Autor: 16 abril 2008

Kristina Solum / Lino González Veiguela

En el pasado 2007, se publicaron en nuestro país cuatro novelas de cuatro de los más importantes escritores contemporáneos noruegos: Kjartan Flløgstad, Per Petterson, Dag Solstad y Lars Saabye Christensen. Nos hemos reunido con ellos en Oslo para conocer un poco más sobre su literatura y sobre la literatura del pequeño país nórdico.

«En mis viajes al extranjero he comprobado que la gente maneja una serie de clichés acerca de la literatura nórdica. Sobre decir que algunos son ciertos. Se la suele considerar una literatura triste, oscura, con tendencia a los dramas… y en parte es así si uno piensa en las obras de Ibsen o de Strindberg, dos de los autores nórdicos más conocidos. Sin embargo, en Escandinavia en general, y en Noruega en particular, también se pueden encontrar autores con otra clase de lenguaje, de actitud vital y literaria». El escritor Lars Saabye Christensen, con el que nos reunimos en el lujoso bar del Hotel Bristol, un céntrico hotel de Oslo, menciona como ejemplo a su compatriota Kjartan Fløgstad, en cuyas novelas el sentido del humor tiene un peso destacado.

Mientras que en las últimas décadas la presencia de obras de escritores noruegos en las librerías españolas era un hecho extraño, en los últimos años se han venido publicando con cierta regularidad las obras de una serie de escritores noruegos que han desmentido los tópicos que muchos lectores tenían acerca de la literatura nórdica. A este cambio de tendencia, sin duda, ha contribuido el patrocinio económico que el estado noruego ofrece a las traducciones de escritores nacionales a través de norla (Norwegian Literatura Abroad).

Ninguna ayuda económica a la edición, sin embargo, sirve de mucho si los críticos y los lectores —sobre todo estos últimos— no dan su respaldo a las obras publicadas, y las obras de los escritores noruegos publicadas en nuestro país han obtenido un considerable respaldo crítico y un número de ventas nada despreciable si se tiene en cuenta que han sido publicados en pequeñas y medianas editoriales.

Conviene destacar también la labor de la traductora noruega Kirsti Baggethun que, en colaboración con la española Asunción Lorenzo, se ha venido encargando en estos últimos años de la inmensa mayoría de las traducciones de las obras de los escritores noruegos publicadas en España —son suyas tres de las cuatro traducciones de las obras de los escritores entrevistados a continuación—. «Cuando yo llegué a España, hacia 1965 —nos dice Kirsti Baggethun— la literatura noruega apenas existía en este país. Se encontraban, sí, libros de Hamsun y algo de Ibsen. En la colección que tenía Aguilar sobre los premios Nobel se podían encontrar también algunas obras escogidas de Bjørnson y de Aigrid Undset. El gran éxito editorial de Jostein Gaarder cambió las cosas e hizo que los editores comenzaran a interesarse en la posibilidad de publicar a otros autores noruegos».

La mentira

«Si le quita usted la mentira vital a un hombre corriente, le quita al mismo en tiempo la felicidad», dice uno de los personajes en la obra de Ibsen El pato salvaje. Elias Rukla, el protagonista de la novela de Dag Solstad Pudor y dignidad (Lengua de Trapo), da clases de literatura desde hace veinticinco años en un instituto de Oslo. En sus clases trata de explicar la obra de Ibsen, el autor dramático noruego más importante, a unos alumnos poco interesados en sus explicaciones. Una lluviosa mañana de otoño, en mitad de una clase, mientras comenta la obra El pato salvaje, tiene una revelación sobre el auténtico sentido de la obra —oculto hasta entonces para él— y sobre lo vacía que ha resultado su vida. Pudor y dignidad es la crónica de esa epifanía que cambiará la vida presente de Rukla y que le iluminará acerca de su pasado, descubierto ya el velo de esa mentira vital con la que solemos conformarnos. Lo inútil de su profesión como docente, su matrimonio de conveniencia con la, en un tiempo, bella Eva —que heredó de su mejor amigo John Corneliussen, cuando este la abandonó—, todos y cada uno de los pilares de su vida cotidiana se le aparecen ahora como bases llenas de carcoma sobre las que durante gran parte de su vida ha tratado de estructurar una existencia.

