Autor: admin 2 septiembre 2007

Emilio Martínez Mata

En su reciente discurso de agradecimiento por el premio que lleva el nombre de nuestro escritor más universal, Antonio Gamoneda convirtió la idea de la cultura de la pobreza de Cervantes en el eje vertebrador de su intervención. Se apoyaba para ello en un tópico muy extendido, que tiene su primer cultivador en el propio novelista y que resurgiría en el siglo xviii.

Los biógrafos de Cervantes están de acuerdo en una vida ajetreada y, fracasado su proyecto de vivir de la literatura (es decir, del teatro) por el triunfo de Lope de Vega, en la necesidad de desempeñar diversas ocupaciones para sacar adelante a su familia. Algunas de ellas, como las de comisario de abastos y recaudador de impuestos, se presumen con seguridad bien ingratas. Desconocemos su nivel de ingresos, pero, por un lado, su amplísima cultura literaria (para lo que necesitaría tener a su alcance un buen número de libros aun cuando no resultaría imprescindible la propiedad de los mismos) y, por otro, los tratos con un comerciante genovés y un financiero portugués durante su estancia en Valladolid nos plantean incógnitas sobre sus ingresos y sobre la índole de sus ocupaciones (aumentadas por las palabras con las que se refiere a él su hermana Andrea: «Un hombre que escribe e trata negocios»).

Autor: admin 1 septiembre 2007

Enrique Fuster del Alcázar

En el capítulo 59 de la 2.ª parte de la gran novela de Cervantes, la pareja protagonista llega a una venta que «Don Quijote llamó así, fuera del uso que tenía de llamar a todas las ventas castillos». Con la llegada de la noche se retiran a dormir y desde su aposento oyen que, en la habitación contigua, separada por «un sutil tabique», dos huéspedes se disponen a leer la segunda parte de un libro titulado Don Quijote de La Mancha, escrito por un tal licenciado Avellaneda. Al oír que en ese libro se pinta a su protagonista desenamorado de Dulcinea, Don Quijote protesta airado en voz alta y así surge una jugosa conversación entre los cuatro personajes. Sancho afirma que la única crónica verdadera de sus hazañas es la escrita por Cide Hamete Benengeli.

Autor: admin 21 mayo 2007

Hart Crane: El puente
Traducción de Jaime Priede
Trea, Gijón, 2007

Posiblemente dos de los grandes problemas en la vida de Hart Crane (1899-1932) fueron ser homosexual en una sociedad totalmente homofóbica y ser un temerario borracho en una época de prohibición. A Crane, un Rimbaud de vía estrecha o un Pasolini de vía ancha, le interesaban las aventuras difíciles, anónimas y pasajeras, casi siempre imposibles que, a veces, terminaban en violencia. Promiscuidad que intenta diversificar con la creación del heterónimo Mile Drayton como nombre de guerra. La única relación estable y breve que tuvo en su vida amorosa fue con el sobrecargo de un barco danés, Emil Opfeer, al que conoció en la primavera de 1929. De esta unión quedan los seis poemas de Voyages. Crane iba en busca de “the secret oar and petals of love”.

Al llegar a Nueva York vivió en Columbia Heights, en el número 110, una casa localizada al final del Promenade, en Brooklyn junto al rumor del río, de los muelles y del puerto y cerca del otro rumor: el de los marineros y trabajadores portuarios. Desde la ventana donde tenía la mesa de trabajo, Crane veía el puente de Brooklyn. Por esta misma ventana años antes, el ingeniero Roebling observaba la construcción del puente.

Autor: admin 18 mayo 2007

Javier Fresán

“Quizá corresponda a los poetas recordar cosas muy simples”

