Autor: 20 mayo 2009

Gregorio Salvador 
y J. R. Lodares
Historia de las letras
Espasa, Madrid, 2009

En las letras está nuestro nombre y nuestro pensamiento. En ellas reside nuestra desnudez y nuestra salvación. En ellas va la música y el temor, tan mundanos y a la vez tan unidos al hombre y sus tribulaciones.

Todo esto y algo más —si bien con una sabiduría y un sentido del humor dignos de elogio— es lo que nos dicen, implícitamente, los profesores Gregorio Salvador (a quien un día escuché una encantadora charla sobre los pájaros en la novela Cien años de soledad) y Ramón Lodares, acerca de estos signos que tanta vida poseen y tanta vida han otorgado a través de su valor y sus significados una vez se ha producido su apareamiento.

Consideremos, por ejemplo, lo que nos dicen a propósito de la letra i: «Los autores antiguos ya habían advertido algunos de los misterios de la i; considérese su forma a modo de espina, aguijón o punta de espuela que parece casar perfectamente con el sonido agudo y punzante que representa; como si alguien estuviese lanzándole a su interlocutor un venablo acústico». Parece que estuviésemos ante un ser con vida propia. Y así será, a buen seguro, por cuanto, luego, uno y otro ser —una y otra letra—, asociados, conforman paisajes, emociones, discursos…

¿Y qué pensar de la letra u? Escuchen: «A la letra u le ha correspondido en el alfabeto la representación de lo que con justicia se ha llamado la vocal oscura»; posiblemente una denominación así pueda parecer muy técnica, pero es, desde luego, bien expresiva. Y añaden: «Oscura es un adjetivo que le cuadra porque la u representa un sonido grave y fisiológicamente escondido en el velo del paladar. Por eso mismo se asocia con frecuencia en muchas lenguas a motivos recónditos, lúgubres, nocturnos». En efecto, su esencia es algo más que una línea de tinta; su interior forma parte, ¡ay!, de nuestro interior.

He aquí, pues, amigo lector, un libro amenísimo, instructivo, simpático y muy bien escrito. Un libro de lectura inmediata o demorada. Un libro, siempre, de larga compañía. Al fin, a fuer de ser sinceros —y honestos con nuestra soledad— «nos son tan familiares las letras, nos sirven tanto, que les debemos esta mínima atención de enterarnos de su historia, de lo que fue su origen y de las diversas vicisitudes que han sufrido en los pocos o muchos siglos de su edad».

Qué menos, entonces, por nuestra parte de escritores y lectores casia a diario, que prestarles no solo nuestra atención, sino también nuestros sentidos todos. Al fin: de bien nacido es ser agradecido, y ellas nos vienen prestando desde siempre su ser para nuestra identidad.

Ricardo Martínez


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