Manuel Neila
A finales de los años cuarenta, Juan Ramón Jiménez se extrañaba de que el aforismo, tan popular en España bajo la forma de refranes y sentencias, y tan frecuente en la escritura de algunos clásicos españoles, «no sea semilla propia de más escritores españoles contemporáneos, como lo ha sido y lo sigue siendo en la escritura jeneral europea». Al mismo tiempo, declaraba haberlo cultivado desde sus diecinueve años, es decir, desde el año inaugural del siglo, y reclamaba «la satisfacción disgustora de escitarlo de diferente manera en la escritura española contemporánea». Respecto a la escasa incidencia del género aforístico en la literatura española de su tiempo, no parece que el lírico de Moguer estuviera en lo cierto, a juzgar por el número y la calidad de nuestros aforistas, que a la sazón ya habían hecho públicas algunas de sus obras más significativas. Respecto a su primacía y a su influencia posterior como aforista, solo admite la comparación con el innovador Ramón Gómez de la Serna, que pretendía haber creado en 1910 la greguería, esa suerte de aforismo alado y risueño.