Archivo de noviembre, 2006

Sabiduría de bolsillo

jueves, noviembre 30th, 2006

Pasos en la arena. Edición de Luis Edurardo Rivera
Periférica, Cáceres, 2005

Remy de Gourmont fue un crítico y novelista de prestigio en el París de principios de siglo. El tiempo no ha sido benévolo con sus grandes obras, muy representativas de la estética simbolista, pero ha respetado sus escépticos aforismos, que siguen la línea de Chamfort y de Antoine de Rivarol: “Hay una persona con la que nunca llegamos a ser completamente sinceros, aunque sepamos que nos conoce a fondo y que podemos contar con su benevolencia: nosotros mismos”.

No fue fácil la vida de Remy de Gourmont. Una enfermedad de la piel le desfiguró el rostro a los treinta años y le convirtió en un ermitaño recluido en su oficina del Mercure de France y en sus libros. El título de estos aforismos procede de una cita del Robinson Crusoe: “Un día, yendo a buscar mi canoa, descubrí con claridad sobre la arena las marcas de un pie humano. Nunca he sentido un espanto tan grande…”

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La cruz de Chesterton

jueves, noviembre 30th, 2006

Cecil Chesterton: Los Chestertons
Renacimiento, Sevilla, 2006

¿Qué es una biografía? Un intento de explicar un misterio. Intento casi siempre vano porque, por muy objetiva y rigurosa que se pretenda, es muy difícil, por no decir imposible, dar con todas las claves y resortes de una vida humana, que resulta siempre, al fin y a la postre, impenetrable y oscura. Siempre sabemos que hay, al fondo, o en el fondo, algo que no conseguimos atrapar. Cualquier vida es un denso misterio. También, por descontado, la de Gilbert Keith Chesterton. Que ni siquiera él mismo, o él menos que nadie, consiguió explicar del todo en su Autobiografía (que apareció en 1936, el año de su muerte).

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Poesía social fresca

miércoles, noviembre 29th, 2006

Carlos Drummond de Andrade: Sentimiento del mundo
Hiperión, Madrid, 2006

¿Puede un libro de poemas publicado en Brasil en 1940 interesar a un lector español de hoy mismo…? Sentimiento del mundo de Carlos Drummond de Andrade, recientemente editado en nuestro país, nos demuestra que sí, que la buena poesía no está sujeta, como los productos perecederos, a una fecha de caducidad. Intentaré, pues, a través del recorrido por algunos poemas significativos, ilustrar su interés, su actualidad. Para empezar, los títulos de Carlos Drummond de Andrade (ya desde el título inicial, el del libro y el del primer poema) tienen un sentido abarcador, universalista, ambicioso. Sentido que no excluye, en alguna ocasión, tintes claramente irónicos. “Tengo apenas dos manos / y el sentimiento del mundo”, dicen los dos primeros versos. Es decir: está la humildad de lo concreto, de lo mínimo, frente a la vastedad del mundo, de su concepto mismo.

