Silvia Ugidos
Sentar cabeza
Trabe, Oviedo, 2008
Hay prosas que están hechas Hay prosas que están hechas para curar y la de Silvia Ugidos es una de ellas. Se parece a una gasa de seda, ayuda a desinfectar el alma de la melancolía que va dejando el vivir fatigado descubriéndonos de nuevo el mundo, los paisajes: Venecia en el vagabundear de una gata, el universo entero en el baso de agua que alguien se toma en una terraza en el Lido, los transeúntes, vecinos y demás ralea de una plaza alicantina, la vida como naufragio para poder alcanzar Capri y un Nápoles visto con la ironía justa, esa que no anda muy lejos del cariño; una estatua descabezada más sabia que un oráculo. Todas esas cosas y un completo bestiario —gatos, palomas, gorriones, perros callejeros, callejeros sin perro y algún humano de vez en cuando— pasan alegres o líricas por las páginas de Sentar cabeza, la obra de quien nunca la sentará porque hacerlo significaría, no les quepa ninguna duda, dejar escapar por el desagüe el líquido amniótico que mantiene viva la imaginación.
«Mientras la gente se dedica a progresar en la vida, corren varias vidas dentro de nosotros. Una es la vida actual, en la que se vive, que no tiene gran mérito porque no se puede impedir y la otra es la vida que se echa a perder. En ella se van arrinconando como en un viejo trastero las cosas que envejecen, las oportunidades perdidas, las caras y las personas desaparecidas, las disculpas que no se pidieron y las maravillas que no se vieron por ignorancia, por descuido, porque la ventana estaba cerrada o nosotros en el sitio equivocado, a la espera de cualquier cosa que nunca llegó a suceder». Por muy equivocado que sea el lugar desde el que se mira nunca parece serlo para la narradora de estas páginas, capaz de sacarle jugo —y a menudo punta— a todo lo que ve.
Con un estilo que bascula entre el humor inteligentemente despreocupado y una inmensa capacidad para fraguar metáforas, para manejar el lenguaje haciéndose la sorprendida, Silvia Ugidos, un poco a la manera de Juan José Millás ahora, un poco a la de Javier Cuervo más tarde, divierte, emociona y sorprende siempre por una originalidad salida de la naturalidad con la que nos hace ver que el mundo la arrastra, pero no la arrastra tanto que no seamos capaces de advertir algo que la autora quiere dejar muy claro, que cuando escribe es ella la que manda, y que el mundo puede ser muy fieramente humano, muy hostil e incomprensible, pero que nada tiene que hacer contra quien se ha decidido a salirle al encuentro despreocupadamente y le ofrece un cóctel de estoicismo rebelde —sí, ya sé que no puede ser, pero léanla—, lirismo y buen humor.
Dos cosas tiene esta autora que no caen en saco roto para cualquier lector mínimamente exigente: la capacidad de observación de los mejores novelistas y la intuición semántica de los mejores poetas; eso si queremos racanear y no le añadimos la brillantez humorística de los buenos dramaturgos. Es una escritora en potencia, una escritora a la que le falta reventar, desbordarse, escribir —no se puede decir que dos libros en diez años sean una obra precisamente extensa—, pero una escritora que anda sobrada de materia prima, de eso que los siglos se han vuelto locos buscando y han dado en llamar talento.
Decíamos al principio que la prosa de Silvia Ugidos es como una gasa de seda y ciertamente tiene algo de lenitivo para la melancolía y mucho de lujo para el cerebro. Sentar cabeza consuela y divierte, emociona, entretiene, agrada, sorprende y, sobre todo, enseña algo fundamental: que la vida no consiste en ganarlo todo y a toda costa, rápidamente, sino más bien en saber perder el tiempo mirando por la ventana, descubriendo las maravillas del mundo en tono quedo, como si nunca nos hubiéramos movido de la puerta de casa.
Alfonso López Alfonso