Marco Antonio Iglesias
Es bastante conocido que Ramón se trasladó a Oviedo en el otoño de 1908, poco después de la aparición de Morbideces en abril del mismo año, para realizar los dos últimos cursos de la carrera de Derecho que había iniciado en la Universidad Central de Madrid. No lo es tanto, en cambio, que como buen hijo de burgués madrileño —y tan saludable costumbre ha llegado hasta nuestros días— ya desde niño había veraneado junto a su familia en la villa asturiana y marinera de Salinas. Sin embargo, no fue hasta 1975 cuando gracias a la decisión del escritor José Manuel Castañón vieron la luz unas cartas en las que este rendía honores a la que fuera sin duda una hermosa amistad: la de su padre, Guillermo Castañón —futuro abogado de prestigio en Pola de Lena (Asturias)— y un Ramón Gómez de la Serna lanzado entonces a lo que él llamaría más tarde «la depuración tremebunda para llegar a otras concepciones, a otras palabras, a otros personajes, a otros vagidos» (Automoribundia, p. 207). Sabemos por dicho epistolario que el autor de las greguerías echó novia en Oviedo —la misteriosa María Jove— y se relacionó en la capital asturiana (1908-09) con un grupo de bohemios y jóvenes intelectuales, compañeros de aula en la mayor parte de los casos: Juan Uría Riu, futuro historiador de renombre; Eduardo Martínez Torner, folclorista y musicólogo; el escultor Víctor Hevia; el poeta Fernando Señas Encina; el periodista José Antonio Cepeda y Álvarez, el propio Guillermo Castañón y otros que formarían la tertulia La Claraboya en el céntrico Café Español de Vetusta; Ramón Pérez de Ayala, por cierto, no se encontraba ya en Oviedo sino en Londres, huido de la conservadora Vetusta desde 1907 a raíz del escándalo provinciano que había provocado la publicación de su novela Tinieblas en las cumbres.