patriótica —Francia acaba de declarar la guerra al emperador de Austria y al rey de Prusia— para componer una poesía destinada a las tropas que se dirigen al frente, una canción guerrera para el ejército del Rhin que al día siguiente deberá marchar contra el enemigo. A las pocas horas, ya de madugada y de manera casi inconsciente, «escribe las primeras líneas, que no son sino el eco, el retumbar, la repetición» de las exclamaciones que poco antes oía por las calles de París:

Autor: admin 25 septiembre 2008

Silvia Grijalba: Palabra de rock. Antología de letristas españoles

Editorial Fundación José Manuel Lara, Sevilla, 2008

Mucho, demasiado, tiempo ha transcurrido desde la publicación del extraordinario La poesía del rock (Litoral, 1989) hasta esta antología de letristas españoles de rock. Casi dos décadas donde apenas si se han tratado las evidentes conexiones que existen entre las letras de rock y sus posibilidades poéticas. La polifacética Silvia Grijalba acepta el desafío de seleccionar una muestra de autores muy diversa, por encima de preferencias personales, y con el agravante que supone abarcar más de dos décadas donde el rock español ha multiplicado estilos y artistas. El resultado es notable y digno de resaltar. En estos tiempos donde las canciones han sido denigradas al nivel de un politono telefónico y donde letras y estribillos pretenden ser reducidos hasta el más inmisericorde dadaísmo, reconforta encontrarse con un trabajo como este. Grijalba sabe establecer, sin alharacas, las distintas conexiones de una selección muy diversa: de Javier Corcobado con William Blake y John Milton a Robe Extremoduro con Henry Miller o Charles Bukowsky, pasando por el «mundo propio» del grandísimo y hoy defenestrado Poch (con los enormes Derribos Arias), la sensibilidad de otro nombre propio como el siempre controvertido Fernando Márquez, el pulso sintético de Sabino Méndez o la narrativa de Nacho Vegas —que nunca fue líder de Manta Ray, como nos hemos visto obligados a leer en algún desinformado comentario—, entre Roger Wolfe y Raymond Carver, hay un espectro amplio y diverso donde poesía y rock se abrazan. Hacía falta un libro como éste para desvelar hasta qué punto los creadores de la banda sonora de muchas vidas, de muchos momentos, poseían un talento poético que enganchaba directamente con unas inquietudes culturales solapadas por la ausencia de una tradición rockera en España y que obviaban el trazo literario de muchas de sus composiciones.

Autor: admin 25 septiembre 2008

Katherine Mansfield: Diario

Lumen, Barcelona, 2008

La inminencia de una muerte prematura, una visión elegíaca del pasado y del futuro, atraviesa el diario de Katherine Mansfield desde la primera frase —«Por fin ha acabado este fatigoso día» (junio de 1910)— hasta la última: «Todo está bien» (octubre de 1922). Tres meses después de apuntar esta sosegada afirmación, moría la narradora neozelandesa a los treinta y cinco años, en Fontainebleau. Virginia Woolf, reseñando en la prensa la aparición de este Diario en 1927 —hoy traducido por Aránzazu Usandizaga— y que sirve de prólogo, apunta que su interés sobre todo reside en «el espectáculo de una mente —una mente terriblemente sensible— recibiendo una tras otra las impresiones fortuitas de ocho años de vida. El diario fue un compañero místico de la autora». La delicadeza de Mansfield, ante la vida, la escritura, el fin próximo de ambas cosas, encontró tanto en el matrimonio Woolf —Leonard le publicó en la editorial Hogarth Press el libro de cuentos Preludio (1917)— como en su tierno compañero John M. Murry, la compañía adecuada para sacarla del espanto de una enfermedad incurable y ayudarla a que sus textos fueran viendo la luz. En este sentido, el diario fue para Mansfield una forma de extraer todo el ensimismamiento que le provocaba arrastrar dolencias físicas, de verbalizar esa lucha tan interesante a la que se enfrenta todo gran escritor: el deseo de escribir y la impotencia por no poder o no saber hacerlo.

Autor: admin 25 septiembre 2008

Julio José Ordovás: Nomeolvides

Prensas Universitarias de Zaragoza, Zaragoza, 2008

Julio José Ordovás (Zaragoza, 1976), bien conocido por los lectores de estas páginas, es un autor joven con una amplia trayectoria periodística a la espalda y una envidiable proyección dentro del género. Se maneja con soltura en la entrevista, el artículo viajero, el relato, el artículo de opinión, la crítica literaria… Vamos, que su agudizada ambición creativa apunta hacia el mejor escritor profesional, el que se desangra con el todo al día de los periódicos y va dejando allí lo mejor de sí mismo, como Pla, como Azorín, como Camba, como tantos otros. Desde que en 2004 publicó su primer libro, el todavía algo inmaduro diario Días sin día, Ordovás es un autor que no ha parado de crecer y multiplicarse, de aumentar y dispersar sus inquietudes. Va hacia arriba. Y como el camino se muestra andando, él hace a sus lectores partícipes de ese proceso de maduración con cada nuevo libro que publica.

