Autor: 8 abril 2008

La narradora argentina Ana María Shua es una de las más reconocidas autoras de microrrelatos en castellano. Entre sus libros destancan La sueñera (1984), Casa de geishas (1992), Botánica del caos (2000) y Temporada de fantasmas (2004). Sus piezas están recogidas en algunas de las más importantes antologías dedicadas al género, como la de David Lagmanovich, La otra mirada. Antología del microrrelato hispánico (Menoscuarto, Palencia, 2005), y Laura Pollastri, El límite de la palabra. Antología del microrrelato argentino contemporáneo (Menoscuarto, Palencia, 2007). También ha cultivado la novela y la literatura infantil.

El deseo secreto

En el fondo del corazón de cada niño, de cada madre, de todo espectador, anida el deseo secreto de ver caer al trapecista, de verlo destrozarse los huesos contra el suelo, derramada su sangre oscura sobre la arena, el deseo esencial de ver a los leones disputándose los restos del domador, el deseo de que el caballo arrastre a la ecuyere con el pie enganchado en el estribo, golpeando la cabeza rítmicamente contra el límite de la pista y para ellos hemos inaugurado este circo, el mejor, el absoluto, el circo donde falla la base de las pirámides humanas, el tirador de cuchillos clava los puñales (por error, siempre por error) en los pechos de su partenaire, el oso destroza con su zarpa la cara del gitano y por eso, como las peores expectativas se cumplen y sólo se desea lo que no se tiene, los anhelos de los espectadores viran hacia las buenas intenciones: asqueados de calamidades y fracasos empiezan a desear que el trapecista tienda los brazos a tiempo, que el domador consiga controlar a los leones, que la ecuyere logre izarse otra vez hacia la montura, y en lugar de rebosar muerte y horrores, el lugar más secreto de su corazón se llena de horrorizada bondad, de ansias de felicidad ajena, y así se van de nuestro espectáculo felices consigo mismos, orgullosos de su calidad humana, sintiéndose mejores, gente decente, personas sensibles y bien intencionadas, público generoso del más perfecto de los circos.

La gran atracción

Deja que lo vistan con ropa de colores brillantes y lentejuelas. En la arena del circo, camina erguido. Demuestra su comprensión de nuestro lenguaje obedeciendo sin dudar todas las órdenes del domador, resuelve problemas de aritmética sencillos que el público mismo le plantea y algunos dicen que hasta es capaz de hablar. Su dueño se lo lleva después con él al carromato, nunca ha querido encerrarlo en una jaula, no está bien hacer eso, explica a los curiosos, con un hombre amaestrado.

Desnudo

No es una estafa, como el traje del emperador, ni una broma, como el circo de pulgas. Por eso los payasos dirigen el chorro de las mangueras hacia su mole, para que el público pueda comprobar el choque del agua estallando contra una forma fugaz. A continuación el domador invita a la pista a un espectador cualquiera elegido sin trampas al azar. El hombre, o la mujer, o el niño, extienden la mano con una sonrisa divertida y la retiran de golpe, incómodos, asqueados, empalidecidos, por lo general se frotan la palma contra la ropa en un gesto de angustia.

A una seña del domador, un enano corre hasta el centro de la pista con un balde de pintura y lo arroja hacia arriba, con todas sus fuerzas. Ese es quizás el momento que más odia, empieza inmediatamente a sacudirse despidiendo hacia todas partes gotas y microgotas de pintura sin poder evitar sin embargo el horror, el escándalo, el desagrado que produce la breve y parcial percepción de su cuerpo, antes de volver a su púdica, invisible desnudez.

El dragón

El problema es que el dragón no sabe hacer nada. Está demasiado viejo para volar y logra apenas un patético revoloteo de gallina. Aunque un par de columnas de humo se elevan débilmente de sus narinas escamosas, ya no es capaz de expeler su fuego vengador. Es interesante, le dice el director, muy interesante, pero más apropiado para un zoológico que para un circo. Embalsamado, en su momento, podrá vendérselo por una buena suma a cualquier museo.

Y el dueño, o tal vez el representante del dragón, se va del circo desalentado, arrastrando su troupe de especies aladas, un grifo de mirada cansina, una familia de vampiros vegetarianos, un ex ángel que exhibe torpemente los muñones de sus alas mutiladas.

Equilibrista nato

A pesar de su evidente aptitud, el hijo del equilibrista se resiste al oficio que pretende imponerle su padre. En la gran ciudad, seducido por una muchacha del público, el adolescente huye con una familia de abogados.

Muchos años después, exitoso y agradecido, visita el circo para reconciliarse con su padre y para compartir con su familia la fortuna que ha logrado reunir haciendo equilibrio en el filo de la ley.

Este circo

Nos enseñan a hablar, a caminar, a sonreír. Nos enseñan a lavarnos los dientes, a comer con cubiertos, y a resolver las cuatro operaciones. Nos enseñan a vestirnos y a usar fórmulas de cortesía. Nos obligan a saltar, a correr, a bailar, a jugar a la pelota. Cada uno de nosotros tiene sus habilidades y aptitudes propias. Nos aplauden o nos castigan, por lo general en forma arbitraria y cruel. Y sin embargo, vaya a saber por qué (pero sólo esa ilusión nos permite sobrevivir sobre la arena de la pista) todos creemos ser espectadores, nada sabemos del público que nos mira divertido.

El mifps

El circo se destaca por sus animales exóticos, algunos completamente desconocidos, animales que no habitan ningún zoológico, que no es posible rastrear en ninguna selva, en ninguna sabana. El mifps, por ejemplo, resulta tan extraño que no necesita hacer ninguna prueba para ganarse el aplauso de los espectadores, pero como es de carácter laborioso la hace de todos modos, se para sobre sus lárpites y mueve de un lado a otro su zompeta perturbando a las damas presentes, basta, basta le grita el domador, pero el mifps no lo escucha y estira la zompeta clavándola en la arena, y saca todos su crompsis y los remodia una y otra vez sin ninguna cortesía, y sobre todo se traga el aire, todo el aire de la pista, el mifps se hincha enormemente y los espectadores empiezan a sentirse asfixiados, basta, basta, grita el domador, blandiendo el látigo, pero el mifps no lo escucha porque no tiene aparato de audición, y el látigo le resulta simpático, se parece a uno de sus crompsis, descarga en respuesta un par de latigazos cariñosos sobre la espalda del domador, quién me manda, se dice el domador, quien me manda meterme con bestias venusinas que son tan parmolieta duras, tan tozudas.

Un fenómeno de circo

Se jacta de no ser, como otros, el resultado de una azarosa combinación de genes, sino un producto selecto, deliberado, decidido por un brillante equipo de científicos. Poco saben (aunque muchos sospechan) que es sólo una infame mescolanza de ADN involuntariamente provocada por la señora que limpiaba el laboratorio.

Se lo podría imaginar heterogéneo, una combinación de pelo, plumas y caparazón quitinosa y sin embargo su aspecto es casi monótono, barroso, uniforme. Lo disfrazan para los desfiles con telas de colores brillantes y aun así aburre, lo dejan estar en el circo por compasión, porque come poco, se comenta también que es buen intérprete simultáneo, muy útil cuando el circo viaja al exterior. ■ ■


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