Dag Solstad (Sandefjord, 1941) nos recibe en su casa, un piso en el centro de Oslo. Hace apenas unos días que ha regresado de España, adonde ha viajado para presentar su primera novela publicada en nuestro país. Hablamos de su trayectoria como novelista durante los años setenta y ochenta, un tiempo en el que escribió novelas con un fuerte contenido político. «Yo era maoísta. Otros muchos escritores noruegos y un número importante de los jóvenes de mi generación eran también maoístas. Muchas de mis primeras novelas estaban claramente influenciadas por mis ideas políticas. A comienzos de los años noventa, decidí que no quería escribir más novelas políticas. Con todo, no descarto que, en ciertos aspectos, esta novela se pueda calificar de política, aunque no era mi intención principal al escribirla». Solstad responde así a mi pregunta de si no considera que, en parte, su novela es una novela política que habla sobre la generación del 68 y sobre el fracaso de todas aquellas esperanzas que los jóvenes de la época tenían depositadas en el futuro. Matiza que su interés en los personajes como entes aislados al margen de la sociedad es escaso, y que prefiere considerarlos siempre dentro de la sociedad en la que viven y a la que pertenecen. «A diferencia de Elías, yo no me he sentido decepcionado por lo que los miembros de mi generación hemos conseguido —nos dice Solstad— porque para sentirse decepcionado es necesario haber albergado antes esperanzas, y realmente yo no he sido nunca una persona muy optimista. En lo que respecta a la cultura, sin embargo, sí me ha sorprendido lo fácil que ha resultado postergarla al ostracismo. A ello, sin duda, han contribuido los medios de masas que respaldan productos culturales tan mediocres como la mayoría de los blockbusters, que estoy convencido no iría a ver tanta gente si no estuvieran respaldados por abrumadoras campañas publicitarias». Según Solstad, la culpa de esta pérdida de importancia de la cultura dentro de la sociedad la han tenido también los propios intelectuales, por verse a sí mismos a través de los ojos críticos de los que, casi con toda seguridad, no estaban cualificados para ser sus jueces.

Terminamos hablando de las opiniones sobre el sistema educativo que Elias Rukla expresa a lo largo de la novela. «La educación en noruega ha experimentado cambios, como otras tantas cosas en estos últimos años, que podríamos calificar de poco satisfactorios. Se nota sobre todo en el giro radical de la pedagogía que se ha impuesto sobre todo desde la década de los noventa. Cuando yo tenía dieciséis o diecisiete años he de reconocer que no me gustaba demasiado Ibsen. Sin embargo, no protestaba porque trataran de enseñarme a apreciarlo. Hoy en día, los alumnos consideran un insulto el aburrirse en la escuela. No comprenden por qué tienen que soportar pequeñas dosis de aburrimiento cuando podrían estar disfrutando de la música pop, los cómics o el cine más comercial. Los jóvenes de hoy en día están tan acostumbrados a que todo el mundo tenga en cuenta sus sentimientos —comenzando por sus padres— que también exigen esa misma consideración en la escuela».

