Felipe Benítez Reyes
AMOR. 1) Según Pavese, que anduvo a malas con él, la libido de un macaco. 2) El aventurero Agustín de Rojas, en El viaje entretenido, pone en boca del actor Miguel Ramírez esta apreciación: «El amor es rey absoluto de todo y verdadero señor del pecho, que pisa hierba y deshace palabras; que para él no aprovechan encantamientos ni conjuros, hacer imágenes, encender velas, decir oraciones al alma, formar caracteres en pergamino virgen; todos los hechizos del monte de la Luna, Tesalia, Colcos y Rodas, Pentaculos de Salomón y cuanta Geomancia hay, todo es nada llegado a querer de veras, que estas son las verdaderas hechicerías». 3) Según Groucho Marx, «lo malo del amor es que muchos hombres lo confunden con la gastritis y, cuando se han curado de la indisposición, se encuentran unidos en santo matrimonio a una mujer con la que, en situaciones normales, no los pillarían ni borrachos». 4) Al entender de Luis Cernuda, «al amor no hay que pedirle sino unos instantes, que en verdad equivalen a una eternidad». 5) La Rochefoucauld daba por supuesto que «hay gente que no hubiera amado nunca si no hubiese oído hablar del amor». 6) Comeclavos, el personaje de Albert Cohen, propone estos tres extremos: «El amor no es la dama que te gusta, sino las cartas que le escribes», «El auténtico amor no es vivir con una mujer porque la quieres, sino porque vives con ella» y «El amor es la costumbre y no juegos de teatro» (y en esto último parece coincidir con el narrador de El diablo en el cuerpo cuando afirma que «no es en la novedad donde encontramos los mayores placeres, sino en la costumbre», aunque unas páginas después contradice este pronóstico optimista). 7) Divaguemos: cuando percibimos que en el amor nos va maravillosamente bien, significa que nos va maravillosamente bien, en eso no hay trampa posible: refulge el espejismo, la deslumbrante ofuscación que tiene los días contados, porque es como el cohete que asciende por el cielo nocturno, en la noche festiva, con la soberbia de querer explotarle a Dios en la frente, aunque luego desciende liviano, con su cascada púrpura de chispas mortecinas, con su llovizna ingrávida de estrellas moribundas… Etcétera. Y se apaga: bluf. Y, a partir de ahí, las cuentas empiezan a ser irregulares: la suma es una resta. Si damos por hecho que en el amor nos va muy bien, significa que nos va bien, porque si nos fuese muy bien, ni siquiera nos plantearíamos cómo nos va. Cuando nos vemos obligados a convencernos de que en el amor nos va bien, estamos ocultándonos que nos va regular. Cuando admitimos que en el amor nos va regular, hay que deducir que nos va mal. Cuando aceptamos que en el amor nos va mal, es que nos va muy mal. Si nos resignamos a asumir que nos va muy mal, no cabe duda: se trata ya de un infierno. Si reconocemos que nuestro amor es un infierno, es que se trata en realidad de ese infierno de máxima seguridad que está gobernado por un ente muy complicado: el Demonio del Demonio; un infierno, en fin, que excede los límites de la conciencia: en el lugar exacto en que una vez estuvo localizado un paraíso aceptable, dos alimañas se arrancan mutuamente el corazón y lo devoran con repugnancia. 8) Cuando las cosas se torcieron entre ellos, Francis Scott Fitzgerald le dijo a Zelda, el amor oficial de su vida: «Eres una escritora de tercera fila y una bailarina de tercera fila».
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