Antón Arrufat
Antes de estar sentado aquí, delante de ustedes, dispuesto a improvisar unas palabras acerca de La Rampa, caminé un rato por ella, por la que encontramos hoy y, tal vez mágicamente, por la que yo veía cuando esta parte de La Habana había comenzado a levantarse, hace más de treinta años. Dos ciudades, una tangible que puedo recorrer y otra que ya no existe y se halla en mis recuerdos, espacio mental más que urbano, parecían superponerse. Tales superposiciones espaciales y temporales inesperadas, resultan sin embargo habituales al habitante ciudadano. De las diversas creaciones humanas, la ciudad se encuentra entre las más vivientes y extravagantes. Viviente porque se transforma casi a diario, para seguir siendo en gran medida idéntica, y extravagante, principalmente La Habana, porque conjuga, poniéndolos con displicencia al lado, diversos estilos arquitectónicos. A menudo no tan solo al lado, también en una misma construcción, entre inusuales armonías o feas rupturas.