La memoria

«Aunque no creo que la única labor del escritor sea hablar del pasado, considero que es importante hablar del pasado para que las nuevas generaciones conozcan cómo era su país», nos dice Per Petterson (Oslo, 1952) durante la entrevista que mantenemos en el Kafistova, un café situado en la misma manzana que el viejo Grand Hotel. Trond Sender, el personaje principal de su novela Salir a robar caballos (Bruguera, traducción de Cristina Gómez Baggethun), decide, a sus 67 años, retirarse a una cabaña en la frontera con Suecia. En esa misma región pasó un verano entero con su padre y ahora, a punto de entrar en la edad en la que todo se le presenta como una preparación para la muerte, recuerda aquellos meses como uno de los períodos claves de su vida: su entrada en la vida adulta. Estamos en 1948. Tres años antes los nazis aún ocupaban Noruega. Al mismo tiempo que el joven Trond, de 15 años, descubre quién es realmente su padre lo pierde debido a la relación adúltera que éste comienza con la madre de su mejor amigo y que le hará abandonar a la madre de Trond, al propio Trond y a su hermana pequeña. En el estilo de Petterson se combinan las frases largas —«No puedes expresar ciertas cosas con pocas palabras», nos dice— con las descripciones secas y directas de las acciones físicas que los hombres y mujeres de aquella Noruega rural tenían que desempeñar para ganarse la vida. «Noruega era por aquel entonces un país agrícola. Las granjas eran dirigidas por familias. Un sistema colectivo que hoy en día ya no existe», comenta Petterson. Uno de los ejes centrales de la novela es la relación entre Trond y su padre. Una relación casi silenciosa, símbolo de la falta de comunicación que existía hace años entre padres e hijos. Trond se entera de la participación de su padre en la guerra solo porque un leñador amigo de su padre le cuenta la historia. «Era muy habitual que los padres no hablasen en absoluto de la guerra. Supongo que había diferentes motivos: experiencias muy brutales, algunos habían estado en campos de concentración… Por lo general los hijos se enteraban por terceras personas, si es que se enteraban, de lo que habían vivido sus padres. Nuestra generación tampoco se atrevía a preguntar. Nos dábamos cuenta de que la guerra había dividido al país e intuíamos que si preguntábamos tal vez nos enteraríamos de cosas que habríamos preferido no saber. Yo, con mi padre, por ejemplo, no he hablado nunca de la guerra. A día de hoy sigo sin saber qué hizo él durante aquellos años». Petterson comenta que resulta difícil valorar el tamaño real de la Resistencia. «En asuntos de cifras, si nos hemos de fiar de todos aquellos que dicen que lucharon contra la ocupación nazi, tal vez resultase que el número de los que participaron de uno u otro modo en la Resistencia es mayor que el total de la población de Noruega entre 1941 y 1945», dice Petterson con ironía. «En cierto modo, sucede lo mismo con las películas del Oeste americano: si realmente hubiesen muerto tantas personas como nos dan a entender, Estados Unidos se habría quedado deshabitada». Según Petterson, una vez finalizada la guerra, no todos los que tuvieron un papel activo en la Resistencia vieron reconocidos sus esfuerzos. «Hubo personas que sí, que tuvieron acceso a puestos políticos relevantes, pero otros, por ejemplo los comunistas, quedaron excluidos de la nueva Noruega que comenzó a construirse en la inmediata posguerra».

Ceguera

Peter Wihl, el protagonista de la segunda novela de Lars Saabye Christensen publicada en España, Modelo (Editorial Maeva), es un pintor reconocido que a punto de cumplir los cincuenta años se enfrenta a una gran exposición personal con el desafío de refutar a aquellos que dicen que su arte se ha estancado, que no es más que una repetición de los éxitos pasados. Un día, mientras trabaja en su estudio, pierde la visión. Minutos más tarde la recobra, pero la perdida temporal de visión vuelve a repetirse días después. Una consulta con el mejor oculista de la ciudad le confirma que sus ojos sufren una enfermedad crónica e incurable que en el curso de unos pocos meses le provocará una ceguera permanente e irreversible.

«En ocasiones, ficción y realidad convergen de un modo extraño», nos dice Lars Saaybe Christensen (Oslo, 1953). «Llevaba un tiempo pensando en escribir esta novela, cuando desde mi editorial se pusieron en contacto conmigo para preguntarme si estaría dispuesto a posar para un pintor. Querían regalarme un retrato por mi cincuenta cumpleaños. Por supuesto, acepté, y aproveché aquellas sesiones para estudiar de cerca su profesión: algunos detalles técnicos, por ejemplo, de los que yo no sabía nada y que me resultaron muy útiles a la hora de escribir la novela».

Casi inmediatamente después de recibir este diagnóstico inapelable, en la vida de Peter Wihl reaparece un extraño y desagradable personaje: un antiguo compañero de escuela que ahora ejerce de oculista ilegal tras haber sido expulsado del Colegio de Médicos por mala praxis. A pesar del desagrado que le provoca una persona semejante, Wihl le escuchará cuando se ofrece a realizarle una operación que le devolverá la vista. La operación se llevará a cabo en Tallin, la capital de Estonia. El pintor intuye que no será algo legal, que seguramente alguien tendrá que sufrir algún tipo de consecuencia negativa para que él pueda conservar su vista y seguir dedicándose a su arte.

