Autor: admin 10 julio 2008

Jorge Ordaz

Cela est bien dit,» répondit Candide; «mais il
faut cultiver notre jardin.

(Voltaire)

AMISTADES

Su lista de amistades constituye una especie de Who’s who de grandes personalidades de la época: Walter Pater, Robert Browning, Edmund Gosse, H. G. Wells, George Bernard Shaw, Henry James, Edith Wharton, Bernard Berenson, Maurice Baring, Aldous Huxley, Mario Praz… Con todos tuvo sus más y sus menos; con algunos acabó rompiendo; con ninguno, a excepción de Baring, tuvo una amistad que pudiera considerarse como estrecha y prolongada en el tiempo.

Autor: admin 9 julio 2008

La gata K. duerme en un sillón, a mi lado, hecha un ovillo. Una cosa es cierta: pese a su felina independencia, busca y solicita nuestra compañía. Tiene toda la casa para explorar, hay un calefactor encendido en otra habitación, hay cojines más mullidos en otras zonas de la casa, y una manta en la que arrebujarse, y diversos objetos más o menos peludos y blandos distribuidos en otros tantos lugares estratégicos, para su regocijo. Pero un inexplicable instinto gregario, contrario —creo— a sus instintos naturales, la lleva a permanecer junto a mí y cerca de lo que debe ser, para su curiosidad infinita y siempre alerta, una molestísima sucesión de ruidillos insidiosos e intrigantes, los que hago mientras escribo. De vez en cuando salta a la mesa y acecha los vaivenes del cursor sobre la pantalla luminosa del ordenador. O se da un garbeo tras el monitor, rozando el lomo con la rejilla tibia del aparato. Me da un poco de vergüenza confesarlo, pero, en tardes como esta, en las que estar aquí supone una especie de opción inconfesable por la soledad, ella me absuelve, me acompaña, me vacuna contra ese especie de olvido de uno mismo al que conduce la soledad buscada. La veo y asumo mis responsabilidades de animal gregario. Y le acaricio el lomo, aun sabiendo que ella es también una solitaria, y no siempre le gusta, y a veces intenta morder la mano que la mima.

Autor: admin 7 julio 2008

Primera hora: de la muerte y otros aspavientos

Construida con sillares gordos de arenisca y siglos, la sacristía de la colegiata de Toro ofrece pacientemente un cuadro que los visitantes suelen premiar, cuando lo ven —y dicho sea esto sin animus jodiendi—, ajustando una mirada de indiferencia o disgusto entre los párpados. En efecto, obedientes a los catecismos turísticos que les ordenan detenerse frente al prestigio de una mosca que descansa desde el siglo xv entre los pliegues nervudos del manto de la Virgen y que da nombre a la tabla pintada, o tal se cree, por Gerard David, los turistas agolpan sus mejores onomatopeyas delante del dichoso díptero. Luego, cuando han visto y examinado a la mosquita inmortal, se marchan en paz y en gracia de Dios. Poco les interesan los cantorales, la orfebrería y demás objetos que custodia la sacristía, ni tampoco el cuadro al que hacíamos mención en el introito. ¿Qué tiene? Bueno, dentro de los colores prietos y foscos, tiene un san Jerónimo —copia de una obra de José de Ribera—, sobresaltado por el jipío supitaño de la chiflata de un ángel y rodeado de los atributos que lo distinguen: el león, la calavera y el recado de escribir.

Autor: admin 6 julio 2008

En la confluencia entre el Coso Alto y el Coso Bajo de Huesca, conocida como Las cuatro esquinas, hay varios bares, y en uno de ellos he quedado con Carlos Castán. Es domingo y Carlos Castán ha salido a comprar el pan y el periódico. No hay ninguna diferencia entre los bares de las pequeñas y de las grandes ciudades españolas: todos son terriblemente ruidosos. Vamos al antiguo casino de la ciudad buscando un rincón tranquilo y, gracias a que hace una mañana espléndida y la gente está disfrutando de ella en las terrazas, lo encontramos en la sala de fumadores.