Autor: admin 25 septiembre 2008

Renée Vivien: Poemas. Traducción de Aurora Luque

Igitur, Tarragona, 2007

El fin de siècle estuvo dominado, sobre todo en Francia, por un marcado malditismo que, en literatura, tuvo su efervescencia en obras de tono andrógino. Pensemos en Pierre Louÿs (autor de Afrodita y Les Chansons de Bilitis), cima de este malditismo finisecular francés. Admiradora de Louÿs fue Pauline Mary Tarn, una de las escritoras malditas par excellence de todos los tiempos. Nacida en Londres en 1877, se crió y educó en París, por lo que eligió el francés como lengua literaria. Su primera obra data de 1901: Études et Préludes. Desde esta obra, y la siguiente, Cendres et poussières (1902), Pauline fue René Vivien. Será a partir de Évocations (1904), plenamente parnasiano, cuando la poetisa sume una «e» a su seudónimo, resultando al fin Renée (renacida), mujer que desea y ama a otra mujer. Sus poemas amorosos pasaron a ser exponente del lesbianismo literario, y Pauline se convertía en «Safo 1990», inaugurando el territorio postrero de un legado sáfico. Tuvo tres amantes importantes: la americana Natalie Clifford Barney (tan presente en primeros libros, léase su poema «A la mujer amada»), la baronesa Helène Zuylen de Nyevelt y, desde 1906, una enigmática mujer llamada Kérimé, tras cuya relación su vida se vio envuelta en un clima de destrucción, abocándose entonces al suicidio, al alcohol, a la amnesia, a la disentería, a la anorexia. Una neumonía acabaría con su vida en 1909, cuando había cumplido 32 años.

No había sido reconocida en nuestra lengua (ni en la francesa siquiera) la obra andrógina y parnasiana de Vivien (también publicó dos novelas y varios libros de cuentos). Los tiempos parecen cambiar. Tras Cenizas y polvo (2006), en traducción de Joaquín Negrón, y una edición de Estudios y preludios (2006), preparada por Jiménez Burillo, aparece Poemas, una completísima antología de gran parte de sus trabajos poéticos, traducidos con encomiable adaptación rítmica por Aurora Luque, quien presenta unas versiones sin rima, pero con metro, en las que se mantiene la forma estrófica (sonetos y cuartetos con gran presencia de alejandrinos blancos). Evidentemente una rima consonante hubiera dejado textos menos actuales, aunque en algún poema —«En el puerto»— se haya construido con rima asonante. Un ejemplo de traducción libre la hallamos en un verso de «Desnudez»: «Puis, lys entre lys, m’apparut ton corps blanc, que Luque traduce «lirio entre lirios, blanco, se me mostró tu cuerpo». Asimismo, la traductora incluye al final del libro algunos fragmentos de la novela La pasión de Renée Vivien (1994), de Maria-Mercé Marçal, en la que reconstruye la vida de la escritora partiendo de cartas y testimonios de época.

Mujer, escritora y lesbiana. Tres identidades que, sumadas, han conformado una forma expresa de rechazo en el ámbito literario de todos los tiempos. Y dos temas en su poesía: el erotismo y la mujer como proyección vital, siempre bajo el eje de Eros y Tánatos (de cierto «fervor tanático» hablará Luque) y el spleen de Baudelaire («El laberinto»). Incidental me parece la presencia de lo «griego» en su poesía, aunque florezca de vez en vez el mito del andrógino platónico, afirmándose a su parte femenina. Da la impresión de que tiene más peso el aspecto decadente que el mitológico. Aún así es esencial en su poética un clima helénico y mitológico. En «Al desembarcar en Mitilene» se advierte el ferviente influjo de Safo, a quien Renée tradujo en aquella época, mientras en «Ven, Diosa de Chipre» se ofrece un cántico dionisiaco de veta sáfica: «la noche del festín es breve entre las noches». Luque se refiere a que «la pasión se contempla en Vivien como destino absoluto». Una pasión desterrada que se vive «con arte, con lentitud y ternura», y se muestra tendente al dolor, a la melancolía de lo sido: «solo busco y deseo, y, sobre todo, añoro». Y encontramos amor posesivo y entregado («La ofrenda»), sexual y carnal («El cohete» o «Canción») y amor contradictorio —exclusus amator— , como en un poema de estirpe catuliana, titulado «Grito»: «y te odio y te amo abominablemente». Incluso hallamos indicios de rito amatorio en el poema «Bacante triste», el cual narra una orgía en la que Pauline se vio envuelta por su amante, Natalie Clifford, ya que ésta quería introducirla en el amor sáfico, y para ello escenificó una orgía con presencia de amigas y profesionales.