“Bibliofilia y tesoros, para otros / Mis lujos se consiguen con dos euros”. El poeta me recibe en vaqueros y zapatillas. Get up and shout tatúa su camiseta sobre el torso homérico. Levántate y grita. Desde la publicación de La hermosura del héroe, que sorprendió por su serena síntesis de la tradición clásica con los mitos modernos del deporte, Juan Antonio González Iglesias (Salamanca, 1964) viene destacándose como una de las voces más maduras y originales de la poesía española contemporánea. Educado en la Grecia de Píndaro y Epicuro, y luego en la Roma de Ovidio, Horacio y Séneca, González Iglesias pasó también por Florencia y por l’École des Hautes Études en Sciences Sociales antes de asentarse en Salamanca, donde enseña filología latina. De sus días en París nació Esto es mi cuerpo, un libro de entrega en el que el poeta ofrece al mismo tiempo sus bíceps y sus reflexiones. A la “felicidad libre de euforia, que no atrae la atención de los dioses, porque apenas es” que se dibujaba en Esto es mi cuerpo siguió el retiro del mundo de Un ángulo me basta (“Me concentro mejor en un ciprés / que en las conversaciones”), donde González Iglesias se retrata como “Misántropo, ma non troppo” y “asceta inconsciente”. Ahora vuelve a las librerías con Eros es más, que ha obtenido el premio Loewe de poesía, y con las traducciones de la obra completa de Catulo y los últimos poemas de amor de James Laughlin.

Autor: admin 16 mayo 2007

Julio José Ordovás

Antes que ornitólogo, Francisco Ferrer Lerín fue poeta, jugador de póquer, traductor, pionero del ecologismo y espía. Insaciable lector de diccionarios y enciclopedias, Ferrer Lerín es dueño también de un afilado y desconcertante sentido del humor. Este hombre, que llegó a Jaca en 1968 y que allí vive y escribe bajo las agradecidas miradas de los buitres y cuervos por cuya conservación tanto ha hecho, es, por carácter y por destino, una perfecta rara avis.

Cuando lo llamé por teléfono para concertar la entrevista me sorprendió que me preguntara por mi primer apellido: “Oye, ¿tú sabes que tu apellido es de origen templario?”. Por eso no me sorprendió, o no me sorprendió tanto, que al entrar en el salón de su casa me preguntara que si estaría interesado en comprarle la antigua mesa granadina, de madera repujada, que allí tiene.“Una ganga, oye. Si la quieres es tuya”.

Autor: admin 14 mayo 2007

Javier Sáez de Ibarra

Un fenómeno

Llueve.

Verdaderamente.

Si fuera escritor, quizá tendría que imaginar una manera inédita de hablar del sonido de la lluvia, ver dónde coloco palabras como aguacero, trueno rodante, cielo. Algo difícil, por descontado. Aunque la benevolencia del lector acaso supliese mi torpeza.

Si perteneciera a un equipo de fútbol, tal vez maldeciría la lluvia que nos interrumpe el partido; o quizá disfrutase más en jugar con ella, empapadas las ropas, chorreantes el cabello, la cara, las piernas, el balón entre las zapatillas.

Como no soy padre de hijos pequeños, no tengo que volver a casa fastidiado porque se ha malogrado la salida prevista con ellos; no tengo que ponerme a pensar cómo llenar este rato de antes de la cena, o si adelantarles el baño y que se acuesten pronto.

Autor: admin 12 mayo 2007

Fernando Sánchez Alonso

Me ha hecho gracia tu pregunta.

Hay cosas que no pueden saberse, pero tal vez pueda ayudarte la explicación de que hasta donde me alcanza la memoria mi vida ha sido un viaje de ida hacia las negruras (no dramatizo) del que casi siempre ha estado excluida la promesa de regreso a la felicidad, rudimentaria y afable, no vayas a creerte que extremo las ambiciones, una felicidad que yo cifraba en aquella pequeña casa de campo que hace tiempo que no es mía porque se la quedó mi antigua mujer cuando hicimos la separación de bienes; en la familia que acabó abandonándome a mi suerte, no se lo reprocho; en el ímpetu de la adolescencia, que ha sido sustituido por la cobardía, lo único que hoy puedo ofrecerte; en el amor que aprendí a querer y a desear sin éxito.

Autor: admin 12 mayo 2007

Ildiko Nassr nació en Río Blanco (Jujuy, Argentina), en 1976. Tiene publicados un libro de cuentos, Vida de perro (1998), y tres de poemas: Reunidos al azar (1999), La niña y el mendigo (2002) y Poemas para el olvido (2006). Sus microrrelatos han aparecido en varias antologías argentinas dedicadas al género. Coordina talleres de escritura creativa y ejerce como profesora de Enseñanza Primaria. Acaba de salir su primer libro de microrrelatos, titulado Placeres cotidianos (Editorial Perro Pila, 2007).

