Ana Rodríguez Fischer y Eric Lax: Conversaciones con Woody Allen
Lumen, Barcelona, 2008
Quizá sea este voluminoso libro, que al lector español le viene de perlas por coincidir su publicación en castellano con el estreno ibérico de Vicky Cristina Barcelona, toda una rareza que precisa de un juicio de valor exento de precipitación, el que más cerca esté de ofrecer todo lo que el cinéfilo siempre quiso saber sobre Woody Allen y nunca pudo preguntarle.
A su favor tiene la cualidad de haberse ido conformando, poco poco, a lo largo del tiempo, en paralelo a treinta y cinco años de la carrera del cineasta neoyorkino, desde los tiempos de El dormilón (1972), hasta la reciente El sueño de Casandra (2007).
Durante todo ese periodo, el periodista Eric Lax, también autor del estudio On Being Funny: Woody Allen and Comedy (1975) y de la biografía Woody Allen: A Biography (1991), mantuvo con su entrevistado una serie de charlas que finalmente ha reorganizado según distintos aspectos y fases relativos al proceso de elaboración de un filme: la idea; el guión; reparto, actores e interpretación; rodaje, platós, localizaciones; dirección; montaje; música; la profesión de cineasta. Los sucesivos presentes en los que tienen lugar las distintas charlas mantienen, a su vez, un orgánico diálogo con todo cuanto Allen refiriera acerca de los diversos temas planteados.
Es de este modo que Conversaciones con Woody Allen se lee en todo momento como una obra en marcha, dentro de la que el realizador norteamericano va afinando, desde una teoría que una y otra vez pone a prueba en la praxis a fin de ajustar ambas, la óptima formulación de su poética cinematográfica personal. Conforme los años se suceden, el entrevistado desarrolla un cada vez mayor sentido de la autocrítica, elogiable aunque no pocas veces severo en exceso, aun cuando él mismo crea lo contrario.
Allen asegura no verse como un artista: «Me veo como un profesional del cine que ha optado por la vía de estar constantemente en activo en lugar de convertir mis películas en un acto especial de alfombra roja cada tres años… disto mucho de ser un artista. Soy un trabajador con suerte». Reconoce que siempre procura hacer el mejor filme posible en medio de una serie de circunstancias a las que no está dispuesto a renunciar jamás: llegar a casa con tiempo suficiente para comer, tocar el clarinete, ver el partido de béisbol y estar con sus hijas. «A veces tengo suerte y la cinta queda bien; otras veces ocurre todo lo contrario», confiesa.
Lejos de toda falsa modestia, el director se muestra implacable consigo mismo. No duda en baquetear largometrajes suyos que han pasado a formar parte de nuestro imaginario cinéfilo y cultural: «La primera vez que vi September [1987] supe que tenía que volver a hacerla, y lo mismo me ocurrió con Zelig [1983]. En el caso de Manhattan [1979], dos semanas antes del estreno quise retirarla». Tampoco estima demasiado a Hannah y sus hermanas (1986), de la que lamenta su desenlace feliz.
Sin embargo, para Woody Allen las cosas han sido diferentes a partir de Match Point (2005), su mayor éxito de taquilla y crítica, la única obra que le complace enteramente, pues con ella alcanzó su sueño de escribir una historia totalmente dramática que satisficiera tanto su propósito como el interés del público. Desde entonces se ve capaz de «hacer dramas con la misma confianza con la que hasta ahora he estado haciendo comedias sin parar, y creo que la gente lo aceptará».
Pese a que la comedia siempre le ha resultado mucho más fácil, Allen prefiere (y necesita) realizar piezas serias, sin incluir chistes y situaciones cómicas marca de la casa destinadas a atraer al público. Por eso dice: «La verdad es que me no me gusta la experiencia de tener que asegurarme de que habrá un personaje a la medida de Woody Allen si me planteo actuar en un filme… Tal vez no lo haga nunca más. Me limita mucho a la hora de concebir un proyecto tener que crear un personaje a lo Woody Allen, porque eso requiere automáticamente un tipo determinado de película.»
Auténtica mina de información de primera mano, estas Conversaciones con Woody Allen de Eric Lax es un libro indicado para el cinéfilo avezado que bien puede interesar al aficionado poco advertido, tal vez más al primero que al segundo. Toda una guía de gran utilidad para comprender y apreciar mejor el universo alleniano, en cuyas páginas se traza el retrato —no sólo artístico, también personal— de un cineasta indispensable.
José Havel