Álvaro García: Poesía sin estatua
Pre-Textos, Valencia, 2006
Reseñando el poemario Intemperie (1995), dijo Juan Carlos Suñén que Álvaro García era un poeta “con pensamiento”. Si a un poco avezado lector le quedase alguna duda, será despejada con la lectura de este excelente ensayo, un conjunto de lecturas de poesía mediante el cual el autor hace la de la suya propia, esto es: perfila su poética.
La propuesta de poema que defiende Álvaro García consiste en que la obra escrita se corresponda con una “poesía sin estatua”. Esto quiere decir varias cosas. En primer lugar, “se trata de construir un artefacto cuyos resortes sean suficientes, sin servidumbre realista o psicologista que despiste su contenido hacia lo referencial (…) contra la idea de ser estatua, la idea de hacerse ‘piedra’, es decir, materia” (p. 93); es decir, ser capaz de hacer desaparecer la “estatua” del yo concreto que hizo el poema, para disolver este en una épica interior (p. 12) que pueda ser reproducida, revivida, por cualquier lector, emancipándose de las circunstancias concretas de su composición. Dicho de otro modo: frente a la estatua que se cree en disposición de “exigir la mirada de todos”, el poema debe ser algo esencial y puro como el aire que soporta el pedestal vaciado (p. 52). En un momento posterior, el poema sin estatua debe descubrir el mundo y no contar la vida, sino “tener en cuenta sus procedimientos” (p. 115). Por ello, el poema debe consistir en un movimiento que, imitando al de la vida, logre la metamorfosis hasta el Nadie del autor. Estamos, por supuesto, en la órbita del oscurecimiento del artista que preconizaban los modernos: Eliot o Baudelaire; antes Flaubert, después Larbaud o Pessoa. “En términos ideales —escribe García— el autor de un poema se transfigura en Nadie. Debiera intentar ser nadie en concreto para ser Poesía que diga a muchos, en distintos lugares, traducible a culturas distintas y en distintas épocas” (pp. 39-40). Para añadir una frase mayúscula, al final de un párrafo memorable: “La poesía es como la pintura: la ‘gracia’ y el sentido, en los autorretratos, no está en reflejar cómo la edad va marcando una identidad al modo de las fotos de un archivo policial, sino en cómo va diluyendo o ampliando esa identidad, el sentimiento de identidad (…) El cuadro o el poema no solo vivirán más tiempo que su autor; ya de entrada viven más vida, viven en más vidas” (p. 42). Pero claro: como decía Pound, para despersonalizar, tiene que haber personalidad previa; o, como sintetiza García, “nada de esto es posible sin la potencia de percepción y de acción lingüística que nace de la vivencia concreta, pero tampoco será posible si solamente hay vivencia” (p. 48).