Javier Fresán
Si la patria de un traductor son los libros que ha dado a un nuevo idioma, la de Miguel Martínez-Lage (Pamplona, 1961) linda al norte con su adorado Beckett, que le permitió acuñar el término despalabro; al sur, con poetas como Auden o Pound, que también escriben prosas excelentes; y tiene frontera al este con Stevenson, Conrad, Kipling, Orwell, y al oeste, con autores contemporáneos de la talla de Coetzee —suya es la versión española de Desgracia—, Don DeLillo o George Steiner. Pero poco a poco una ínsula extraña, ajena a los rigores de la geografía, se expande con fuerza en medio de este territorio perfectamente cartografiado. Desde hace casi un lustro, un extranjero se sienta cada tarde entre Samuel Johnson y James Boswell en el Club Literario que fundaran en el Londres de la segunda mitad del xviii Edmund Burke y sir Joshua Reynolds para disfrutar de la conversación del doctor. Solo lo acompañan una pluma azul y una pila de cuadernos en los que anota cuidadosamente las palabras que enviará a otro siglo y a otra lengua, más de doscientos años después. Me los enseña en su estudio, mientras disfruto de su conversación apasionada sobre los pormenores de la traducción de la Vida de Samuel Johnson (Barcelona: Acantilado, 2007).