«En un principio, comencé a escribir sobre Peter Wihl desde una cierta distancia», comenta Christensen, «al fin y al cabo él era un pintor y yo un escritor y aunque nuestras disciplinas puedan tener algunas cosas en común son más las cosas que las separan. Pero conforme iba avanzando en la escritura de la novela me fui dando cuenta de que muchas de las dudas y de los temores que se le planteaban a mi personaje acerca de su arte, se me habían planteado también a mí acerca de la escritura. Así que la identificación terminó siendo muy grande. Y no solo en lo que respecta a una de las preguntas fundamentales que quería plantear con esta novela: “¿Hasta dónde estaría dispuesto a llegar para conseguir crear una de esas obras anheladas que el artista persigue a lo largo de toda su vida?”». Christensen parece tener clara la respuesta a esta pregunta: «Aunque hay una ambigüedad al final de la novela —en mi opinión la novela no es el género más adecuado para responder a preguntas, más bien debería plantearlas—, yo creo firmemente que el artista no está por encima de la moralidad o de la ética irrenunciable que debería guiar a los actos de todos los seres humanos».

Christensen es uno de los escritores noruegos más leídos en su país desde que publicó en 1984 su primera novela, Beatles. El éxito internacional lo obtendría con su novela El hermanastro (2001) —publicado en España también por Maeva—, una novela sobre cuatro generaciones de la familia Nielsen que comienza el día de la liberación de Noruega de los nazis, el 17 mayo de 1945. La novela ha sido traducida a más de veinticinco idiomas y es una de las más reconocidas de su país.

Hablamos sobre la actitud de Peter Wihl cuando le proponen realizar una operación en un país menos desarrollado que en Noruega estaría prohibida: en lugar de preguntar, Wihl prefiere no saber, decide ignorar, una decisión voluntaria y consciente. «Peter no quiere saber lo que va a suceder, pero está claro que esto no le excusa, tendría que haber preguntado, al menos para saber de dónde iban a salir los ojos que el oculista iba a implantarle. Intuye que no quiere saber la respuesta, por eso no pregunta. En cierto modo, la actitud de Wihl es representativa de la actitud que tenemos nosotros hacia lo que está ocurriendo en algunos países, y de lo que de uno u otro modo obtenemos un beneficio. La información está disponible, otra cosa es que queramos acceder a ella».

Carnaval

Kjartan Fløgstad (Sauda, 1944) ha traducido y ha escrito trabajos sobre Pablo Neruda, Rafael Alberti, Alejo Carpentier, Octavio Paz, Julio Cortázar, León Felipe, Jorge Luis Borges… «Quevedo me resultó bastante difícil de traducir, aun así estoy bastante contento con el resultado obtenido en los dos sonetos que logré verter al noruego. También lo intenté con algunos poemas de Góngora, pero tuve que abandonarlo», nos dice Fløgstad en un muy buen castellano. Mantenemos la entrevista con el escritor en el Asylet, un antiguo psiquiátrico reconvertido en un acogedor café del multiétnico barrio de Grønland, en la capital noruega. «Publiqué mi primer libro de poemas con 24 años. Entonces la prosa que se escribía en Noruega —una especie de realismo psicológico— no me interesaba en absoluto. Tuve que descubrir a los autores hispanoamericanos para comprender que el mundo sí se podía contar a través de la prosa tal y como yo lo sentía». Para poder viajar a América del Sur, Fløgstad se enrolaría en un carguero como engrasador. Enrolarse como marineros era una opción que muchos jóvenes escogían en aquella época para salir de la pequeña población natal del escritor, Sauda, una ciudad industrial del oeste de Noruega. «Ahora los marineros de los barcos noruegos son sobre todo asiáticos, cobran sueldos bajos y no exigen muchos derechos. En mi época, marineros noruegos y españoles ocupábamos los puestos que hoy ocupan los asiáticos», comenta.