Pero al lado de un cierto sentimiento de impotencia, el que deriva de fuerzas desiguales, está también un voluntarismo, resuelto aunque no inconsciente: la lucha es necesaria a pesar de todo, de la propia individualidad, de las proclividades de la historia, incluida la historia de la literatura. Se apela asimismo a lo material básico, “fuego y alimento”, integrándose el autor en la urdimbre dialéctica de las revoluciones de principios del siglo xx. No obstante, una palabra emblemática de aquella retórica se envilece, o se contamina de pesimismo histórico, ante las tercas evidencias de la realidad: “ese amanecer / más noche que la noche”. Autocrítica e ironía son dos registros que no debemos olvidar aquí. Rasgo este de modernidad que matiza un discurso equidistante tanto de la fe del carbonero como del escepticismo decadente de algunos estetas. “Confidencias del itabirano” (Itabira es la ciudad donde nació el poeta) nos introduce en algunos procedimientos estilísticos peculiares: la reiteración de la oración simple, la yuxtaposición aparentemente simplista, la paradoja, la ruptura de una lógica semántica, la inversión de un orden gradativo que puede, también, señalar ambivalencia en la lectura: “Tuve oro, tuve ganado, tuve haciendas”. Por encima de todo destaca en el poema el determinismo vital que imponen algunas circunstancias, la imposible deserción de unas raíces: “Itabira es solo una fotografía en la pared. / ¡Pero cómo duele!”. “Poema de la necesidad” es una especie de letanía ingenuista (?) en la que no faltan contradicciones que exigen, naturalmente, una relectura: ¿cómo se puede conciliar, por ejemplo, la lectura de Baudelaire, cuyas flores mórbidas son símbolo de placeres solitarios, de individualismo exacerbado, con el sueño colectivista de una revolución que, además, debe ser blanca, incruenta…? Es preciso “anunciar el fin del mundo”, reza, con mayúsculas, el poeta. El fin, por apocalíptico que parezca, es también, como los bárbaros de Kavafis, una promesa de regeneración, de savia nueva. Y en cualquier caso la voz de los profetas, de los agoreros del desastre, puede tener (eso solo ya bastaría) una función de revulsivo, de sacudida de conciencias instaladas en el letargo y en una inercia decadente. De decadencia, en fin, nos vuelve a hablar “Tristeza del imperio”. Un imperio ¿carioca? que parece diseñado no sobre los patrones de un sibaritismo romano, sino sobre los clichés de un hortera enriquecido, sea este de la latitud que sea. El mal gusto también es, por desgracia, universal: “Soñaban la futura liberación de los instintos / y nidos de amor que serían instalados en los rascacielos de / Copacabana, con radio y teléfono automático”. “El obrero en el mar”, único poema en prosa del libro, parte de una imagen que tiene su origen en la iconografía evangélica. El texto, lejos del tono panfletario, crítico incluso con ese lenguaje simplista, nos presenta a un obrero semidesnudo, mesiánico, “apenas más oscuro que los otros”, que anda sobre las aguas: ¿hacia dónde? ¿hacia una tierra de promisión como Moisés cuando, huyendo de la esclavitud de Egipto, abre un camino en el mar Rojo…? No solo Cristo en el lago de Tiberíades es aquí un referente. El poeta, por otra parte, sabe que entre él y ese ser enigmático (en el fondo todo obrero, al margen de falsas demagogias, lo es para un intelectual) hay una distancia insalvable: son realidades sociales y espirituales distintas, divergentes incluso. Por eso el poema, muy bello y misterioso en todo momento, no revela al final, coherentemente, el sentido, o destino, de ese viaje prodigioso. Subraya, eso sí, una separación casi cósmica que sin embargo acoge un poderoso signo de comprensión lejana, quizá utópica… “Niño llorando en la noche”, con ese encanto de una sencillez engañosa (engañosa por difícil de conseguir), seduce casi desde el primer verso, o versículo. Inconsolable, ese niño puede ser metáfora del dolor del mundo; un dolor que no está ubicado en ningún sitio concreto, o que se ubica en todos, porque el dolor es universal, atemporal… Abierto así el llanto a la indiferencia de la noche, a un inmenso vacío de conciencia, al silencio culpable de todos los que, en sentido amplio, duermen, ignoran, no oyen. Pero siempre habrá alguien, un poeta de guardia por ejemplo, que oirá, con sensibilidad agudizada, incluso “el rumor de la gota del remedio (¿no debería traducirse bálsamo?) cayendo en la cuchara”. Carlos Drummond de Andrade aboga por una poesía contaminada, impura, claramente antiacademicista: “En vano asesinaron la poesía en los libros”, “los sobrevivientes están aquí, poetas directos de la Calle Ancha”. Nos recuerda en este sentido aquella admonición de otro autor populista, Pablo Neruda: “Quien huye del mal gusto cae en el hielo”. No es ajeno tampoco a una imaginería, no muy frecuente, de índole vagamente surrealista: “Un gusano comenzó a roer las levitas indiferentes”. “Privilegio del mar” denuncia otra vez el estatus, no idílico pero sí “mediocremente confortable”, de una clase insolidaria. Para ella “el mundo es verdaderamente de cemento armado”. Pero, ¿qué ocurriría si ese buque fondeado en la bahía fuese un barco ebrio, “un crucero loco”, un acorazado como el de los filmes rusos de antaño…? No cabe preocuparse: los marineros son fieles, las aguas tranquilas, el mundo inamovible. “Podemos beber honradamente nuestra cerveza”. La pax burguesa, no obstante, siempre tiene en esta poesía el acecho, o la insinuación, de una inminencia: ¿inminencia de qué…? Es algo que no se hace explícito, que queda ahí colgado, como una amenaza, como una incógnita: “Los inocentes de Leblón / no vieron al navío entrar / ¿Trajo bailarinas?/ ¿Trajo emigrantes?/ ¿Trajo un gramo de radio?”. El adjetivo “inocentes” es, por supuesto, irónico. Significa cínicos, o lo que es peor: tontos inconscientes, tontos culpables. Inocentes que en la arena caliente, adormecedora, disfrutan pasándose por la espalda “un aceite suave”. Todo el mundo, quizá, está narcotizado, magnetizado, idiotizado por una especie de gigantesco “Bolero de Ravel”. Tanto que “los tambores apagan la muerte del Emperador”: de nuevo la ignorancia, real o fingida, de ese peligro, esa inminencia… Los pecados de omisión son tan graves aquí como los pecados de acción. Y la teoría que no cede paso a la praxis tan culpable como la inercia del conformismo. Las palabras, en efecto, no son inocentes. Configuran, con demasiada frecuencia, lenguajes nocivos. Así, un poema como “De la mano” podrá leerse como brevísimo manual de crítica de poesía: la lírica decadentista de los estetas, el futurismo verbalista de las orgías revolucionarias, el romanticismo crepuscular, el ombliguismo de los suicidas, el escapismo de los exóticos, la bobería de los místicos seráficos… Frente a todo ello “el tiempo es mi materia, el tiempo presente, los hombres presentes, la vida presente”. Toda una declaración de principios. Poesía de ahora mismo, sí, la de Carlos Drummond de Andrade.

