Archivo de autor

En el nombre del padre

martes, noviembre 13th, 2007

Héctor Abad Faciolince: El olvido que seremos

Seix-Barral, Barcelona, 2007

Este libro de Héctor Abad Faciolince es un homenaje al padre que arranca de las Coplas de Jorge Manrique y termina en el verso con el que Borges comenzaba su célebre «Epitafio»: «Ya somos el olvido que seremos». Héctor Abad Gómez fue un prestigioso médico colombiano, librepensador, abierto y siempre dispuesto a exponerse demasiado por aquellas causas que le parecían justas y a estar de parte de quienes menos podían abrigarlo pero más lo necesitaban. Afirmaba abiertamente no querer perder la rebeldía: «Nunca he sido un arrodillado, no me he arrodillado sino ante mis rosas y no me he ensuciado las manos sino con la tierra de mi jardín» y este proceder recto le llevó a perder la vida en tiempos torcidos. Era el 25 de agosto de 1987 en Medellín y, como nos relata su hijo en este libro emocionante, sincero, contundente y sencillo, Héctor Abad Gómez, acompañado por la misteriosa mujer que le había pedido desplazarse hasta allí y por su querido discípulo Leonardo Betancur, llamó a la puerta de la sede del sindicato de maestros para rendirle homenaje al presidente de aquel, asesinado esa misma mañana en ese mismo lugar. Una moto viene calle arriba, cada vez más deprisa. Transporta a dos individuos de pelo rapado, dos sicarios de los paramilitares. En cuestión de segundos uno de ellos vacía el cargador de su arma sobre el doctor Abad y el otro entra al edificio del sindicato persiguiendo a Leonardo Betancour, al que da alcance y muerte. En el bolsillo de su traje el doctor Abad llevaba, copiado de su puño y letra, el soneto de Borges que mencionamos más arriba y la fotocopia de una lista de amenazados a muerte —en la que figuraban su nombre y los de algunos de sus mejores amigos— que una emisora de radio le había pasado el día anterior.

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La verdad de los salmones

martes, noviembre 13th, 2007

Paul Torday: La pesca del salmón en Yemen

Salamandra, Barcelona, 2007

Alfred Jones es un científico británico que trabaja en el Centro Nacional para el Fomento de la Piscicultura. Una mañana recibe un correo electrónico de un despacho de abogados en el que solicitan su ayuda para desarrollar un proyecto de uno de sus clientes: introducir el salmón y el deporte de su pesca en el cauce estacionalmente seco de los ríos de Yemen. La idea proviene de un jeque yemení, Mohamed ben Zaidi, apasionado pescador de salmones, que ha percibido con claridad cómo la pesca es una actividad que suaviza el espíritu y genera extraordinarios vínculos de camaradería entre los pescadores. De modo que está convencido de los beneficios sociales que tendría pescar salmón entre la gente de su país, tradicionalmente conflictiva. Como es necesario, está dispuesto a aportar toda la financiación que haga falta.

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Lagartija sobre zinc

viernes, noviembre 9th, 2007

José María Merino: El lugar sin culpa. Los espacios naturales.

Alfaguara, Madrid, 2007

Entre los muchos sueños que han tenido los humanos, desde volar a ser invisible, no podía faltar ese otro que consistiría en abandonarlo todo definitivamente y perderse, convirtiéndose en un ser anónimo, logrando borrar la memoria, la culpa. Pero, ¿acaso es posible huir, evadirse de la existencia cotidiana, abandonar a nuestros seres más cercanos? Quizá sea así, pero ¿adónde se puede huir y —sobre todo— durante cuánto tiempo? Frente a estas cuestiones principales que se plantean en la narración, las respuestas provisionales son: tal vez sea posible, aunque la definitiva —ya lo anticipamos— es que no.

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New York-Baltimore Connection

jueves, noviembre 8th, 2007

Toni Montesinos

A Raquel Anido

Me digo, sentado en el avión que vuela hacia Nueva York, que el trabajo es amar la ciudad, y lo que salga al paso. En 1948, E. B. White apuntó que nadie va allí si no espera ser afortunado, así que el viajero, el diarista, el amante, el solitario, el que huye para encontrar un orden nuevo, todos en uno —el que ha dejado por escrito su sudoroso esprín por el aeropuerto Charles de Gaulle para hacer la escala a tiempo—, sienten de forma inconsciente ese deseo íntimo y previsible. Uno es tan parecido a los demás que hasta el alma se sonroja y la mirada rebosa de timidez; uno es, en definitiva, el mismo visitante que, diez años atrás, manipulaba su presente sin futuro y para quien la Gran Manzana representó un paréntesis de euforia y dicha.

