Eça de Queiroz: La capital. Traducción de Javier Coca y Raquel R. Aguilera
Acantilado, Barcelona, 2008
Todo país que se precie ha de tener su Gran Novelista Decimonónico; así, con mayúsculas. Algunos tienen más de uno, y entonces surgen las disputas entre los defensores de uno u otro. Incluso podía darse el caso de que llegase la sangre al río. O tempora, cuando la gente se daba de puñetazos por defender a un Stendhal o un Balzac. Portugal, abajo de Europa a la izquierda, tiene su Gran Novelista Decimonónico en Eça de Queiroz (1845-1900); todo el mundo está de acuerdo en ello. Progresista, anticlerical, moderadamente libertino, cosmopolita y mundano, Eça representaba —en su persona y en sus novelas— el anhelo de modernización de los portugueses, cuyo modelo —como en España, sin ir más lejos— era la República Francesa, también conocida como Marianne: Libertad, Igualdad, Fraternidad; separación de la Iglesia y del Estado —aquí anduvo y anda la cosa un poco chunga—; sufragio universal; libertad de expresión y de prensa; etcétera. Eça era un escritor de éxito, envidiado por otros escritores sin éxito y vilipendiado por la clerecía, pero eso casi siempre suele pasar. Desde El primo Basilio hasta El crimen del padre Amaro, pasado por Los Maia y El misterio de la carretera de Sintra —la del Chevrolet prestado del insuperable poema de Pessoa— Eça radiografió la sociedad que le tocó en suerte vivir. Era, en términos académicos, un escritor realista, con vocación totalizadora, un excelente recreador de ambientes, de mirada crítica y gran finura en el análisis de las personalidades mediante un dominio prodigioso del estilo indirecto libre. Un excelente novelista: moderno, eficaz, comprometido con el estilo, etcétera.