Lucía Cortina García
Los archivos de la prensa española contienen tres iniciales que era frecuente hallar firmando las críticas de los estrenos teatrales madrileños o al final del comentario a la última novela de Baroja o de Pérez Galdós: “B. G. C.”, es decir, Bernardo González de Candamo, que en ocasiones utilizaba su nombre completo, aunque lo más frecuente era encontrar la siguiente signatura: “Bernardo G. de Candamo”. Este crítico, que se movía como pez en el agua por el Madrid intelectual y bohemio en el que daba sus últimos coletazos el siglo xix y se abría paso el xx, fue descrito por Víctor Ruiz Albéniz, Chispero, de esta manera: “Menudito, muy miope, eterno ironista, gran cultura, buena pluma, pero acusando excesivamente su constante afán de encaramarse tras de las innovaciones triunfales, a las que, por cierto, siempre llegaba con retraso y para caer de ellas inmediatamente”. Por su parte, Rubén Darío, en su Autobiografía, lo incluye en la relevante nómina de amigos españoles del fin de siglo: “Me juntaba siempre con antiguos camaradas, como Alejandro Sawa, y otros nuevos, como el charmeur Jacinto Benavente, el robusto vasco Baroja, otro vasco fuerte, Ramiro de Maeztu; Ruiz Contreras, Matheu y otros cuantos más, y un núcleo de jóvenes que debían adquirir más tarde un brillante nombre: los hermanos Machado; Antonio Palomero, renombrado como poeta humorístico bajo el nombre de Gil Parrado; los hermanos González Blanco, Cristóbal de Castro, Candamo; dos líricos admirables, cada cual a su manera: Francisco Villaespesa y Juan R. Jiménez; Caramanchel, Nilo Fabra, sutil poeta de sentimiento y de arte; el hoy triunfador Marquina y tantos más”.