Alumnos

Un alumno me abrazó en clase. Se levantó de su banco y vino directo a mi cintura. Me sentí avergonzada. No sabía cómo taparme. No supe, tampoco, decirle nada.

Por la noche, soñé que mordía su pene, lo masticaba (no sin dificultad) y me lo tragaba.

—Eunuco —le decía, y él no sabía cómo taparse.

Extrañamente no había sangre.

Al día siguiente, en clase, evité su mirada y a él.

Saludé antes de irme y escuché su respuesta. Antes de entrar a la sala de profesores, no sé cómo, volvió a abrazarme. Sus abrazos son el consuelo de penas que vienen desde más allá de mis ancestros remotos.

No quise mirarlo, para que mi mirada no delatase las imágenes del sueño.

Me susurró: “Nunca más vuelvas a decirme eunuco”.

Sapos

Tengo miedo, tanto miedo, no a estar sola; aunque Marguerite Yourcenar afirme rotundamente que “uno solo muere cuando está solo”. Yo nunca tuve miedo a estar sola porque desde chica solo me tuve a mí misma. Tampoco tuve miedo de morirme, nunca, ni siquiera ahora. Lo que más miedo me da son los sapos. La soledad o la muerte no me importan; en cambio los sapos me atormentan. Sueño con unos gigantescos que me aplastan; o unos pequeños que se me incrustan en las uñas. Las uñas negras de tanto rasgar el olvido. Negras de tanto ahuyentar la imagen de los sapos. Sapos de todos los tamaños que me persiguen y me tocan (como una caricia obscena) y suben por todo el cuerpo, atravesándome. Verrugas sobre piel suave. Verde sobre blanco. Y ya no puedo ver más: me despierto. No sobrevivo.

A veces ni siquiera puedo entender cómo es que aguanto tanto tiempo siendo poseída por tal monstruo. A veces pienso que siento placer con ese miedo inevitable, voraz. Que la adrenalina del miedo me recorría como un amante y me explotaba en una pequeña muerte con el despertar. “Loca. Paranoica. Degenerada”, diría mi vecina si se enterara de que le atribuyo un significado ligado a lo sexual a esta obsesión soporífera con los sapos.

Esta obsesión me persigue tenaz desde el principio de los tiempos. Ha ido madurando lentamente conmigo, ha disfrutado y sufrido con las desavenencias del crecer. Se me ha estacado desde la infancia y se niega a partir.

Sapos que me alimentan en la soledad más extrema. Sapos que son la única compañía. Sapos que me pueblan como fantasmas del pasado de los que —según parece— no quiero huir. A veces me da tanto miedo la noche porque estos batracios dejan de mimetizarse con la naturaleza y salen como vampiros para satisfacerse de indefensos insectos. Insectos como yo, que no dejo de ser nunca una libélula.

Vueltas

Ildiko Nassr me preguntó esta mañana dónde había estado todo este tiempo

le respondí que probablemente haya estado viajando

no sabía qué palabras poner en mi boca para que no vuelva

a usurpar este lugar que yo estuve ocupando las últimas semanas

(yo, que ni siquiera recuerdo mi propio nombre)

y ella se despertó tan alegre y tan llena de sensaciones traídas desde su infancia

con tantas ganas de volver a ser ella

que no pude evitar despedirme y dejarla regresar.

La luna

Desde el asiento de atrás del auto, veo cómo la luna nos persigue hasta la casa y se queda afuera, recostada en alguna nube. Mi mamá maneja segura, muy rápido y la ruta es oscura y está sin señalizar. Todas las noches es lo mismo.

La luna nos persigue y mi mamá maneja descalza, en silencio. ¿En qué pensará?

Hasta que aparece la mujer vestida de blanco y se apropia de nuestra luna y del silencio de mi mamá.

Dicen

Popol vuh, a mis alumnos

Dice que ellos crearon su mundo en trece días. “Trece días, señora”, recalca.

Dice que los dioses los crearon para escuchar una alabanza; y ellos supieron dársela.

Dice que después llegaron esos, como papagayos gigantescos, y se llevaron todos los libros. “Los libros que alababan a los dioses, señora, y contaban nuestra historia. Se los llevaron hasta cerquita del mar y los quemaron, señora, los quemaron. Yo no pude salvar ni uno, señora, nada”.

Dice que enamoraron a sus mujeres y ellos nada pudieron hacer.

