Autor: 19 marzo 2007

León Lasa: Por el oeste de Irlanda
Almuzara, Córdoba, 2006

Para un escritor que guste calzar botazas de homo viator, viajar a Irlanda es asunto arriesgado. Porque, tratándose de Irlanda y lo irlandés, no hay peor viaje que el conocido tránsito por los tópicos. Irlanda, como los vientos suicidas de Portugal, es un islote muy literario que se presta dichoso al poema, a la novela, a la crónica viajera. Parece que las musas hablan gaélico y que sus melenas de fina hierba las agita el ventarrón del Atlántico. Pero el escritor de viajes que se precie de serlo deberá esquivar los tópicos de Irlanda, no hablar demasiado de Joyce ni de los famosos bardos crecidos entre su verdísimo pasto, ni referirse para nada al olor a cerveza negra de sus costumbres o de su malograda historia.

Resulta agradecible que León Lasa haya evitado todo este mapa de tópicos. El suyo es un viaje a pie por el costado más occidental de la isla, desde la punta norte de Malin Head hasta el pico más meridional de Slea Head. Un viaje donde solo hacen falta dos cosas: encomendarse a la Providencia para encontrar a tiempo una cama limpia y mullida y tener a mano una tarjeta de crédito por lo que pudiera pasar en un momento de severo apuro.

Ha preferido León Lasa el viaje invernizo, lejos de las vacaciones del verano por temor a encontrarse con ridículos turistas en calzón corto. El turismo ha ido propagando por todas partes la pestilencia de los tour-operadores. Apenas quedan sitios indómitos que resistan la barbarie de las cámaras de vídeo portátiles. La corteza oeste de Irlanda es uno de los sitios que, por ahora, está resistiendo a las tentadoras ofertas de las agencias de viaje. Y eso que dentro de la propia Irlanda se está dando la fiebre catetona de la segunda vivienda gracias a un pib en constante alza. A la otrora hambrienta y mugrosa Irlanda, la Irlanda de las maletas de paño barato rumbo al sueño americano, la llaman ahora el Celtic Tiger gracias a su poderosa economía. Atrás queda la lluvia oblicua de la pobreza, el olor a sacristía de un país acogido a los caminos inextricables de Jesucristo Nuestro Señor.

Con León Lasa vamos haciendo un viaje sedentario que no defrauda. Los peñascos de la isla de Arranmore, los acantilados de Clare, las playas color cebada de Sligo, los islotes de Kerry… La lectura nos anchea los pulmones con el viento frío de la costa. De cuando en cuando hacemos parada en un inevitable pub. De fondo escuchamos canciones en gaélico, las notas de un violín cuyas cuerdas parecen hechas con los muelles de un precario colchón para borrachos.

Pero hay otra música ambiental en este libro, esa música más de violón que de violín, la del paso del tiempo, la de la Historia. De las algas que León Lasa va encontrando en las playas bien podría decirse que son las caballeras de los náufragos y los ahogados en el mar. En Slea Head los fríos vientos no se llevan nunca las voces de los ahogados de la Armada Invencible que buscaron el rumbo imposible hacia el Finisterre. Una ruda inscripción recuerda a los soldados del imperio español: “Solo Dios podía haberlos salvado. Armada (1588-1998)”.

Como Antonio Rivero Taravillo o Eduardo Jordá, León Lasa es uno de los escritores irlandófilos que en Sevilla profesan su amor al hermoso islote. Cuando se ponen pesados, pesadísimos, hablando de Irlanda, los amigos amenazan con calarse un bombín para cantar el God save the Queen. Uno, en fin, se despide del libro de Lasa como lo haría un irlandés del condado de Mayo a modo de franca despedida: Slángo h’Eirinn.

Javier González


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