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Gerald Brenan. Diario de un amor imposible

miércoles, noviembre 7th, 2007

Traducción e introducción de Carlos Pranger

Gerald Brenan (1894-1987), autor de obras esenciales para comprender la España contemporánea como son El laberinto español, La faz de España o Al sur de Granada, es considerado uno de los hispanistas más importantes del siglo pasado. Su vida, erudita y bohemia, gravita alrededor de dos mundos contrapuestos: la clasista Inglaterra de principios del siglo xx y el descubrimiento de España y Andalucía, lugar de exilio voluntario y que acabó siendo su tierra de adopción.

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Zenobia Camprubí, amor y dependencia

martes, noviembre 6th, 2007

Inmaculada de la Fuente

Las últimas publicaciones en torno a Zenobia Camprubí nos revelan nuevos ángulos de una figura que se resiste a ser un mero espejo de Juan Ramón. Son pequeños resplandores en una personalidad poliédrica a la que algunos han considerado sombra del poeta, a pesar de que su temperamento la alejaba de cualquier vocación de opacidad. Estos nuevos destellos ofrecen un espejo más nítido y menos gastado de la esposa de Juan Ramón Jiménez, al tiempo que la dotan de cierto aire enigmático. A la no muy lejana publicación del tercer tomo de sus diarios, editados por Graciela Palau de Nemes y publicados en Alianza Editorial, se ha sumado la primera parte de su correspondencia, recogida por la profesora Emilia Cortés dentro de las publicaciones de la Residencia de Estudiantes. Un extenso volumen, este último, que reproduce sus cartas a Juan Guerrero Ruiz y su esposa Ginesa, una relación de confianza convertida en dependencia al marchar los Jiménez al exilio y encargar al matrimonio la gestión de sus asuntos literarios y económicos en España durante su ausencia. A través de este primer epistolario (que abarca desde 1917 a su muerte, en 1956) y de las punzantes, intensas y francas anotaciones de sus diarios, Zenobia Camprubí relata su vida con Juan Ramón y deja entrever su yo, el de una mujer independiente, práctica y activa. En ningún caso sumisa. Diarios y cartas constituyen una narración autobiográfica de su intimidad y de la relación de entrega, en ocasiones hasta el agotamiento, que mantuvo con el poeta, por lo que no cabe especular sobre su subordinación frente al egoísmo de Juan Ramón, dispuesto a no quedarse solo a toda costa, incluso en el caso límite de tener ella que ausentarse para que le trataran el cáncer que acabaría con su vida.

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Robert Walser: tres microgramas

lunes, noviembre 5th, 2007

Traducción y nota preliminar de José Luna Borge

Cuando Robert Walser escribe estos artículos, «Fur die Katz» («Por nada» o «Para el gato») 1928/29; «Meine Bemühungen» («Mis esfuerzos») 1928/29 y «Der gebrauchte Mensch» («El hombre gastado») 1930/31, se encuentra entre los cincuenta y los cincuenta y cuatro años, edad en la que un escritor sabe de sobra si ha conseguido algo en su oficio o si, por el contrario, ha fracasado. Walter entonces se encontraba en una deriva en la que «la soledad si iba haciendo en torno suyo» y no tenía dónde agarrarse, solo los articulillos que aparecían en «el folletín» (sección de algunos periódicos en la que se publicaban pequeñas notas de interés general, reseñas de libros, novelas y todo lo que escapaba a las secciones «serias» de política y economía) de algunos diarios que todavía se aventuraban a publicarle. Cuando este único asidero le faltó, todo se vino abajo con la crisis de 1928/29 que, precisamente, parece haberse originado por la negativa del Berliner Tagblatt a publicar los textos que Walter había enviado. Desde 1925 este periódico venía publicándole hasta tres colaboraciones mensuales, constituyendo su principal fuente de recursos, la más segura y lucrativa. El redactor jefe le recomienda que momentáneamente deje de colaborar durante seis meses. Desde noviembre de 1928, en efecto, y durante seis meses, ningún texto de Walser aparece en el periódico. Es muy probable que esta noticia desatara la grave crisis cuyo final sería el ingreso en el asilo de Waldau. «Me esforcé en seguir escribiendo a pesar de esta advertencia», le cuenta a Carl Seelig, «pero fueron solo tonterías las que me arrancaba con mucho trabajo […] Para terminar, mi hermana Lisa me llevó al asilo de Waldau. Todavía en la puerta, le pregunté: “¿Hacemos lo conveniente?” Su silencio fue explícito ¿qué otra cosa podía hacer sino entrar?».