De modo que perdura una lectura feísta, decadente y hasta vampiresca del parnasianismo finisecular, con grandes dosis de estética prerrafaelista, que, en casos, redunda en ejercicios parnasianos. Verlaine se halla muy presente (léase «Nocturno»: «amo la languidez…»), como así Rimbaud (en un poema muy «feísta», «El amor tuerto»). Llama la atención en Renée ese abrazamiento del dolor. Desde su poética expresada en «Vencida» hasta tantos versos que delatan un estado de ánimo precario, y hasta convulso: «mi triste ruina arrastro», «errante voy» o «mi destino padezco», impregnados del horaciano y trastocado carpe noctem («Nuestra es la noche»). Se formula pues una adoración de la noche, cuya simbología nos arrastraría a una concepción negada de la vida, triste y oscura, pero bella: «la noche es nuestra. El día, que sea de otros». Desengaño vivieniano, en definitiva, y una poesía tan femenina que leemos: «marchamos al azar de nuestros sueños», «marchamos lentamente, nuestra sombra nos sigue», por lo que no es raro que sus versos se hayan significado en consigna en tiempos modernos.

Nos llega una Renée Vivien femenina, renovada, actual. Una poeta con un talento mayúsculo, vitalista y luchadora, a ratos oscurecida por el dicterio de la escuela parnasiana. Ocasión para revisar mitos y empaparnos de una fiesta del deseo, donde «las tinieblas se vuelven de un violeta que es gris», y cuyo recuerdo «es hermoso como un palacio en ruinas». Que así sea.

Ricardo Virtanen

Autor: admin 25 septiembre 2008

Álvaro Valverde: Desde fuera

Tusquets, Barcelona, 2008

Desde fuera ha titulado, con toda intención, Álvaro Valverde su último poemario. No se trata de contradecir la fórmula de Agustín (noli foras ire…), porque este «desde fuera» es también, o acaso sobre todo, un «desde dentro» mejor. Como óleos, acuarelas, postales, fotografías… podemos considerar muchos de estos poemas, que son, en definitiva, miradas atentas, solidarias y fervorosas sobre un trozo del mundo: paisaje, libro, cuadro, hombre… Se trata así, evitando la impúdica exhibición de sí mismo, de captar mucho más esencialmente lo que uno es, en esa inextricable relación con lo que nos rodea. Somos lo que vemos, podría decir Álvaro Valverde. Pero, en general, no lo dice, lo hace. O, mejor dicho, lo hacen sus poemas. Claro que también, finalmente, en un verso determinado, termina por declararnos abiertamente su principio: «No somos sino aquello que miramos».

Autor: admin 25 septiembre 2008

Fernando Pessoa: Diarios

Gadir, Madrid, 2008.

Tenemos motivos para intuir, después del tiempo transcurrido, que Pessoa debía pensar, para sus adentros, que la vida era un artilugio bien difícil de enhebrar. Él mismo viene, de algún modo, a justificar tal argumento, a tenor de lo que dejó escrito en su Diario el domingo 2 de marzo de 1913: «Escribí el principio de la carta a Pascoaes. Por la noche, dormí un poco después de cenar; más tarde leí un rato. No tuve casi ninguna idea. El día fue primaveral». Leído lo cual podemos deducir: prefiere tener argumentos suficientes y racionales, fundados, antes de concluir una carta a la deriva, sin implicación suficiente; procura poner el tiempo a su disposición, sin agobios. Duerme después de cenar, pero despierta y lee; la noche no supone el total de la noche dormida, una vez iniciada, sino que la trata como a un fragmento de vida. No dice, eso sí, qué es lo que leyó: nos resultaría orientativo. Dice que no ha tenido casi ninguna idea, lo que evidencia que sí ha tenido alguna, más al parecer no la juzga de momento importante. Y, sin embargo, es concluyente en la frase final (considerando que no escriba bajo el efecto de la ironía o la metáfora): el día fue primaveral; algo así como una aceptación implícita de su ser como fue, de su validez.