«El primer puerto en el que atracamos fue el de Salvador de Bahía. Sin embargo, no nos dejaron desembarcar hasta que llegamos a Montevideo». El joven escritor se dedicaría durante varios meses a viajar por América Latina: Argentina, Chile, Perú, Colombia… Al tiempo que aprendía el castellano, trataba de leer la novela de García Márquez Cien años de soledad con la ayuda de un diccionario y preguntando a sus amigos el significado de las palabras y expresiones que no entendía. «Aún conservo una edición de la novela toda llena de anotaciones —nos dice—. Antes de realizar aquel viaje, había pasado medio año viviendo en Madrid. En 1968 o 1969, no recuerdo bien la fecha. Viví en el barrio de Chamberí, muy cerca de la Glorieta de Bilbao, en la calle Juan de Austria, donde había uno de aquellos viejos mercados madrileños que ahora creo que están desapareciendo. Aquella España franquista, socialmente, era un anacronismo en Europa. El ambiente era muy gris. Por no hablar de los grises que vigilaban la calle», dice Fløgstad sonriendo. Durante aquella estancia en nuestro país leyó a algunos autores españoles. Recuerda la grata impresión que le produjo El Jarama, de Sánchez Ferlosio.

Paraíso en la tierra (Lengua de Trapo) es la segunda novela que la editorial Lengua de Trapo publica de Fløgstad en España. La primera fue El cuchillo en la garganta, publicada en 2005.

Hablamos con el escritor pocos días antes de que parta hacia Chile, el país en el que comienza la novela Paraíso en la tierra. «En uno de mis anteriores viajes a Chile, mientras visitaba un castillo preincaico, descubrí una placa en la que se decía que los restos antropológicos que se habían hallado en aquel lugar durante las excavaciones se encontraban en el museo antropológico de Christiania, en Oslo, adonde habían sido llevados por un ingeniero sueco que, sin embargo, tenía un nombre típicamente noruego». Aquel fue el punto de partida para la creación del personaje protagonista de la novela, José Andersen. Hijo de un ingeniero noruego al que no llega a conocer y de una joven chilena, Andersen decide abanadonar su Chile natal rumbo a Noruega —ya se ha producido el Golpe de Pinochet— rumbo a Noruega en busca del rastro de un padre al que no llegó a conocer y, con un poco de suerte, en busca de una herencia y de una nueva familia. José Andersen cree que encontrará en Noruega el «paraíso en la tierra», pero su viaje no será fácil y la recompensa por haber invertido en este viaje sus pocos ahorros será muy pobre. «José Andersen fracasa —explica Fløgstad—. Fracasa en su búsqueda de la Utopía social que creía que iba encontrar aquí, no encuentra a su padre, tampoco una familia… Solo consigue gastar el finiquito que le dan en su empresa cuando le despiden». En su viaje, si encontrará una importante comunidad de exiliados chilenos, con las heridas de la dictadura —torturas y caravanas de la muerte incluidas— aún abiertas. Fløgstad nos dice que durante los años de las dictaduras se negó a viajar a Argentina y a Chile. Mantuvo su contacto con Sudamérica trabajando en labores humanitarias de ayuda a los numerosos exiliados que encontraron refugio en Noruega tras el golpe de Estado de Pinochet el 11 de septiembre de 1973. «Los chilenos son aún la comunidad más numerosa de inmigrantes sudamericanos en Noruega».

En la obra de Fløgstad encontramos escenas de humor disparatado y también relatos pormenorizados de algunas de las torturas a las que fueron sometidos los detenidos por la policía chilena. «Me ha influido siempre mucho la concepción de la literatura que el crítico ruso Mijail Bajtin definía como carnavalismo en su estudio sobre la obra de Rabelais. En una obra literaria puede tener cabida todo, la novela puede contener muchas voces y todas tener un peso similar aunque yo como autor no necesariamente tengo que simpatizar con todos las voces contenidas en una de mis novelas». Fløgstad nos comenta que está previsto que en los próximos meses se publique en España su última novela, titulada Grand Manila (publicada en Noruega en 2006). La idea para escribir esta obra partió de un hecho que descubrió solo hace algunos años. «Cuando yo era joven, en mi ciudad pocos sabíamos que la corporación propietaria de la fábrica más importante de mi ciudad, dedicada a la producción de manganeso, era la misma que poseía también la planta química de la ciudad india de Bhopal: la Union Carbide Corporation. En parte, es una novela sobre cómo las decisiones que afectan a una entera población del noreste de Noruega se toman en las mismas oficinas de Nueva York en la que se decide la suerte de una población de la India profunda». ■ ■


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