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Diario de un hombre tranquilo

domingo, noviembre 4th, 2007

Iñaki Uriarte

Pla dice que hay que escribir como se escribe una carta a la familia, pero con un poco más de cuidado. Aquí voy a hacerlo como si hasta las cartas fueran un alarde de retórica. Como si hablara solo.

Leer el periódico hasta la última coma, o prescindir absolutamente de él, entretenerme con novelas baratas, seguir con atención programas birriosos en la tele, ser afable con todo el mundo, esos son mis síntomas más claros de bienestar.

Me llaman de ETB para que acuda a un debate en euskera en nombre del Foro de Ermua. Ni sé euskera ni me importa nada el Foro de Ermua, del cual firmé su manifiesto inicial porque no me parecía mal, no tenían firmas y E. insistió en que lo hiciera. Pero el Foro se convirtió enseguida en algo que no tenía mucho que ver con el manifiesto.

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Cuando el tiempo llegue

sábado, noviembre 3rd, 2007

Fernando Sánchez Alonso

A Giovanna, secretamente

Todavía no has visto la carta. Todavía te faltan tres horas para darte de bruces con la locura y el horror, como consignarás más tarde, sin exagerar un punto, en tu grabadora Sony. Ahora solo cabe esperar, pero cuando el plazo se cumpla, cuando inicies el gesto de introducir la llave en la cerradura y entres en casa, empezará todo. Primeramente, dejarás la mochila en el pasillo y casi a tientas avanzarás hasta el salón oyendo bajo tus pasos el refunfuño estropeado de la vieja tarima flotante que nunca nos decidimos a cambiar, ¿te acuerdas? (Pero ya no nos quedará tiempo, amor, ya no nos quedará tiempo para eso ni para nada.) Luego te detendrás en el umbral del salón y apretarás el interruptor que enciende los halógenos del techo. Está a punto de comenzar tu noche oscura.

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A propósito de Les Bienveillantes

jueves, noviembre 1st, 2007

José Luis Atienza Merino

Cuando hace meses acabé la lectura de Les Bienveillantes, la célebre novela de Jonathan Littell, que en el otoño de 2006 recibió los dos galardones más importantes de la literatura francesa, el Gran Premio de la Academia y el Goncourt, y cuya traducción al castellano RBA había prometido para comienzos de 2008 pero ahora anuncia —¡hagamos caja cuanto antes señores y mejor en Navidad! (en Francia Gallimard parece haber vendido en un año no lejos de un millón de ejemplares)— para el 7 de noviembre de 2007, la primera de mis urgencias fue darme un largo baño purificador, que hubiese aderezado con sales minerales y aromas florales de haber tenido esos productos en las repisas de mi cuarto de aseo. Tenía necesidad de limpiarme de los olores a cuerpos putrefactos, carne incinerada, sangre, mierda, orines y vómitos, de los que me había impregnado durante las repetidas, interminables, terribles y crudas escenas a las que había asistido en primerísimo plano y de las adherencias sobre mi piel de esquirlas de huesos craneanos y restos de masa cerebral que me habían alcanzado durante las frecuentes ejecuciones masivas que había contemplado allí donde el autor me había colocado, al borde mismo de las inmensas fosas colectivas excavadas poco antes por las manos de los mismos judíos que, bajo el efecto de las balas, descerrajadas frecuentemente a bocajarro en la frente o en la nuca, caían inánimes en ellas sobre el fango enrojecido y los cuerpos aún tibios de los que les habían precedido, y también de las salpicaduras de semen y otros fluidos corporales efecto de la impuesta asistencia a los violentos, fríos y deshumanizados encuentros sexuales de Max Aue, el oficial de las ss protagonista de la novela, o del paso, en su compañía, bajo los cadáveres calientes y desnudos de ahorcados «cuyas vergas hinchadas todavía eyaculaban».

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