Juan Carlos Palma
Mi mujer conoce de sobra mi natural indisposición ante la cartografía. Solo tienen que mostrarme un mapa para que gracias a mis escasas dotes para su escrutinio el itinerario más corto se convierta en el más largo, la plaza que está a la vuelta de la esquina parezca estar en otra dimensión y la calle con nombre fácil de recordar sea cambiada por otra de nomenclatura solo similar para el que escribe estas líneas.
No es de extrañar, por tanto, que cuando, alojados ya en un modesto hotelito del barrio Montparnasse, en cuyo cementerio luego pudimos ver las tumbas de Cortázar, Duras, Vallejo o Baudelaire, le manifesté mi interés por trazar el mismo recorrido que hicieron Ethan Hawke y Julie Delpy en Antes del atardecer, su entusiasmo —la película le había maravillado y era ya un clásico en nuestra videoteca— quedó algo solapado por una sombra furtiva en su mirada y el gesto abortado de llevarse las manos a la cabeza. Probablemente pensó, sin atreverse a decírmelo, que nunca lo conseguiríamos o que tan magna empresa nos llevaría varias jornadas.