Julio José Ordovás
¿Quién no ha soñado alguna vez con alquilar un Gran Tiburón Rojo y atravesar de este a oeste y de norte a sur la América sideral? Un Gran Tiburón Rojo es un inmenso Chevrolet descapotable como aquel en el que se embarcó un desquiciado y suicida Hunter S. Thompson rumbo a Las Vegas, después de meter en el maletero un arsenal psicotrópico capaz de tumbar a una manada de elefantes. Y la América sideral es aquella que le producía a Baudrillard el efecto de una auténtica ascesis: un paisaje a escala inhumana, un gigantesco holograma próximo a la ilusión óptica, un sueño tridimensional en el que, efectivamente, se puede entrar como en un sueño.