Eugenio García Fernández

Elogio de la traducción

miércoles, noviembre 29th, 2006

El ala y la cigarra. Fragmentos de la poesía arcaica griega no épica
Traducción de Juan Manuel Rodríguez Tobal
Hiperión, Madrid, 2005

Seguramente, el lugar más común al que se suele acudir cuando se reflexiona sobre la traducción es el célebre adagio que hay que enunciar en ese dialecto del latín conocido hoy como “italiano” para no despojarlo de su indudable gracia: me refiero a aquello de traduttore, traditore, o sea, “el que traduce, traiciona”. Con él se ha pretendido siempre reflejar la resignada insatisfacción que necesariamente invade a quien intenta trasladar un texto elaborado en un determinado código lingüístico y literario a otro diferente: de una lengua a otra, vaya.

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Defensa de la poesía (propia)

martes, noviembre 28th, 2006

Álvaro García: Poesía sin estatua
Pre-Textos, Valencia, 2006

Reseñando el poemario Intemperie (1995), dijo Juan Carlos Suñén que Álvaro García era un poeta “con pensamiento”. Si a un poco avezado lector le quedase alguna duda, será despejada con la lectura de este excelente ensayo, un conjunto de lecturas de poesía mediante el cual el autor hace la de la suya propia, esto es: perfila su poética.