Autor: admin 25 septiembre 2008

Susana Benet: Lluvia menuda

La Veleta, Granada, 2oo7

«Como poeta me parecen los hai-kais ni buenos, ni malos. Todo será según los hagan, ¿verdad? La poesía tiene emoción o no tiene emoción, y esto es todo», escribió Federico García Lorca (en Obras completas I. Poesía, Barcelona, Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores, 1996, p. 757), y esas palabras bastan para responder a quienes últimamente se lamentan o incluso se indignan por la frecuencia con la que leemos haikus (o poemas que adoptan su estructura) en libros recientes de poesía española. Es cierto que muchos recurren a las diecisiete sílabas clásicas por capricho o deporte (cuando no por simple imitación de sus amigos), inconscientes de la antiquísima tradición y la dificilísima riqueza de esa estrofa japonesa, pero es igualmente cierto que el haiku es exactamente lo contrario de una moda. Su melodía suena desde hace muchos siglos, y son conocidos y escritos en Europa y América desde hace al menos ciento cincuenta años. En este tiempo ha habido resultados gloriosos y, por otra parte, juegos más bien intrascendentes, como los mismos «Hai-kais de felicitación a mamá» que ilustraban las palabras de Lorca. No creo que fueran esos simples divertimentos los que hicieron soñar a Borges, en su muy citado cuento, que la existencia del haiku fue lo que consiguió que los severos dioses indultasen a la humanidad (en «De la salvación por las obras», incluido en Atlas), pero para saber algo más sobre esta composición y su historia conviene leer Hana o La flor del almendro (Valencia, Pre-Textos, 2007), ensayo del poeta Josep M. Rodríguez, complementado con su artículo «Breve nota sobre el haiku, años 20» (en El Maquinista de la Generación, n.º 14, octubre de 2007, pp. 27-29), aunque abundan los textos teóricos recientes y, especialmente, las antologías que últimamente recogen (o creen recoger) haikus clásicos o modernos, ortodoxos o rupturistas, poéticos o narrativos…, entre las que destaca el minucioso Libro del haiku de Alberto Silva (Madrid, Visor, 2008).

Autor: admin 25 septiembre 2008

Eça de Queiroz: La capital. Traducción de Javier Coca y Raquel R. Aguilera

Acantilado, Barcelona, 2008

Todo país que se precie ha de tener su Gran Novelista Decimonónico; así, con mayúsculas. Algunos tienen más de uno, y entonces surgen las disputas entre los defensores de uno u otro. Incluso podía darse el caso de que llegase la sangre al río. O tempora, cuando la gente se daba de puñetazos por defender a un Stendhal o un Balzac. Portugal, abajo de Europa a la izquierda, tiene su Gran Novelista Decimonónico en Eça de Queiroz (1845-1900); todo el mundo está de acuerdo en ello. Progresista, anticlerical, moderadamente libertino, cosmopolita y mundano, Eça representaba —en su persona y en sus novelas— el anhelo de modernización de los portugueses, cuyo modelo —como en España, sin ir más lejos— era la República Francesa, también conocida como Marianne: Libertad, Igualdad, Fraternidad; separación de la Iglesia y del Estado —aquí anduvo y anda la cosa un poco chunga—; sufragio universal; libertad de expresión y de prensa; etcétera. Eça era un escritor de éxito, envidiado por otros escritores sin éxito y vilipendiado por la clerecía, pero eso casi siempre suele pasar. Desde El primo Basilio hasta El crimen del padre Amaro, pasado por Los Maia y El misterio de la carretera de Sintra —la del Chevrolet prestado del insuperable poema de Pessoa— Eça radiografió la sociedad que le tocó en suerte vivir. Era, en términos académicos, un escritor realista, con vocación totalizadora, un excelente recreador de ambientes, de mirada crítica y gran finura en el análisis de las personalidades mediante un dominio prodigioso del estilo indirecto libre. Un excelente novelista: moderno, eficaz, comprometido con el estilo, etcétera.

Autor: admin 25 septiembre 2008

André Aciman: Llámame por tu nombre

Alfaguara, Madrid, 2008

Algo tiene Llámame por tu nombre de fantasía onanista: una idílica playa virgen de la costa italiana, dos jóvenes guapos y cultos, el fragante verano… Todo parece servido para el erotismo y la efusión sentimental y, efectivamente, André Aciman no ahorra ni el uno ni la otra en su primera novela, un notable ejercicio de indagación de los resortes del amor y el deseo que por momentos resulta, sin embargo, bastante empalagoso.