Después sobrevino el silencio.

“¿Qué pasó después?”, insisto en la pregunta.

Dice: “Señora, después no hay después”.

Y queda callado, silenciado. La mirada perdida.

—Pero siempre hay un después.

“No, señora —dice— hasta eso se llevaron”.

Una felicidad perfecta III (versión libre)

Ellos habían terminado de cenar y miraban cada uno para un lado distinto. El silencio los colmaba. Habían disfrutado de la comida. Les gustaba salir a cenar y sentarse en alguna mesa al aire libre o por donde pasara mucha gente.

Pedían los mismos platos y nunca discutían acerca del vino a tomar: “Los árboles. Un vino de los no tan caros y sabroso”, coincidían.

Se evitaban la mirada y las manos permanecían atentas al funcionamiento de los cubiertos. Masticaban con concienzuda tozudez. No se miraban; tampoco dejaban escapar detalle de las personas que los rodeaban. Seguramente se formaban opinión acerca de esas personas y conjeturaban cierta felicidad en aquellos. La felicidad que ellos no tenían.

Terminada la cena pedían la cuenta para volver rápidamente al hogar. La casa parecía deshabitada: todo en orden, muy pulcro pero sin vida. Durante el viaje tampoco habían emitido ninguna palabra. Una vez en casa, ella simulaba dolor de cabeza y dormía en el cuarto de los hijos, que ya no estaban. Soñaba con el hombre viril con el que se había casado. Mientras él hacía esfuerzos por recordar a la hermosa mujer con la que se había casado. Cada viernes repetían el ritual. El resto de los días, solamente se evitaban.

Su matrimonio había festejado las bodas de plata a principios de año.

Autor: admin 7 mayo 2007

Ariel Bernstein

Un discurso en Alcalá

Abril de 1980. Jorge Luis Borges camina por la antigua Universidad de Alcalá de Henares. El rey Juan Carlos de España le entregará el premio Cervantes, distinción que es considerada como el Nobel de las letras hispánicas. Borges, que pronto cumplirá 81 años, sube al escenario para dar su discurso. Sabe que entre quienes lo observan algunos son viejos conocidos. Quizás recuerda también a quienes no están. El rostro de un lejano y joven amigo de Mallorca, Jacobo Sureda, el rostro del maestro Cansinos-Assens. Su cuerpo se mueve con lentitud; ya no tiene aquella adolescente y delgada figura que nadara hábilmente en el Mediterráneo, ni el que caminara inagotable por las calles recién amanecidas de Madrid. Su ceguera no le permitirá observar las viejas columnas ni apreciar, una vez más, Córdoba y Sevilla. Borges pronuncia su discurso y todos callan. Allí recordará a otro gran amigo español que lo acompañó toda la vida: “Yo ahora me siento más que justificado, me llega este premio, que lleva el nombre, el máximo nombre de Miguel de Cervantes, y recuerdo la primera vez que leí el Quijote, allá por los años 1908 o 1907”. También dirá: “Me conmueve mucho el hecho de recibir este honor en manos de un rey, ya que un rey, como un poeta, recibe un destino, acepta un destino y cumple un destino y no lo busca, es decir, se trata de algo fatal, hermosamente fatal…” El destino era el que había querido unir, ya desde la sangre, a Borges con España.

Autor: admin 7 mayo 2007

Manuel Alberca

¿Qué es una autoficción? ¿Existe la autoficción en España? ¿Qué parentesco o parecido le une con la novela autobiográfica? ¿Y con la autobiografía?

El texto que sigue es un capítulo del libro El pacto ambiguo. De la novela autobiográfica a la autoficción, un ensayo literario en el que intento contestar estas preguntas, y algunas más, con ayuda de la teoría y sin perder nunca de vista los textos narrativos autoficticios más relevantes de la literatura española contemporánea. Pero no daré ni un paso más sin antes definir, aunque sea de manera apriorística, que una autoficción es una novela que, igual que todas las novelas, deja al autor y al lector libres para imaginar como verosímil lo que allí se cuenta y, al respetar la identidad onomástica de autor, narrador y protagonista, propia del pacto autobiográfico, pareciera que el primero se compromete a decir la verdad. El resultado es una propuesta lo suficientemente ambigua e indeterminada como para que el lector dude al interpretarla: ¿novela o autobiografía?