La propuesta de poema que defiende Álvaro García consiste en que la obra escrita se corresponda con una “poesía sin estatua”. Esto quiere decir varias cosas. En primer lugar, “se trata de construir un artefacto cuyos resortes sean suficientes, sin servidumbre realista o psicologista que despiste su contenido hacia lo referencial (…) contra la idea de ser estatua, la idea de hacerse ‘piedra’, es decir, materia” (p. 93); es decir, ser capaz de hacer desaparecer la “estatua” del yo concreto que hizo el poema, para disolver este en una épica interior (p. 12) que pueda ser reproducida, revivida, por cualquier lector, emancipándose de las circunstancias concretas de su composición. Dicho de otro modo: frente a la estatua que se cree en disposición de “exigir la mirada de todos”, el poema debe ser algo esencial y puro como el aire que soporta el pedestal vaciado (p. 52). En un momento posterior, el poema sin estatua debe descubrir el mundo y no contar la vida, sino “tener en cuenta sus procedimientos” (p. 115). Por ello, el poema debe consistir en un movimiento que, imitando al de la vida, logre la metamorfosis hasta el Nadie del autor. Estamos, por supuesto, en la órbita del oscurecimiento del artista que preconizaban los modernos: Eliot o Baudelaire; antes Flaubert, después Larbaud o Pessoa. “En términos ideales —escribe García— el autor de un poema se transfigura en Nadie. Debiera intentar ser nadie en concreto para ser Poesía que diga a muchos, en distintos lugares, traducible a culturas distintas y en distintas épocas” (pp. 39-40). Para añadir una frase mayúscula, al final de un párrafo memorable: “La poesía es como la pintura: la ‘gracia’ y el sentido, en los autorretratos, no está en reflejar cómo la edad va marcando una identidad al modo de las fotos de un archivo policial, sino en cómo va diluyendo o ampliando esa identidad, el sentimiento de identidad (…) El cuadro o el poema no solo vivirán más tiempo que su autor; ya de entrada viven más vida, viven en más vidas” (p. 42). Pero claro: como decía Pound, para despersonalizar, tiene que haber personalidad previa; o, como sintetiza García, “nada de esto es posible sin la potencia de percepción y de acción lingüística que nace de la vivencia concreta, pero tampoco será posible si solamente hay vivencia” (p. 48).

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Un poeta nuevo

martes, noviembre 28th, 2006

Emilio Alarcos Llorach: Mester de poesía
Visor, Madrid, 2006

Los lectores interesados en el estudio del lenguaje conocen a buen seguro las numerosas aportaciones de Emilio Alarcos a la diversidad babilónica de las doctrinas lingüísticas. Sus estudios gramaticales culminaron hace poco más de diez años con una sucinta Gramática de la Lengua Española (1994), que ha conseguido una extraordinaria acogida entre el público general. No menos conocidos son sus abundantes estudios de crítica literaria, entre los que sobresalen La poesía de Blas de Otero (1955) y Ángel González, poeta (1969), ejemplares por muchos motivos, y en particular, por las agudas reflexiones sobre la lengua poética. Al hilo de estos estudios críticos, y por necesidades del guión, Emilio Alarcos fue elaborando una poética implícita, expuesta parcialmente en otros trabajos de carácter teórico, como los titulados “Fonología expresiva y poesía”, “Secuencia sintáctica y secuencia rítmica”, “Poesía y estratos de la lengua”, que alguno de sus numerosos discípulos haría bien en exponer de manera ordenada.

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Una nueva sintaxis del mundo

martes, noviembre 28th, 2006

Antonio Méndez Rubio: Por más señas
DVD, Barcelona, 2005

Hay libros cuya esencia —concepto, por otra parte, sinuoso y sutil al tiempo que engañoso y en muchas ocasiones malintencionado— resiste el asedio de la mirada crítica para crear nuevas miradas, dribla a los lenguajes ramplones de las categorizaciones y las etiquetas dejándolos pasmados en sus seguridades de fieros defensores, sobrevive en el filo del peligro constante del decir incompleto para poder decir “que se puede decir” y se rebela contra lo asumido porque la escritura también escribe el mundo. Y solicita entonces una respuesta, esto es, una exigencia de lectura que coloca al lector en la tesitura de ver(se) en una nueva tradición, de confrontarse al poema para extraer de él (del poema y del lector) no solo el chato zumo de lo evidente, sino el terco vínculo con lo no visible.

