Inmaculada de la Fuente
Carmen Laforet sigue siendo la voz más misteriosa de la literatura española del siglo xx. Guardó para sí zonas de sombra, enigmas personales y literarios que no quiso compartir con nadie ni revelar en vida. Selló de tal modo algunos de sus secretos que ni siquiera ella misma se atrevió a abrirlos más tarde. Se replegó en el silencio en la segunda parte de su vida, años después de haber escrito Nada, un icono de la literatura de la posguerra, algunas novelas más, diversos relatos y libros de viaje. Pasó del resplandor a la penumbra por propia voluntad. Marcó a varias generaciones de lectores que quisieron saber más de una autora que les fascinaba y a la vez se les desvanecía, incitándoles a seguir su huella. Hasta dibujar en el imaginario colectivo una figura tan mítica como inalcanzable.
Nada obtuvo el primer premio Nadal (1945) y revolucionó no sólo el mundo literario sino la vida misma de Carmen Laforet. Cualquier historia de posguerra empalidece ante esta brillante y asombrosa novela escrita en 1944 por una universitaria de 23 años. En pocos días, se vio encumbrada como escritora de un talento singular, como si ya estuvieran en sus manos los logros que sólo consigue un autor maduro. En parte se debió a su juventud y a su condición de mujer, pero sobre todo a la inusual perspectiva desde que escribió Nada. Una nueva edición de Destino ofrece en estos días esta novela mítica que cada vez que se relee aporta algo inesperado, como si admitiera diversas lecturas. ¿A qué se debe tal milagro? Sin duda a la frescura de su prosa y al estado de gracia en que Laforet la escribió.