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Las cuevas de la memoria

lunes, noviembre 27th, 2006

Pilar Mañas: Cuevas
Renacimiento, Sevilla, 2006

La prosa de Pilar Mañas es una prosa precisa, sugerente, sedosa, una prosa que busca la veta poética que la realidad esconde y encuentra refugio en los huecos de ternura del alma humana. Mañas en sus novelas y relatos nos habla del mundo de las emociones y del deseo con su diferente medida del tiempo, nos habla de sueños, sentimientos y ternura (y del ruido que hacen cuando pasan), pero sobre todo nos habla de las cuevas de la memoria que no es otra cosa que la vida que importa acorralada por los canes del tiempo: todos tenemos un pasado heroico mientras tengamos memoria.

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De pecados y hombres

sábado, noviembre 25th, 2006

Ignacio del Valle: El tiempo de los emperadores extraños
Alfaguara, Madrid, 2006

Tras El arte de matar dragones, el joven escritor asturiano Ignacio del Valle nos presenta una nueva peripecia investigadora del militar Arturo Andrade, ahora, tras pasar una temporadita en prisión y ser degradado de teniente a soldado raso, nos lo encontramos en Rusia purgando penas con la División Azul. Allí tendrá la oportunidad de recuperar momentáneamente su rango gracias a unos poderes especiales que se le proporcionan para que se encargue de investigar el caso de un divisionista que aparece degollado y congelado en mitad de un lago en pleno frente de Leningrado. Rodeado de caballos —también congelados— el cadáver es descubierto por los operarios de carnización, entre los que está Arturo. Y es Arturo, acostumbrada su vista al detalle detectivesco, el único en darse cuenta de que el soldado muerto tiene grabada en el cuello, justo debajo del tajo que le ha producido la muerte, una extraña frase: “Mira que te mira Dios”. A partir de este momento se sucederán un par de asesinatos más envueltos en rituales masónicos, y tanto Arturo como su ayudante —el sargento Espinosa— tendrán que emplearse a fondo para tratar de descubrir al asesino en serie, que va anotando frase a frase en el cuello de sus víctimas la siguiente retahíla: “Mira que te mira Dios, mira que te está mirando, mira que te has de morir, mira que no sabes cuándo”.

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De soledades e impotencias

viernes, noviembre 24th, 2006

Fernando Aramburu: Los peces de la amargura
Tusquets, Barcelona, 2006

“Nacemos solos, sufrimos solos, morimos solos, por mucho amor y solidaridad que haya en el mundo”. Así, con estas palabras que escribe Miguel Torga en La creación del mundo, abre Fernando Aramburu, escritor vasco afincado en Alemania, No ser no duele, anterior libro de relatos, donde ya en uno de ellos, “Inauguración de la cuesta”, aunque de un modo quizá algo más sutil, menos descarnado, trataba el tema central de todos estos textos que hoy nos ocupan: el terrorismo vasco y sus devastadoras consecuencias, las víctimas, la injusticia que se cierne sobre los perdedores, la violencia callejera y la lucha armada. Todo ese dolor, visto desde los más variados ángulos, que, de un modo más o menos silencioso, según los casos, las situaciones, las familias implicadas, se extiende desde hace demasiados años por un país, el vasco, hermoso y algo contradictorio. Ahora dicen que las cosas pueden cambiar, y seguro que así será, pero esta historia aún no está escrita. Mejor esperar. Esperar confiando.

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