Autor: admin 5 julio 2008

SU VIDA ESTÁ EN SUS CUENTOS

Inmaculada de la Fuente

«He vivido peligrosamente», afirmó Mercè Rodoreda, una de las autoras más secretas de de la literatura de posguerra, en una entrevista de televisión concedida a Joaquín Soler en 1980. Después, se lanzó a reír. Un risa irrepetible, estridente, nerviosa, de niña audaz, risueña, quizás algo malvada. No lo parecía. Flotaban, sin embargo, demasiados enigmas en aquella risa para considerarla un exponente de felicidad. En aquel momento parecía un gesto defensivo para contrarrestar la espontaneidad de su confesión, extraña en quien acostumbraba a blindar su intimidad. Pero la frase era real. Sabía lo que era correr riesgos. Estaba convencida, además, de que sólo se podía vivir así, peligrosamente. Desde la aventura. En su caso, vivida secretamente, y sólo visible en sus personajes.

Autor: admin 3 julio 2008

Ángel Olgoso (Granada, 1961) es autor de los libros de relatos Los días subterráneos (Qüásyeditorial, 1991), La hélice entre los sargazos (Instituto de Estudios Almerienses, 1994), Nubes de piedra (A.P.A Monachil, 1999), Granada, año 2039 y otros relatos (Comares, 1999), Cuentos de otro mundo (Dauro, 1999), Los demonios del lugar (Almuzara, 2007) y Astrolabio (Cuadernos del Vigía, 2007). Entre los premios que ha obtenido destaca el Caja España de Libros de Cuentos y el Clarín de relatos. Se han incluido sus narraciones en diversas antologías, como Pequeñas resistencias (Páginas de Espuma), Grandes minicuentos fantásticos (Alfaguara), Ciempiés. Los microrrelatos de Quimera (Montesinos), Mil y un cuentos de una línea (Thule) y Cuento vivo de Andalucía (Universidad de Guadalajara, México). Además, es el fundador y rector del Institutum Pataphysicum Granatensis, cuyo Sátrapa Honorífico es Umberto Eco.

Autor: admin 2 julio 2008

El policía estaba sentado en uno de los puestos de adelante. En realidad no era un policía activo. Hacía mucho tiempo le habían regalado un hermoso reloj en nombre de todos los años que había estado de servicio y ahora vivía retirado en un cómodo condominio con sus tres hijas. Ninguna se había casado y esa preocupación ocupaba su mente en esos momentos.

Autor: admin 1 julio 2008

Un hombre solitario camina por las calles de la ciudad donde vive. Va rumiando sus propios pensamientos, vagamente melancólicos. La condición humana y la inestabilidad del mundo favorecen esos silenciosos soliloquios que lleva consigo mismo. Como muchas ciudades, la suya la atraviesa un río. Podría ser una gran ciudad, populosa y magnífica. No hay una sola ciudad que no se haya levantado cerca del agua. Con frecuencia esa agua corre en forma de río. No es preciso que sea un gran río, pero suele ocurrir que la magnificencia de la ciudad se corresponde con el paso amplificado de un río caudaloso. Ese hombre solitario podría estar paseando, pues, por el moderno París y tropezarse con el siempre hipnótico transcurrir del Sena; o por Londres, y detenerse ante el turbulento e inquietante Támesis; quizá se haya sentado para contemplar en la mansa corriente del Tíber el reflejo del Castillo del Santo Ángel.

Autor: admin 27 junio 2008

[Traducción de Hilario Barrero]

Henry James (1843-1916) un neoyorquino nacido en Washington Place que se nacionalizó inglés, autor de novelas como The Portrait of a Lady, The European, Washington Square y The Bostonians visitó Italia entre los años 1872 y 1909 escribiendo varios ensayos que aparecieron en diversas revistas de la época y que más tarde fueron reunidos en un libro de viajes titulado Italian Hours publicado en Boston y Nueva York por la editorial Houghton Mifflin el 20 de noviembre de 1909. Se trata de un libro clásico sobre Italia y, de una manera especial, sobre Venecia que no solo no ha perdido interés sino que, en ocasiones, parece recién escrito. En Italian Hours encontramos arte, religión, política, sociedad y vida cultural. Además de ser una guía que nos ayuda a perdernos para así encontrar la Venecia que todos buscamos, es también una obra literaria de un autor de la categoría de Henry James.

Autor: admin 25 junio 2008

Ricardo Martínez-Conde

Dicen que en estos días se puede observar en nuestro cielo marino del norte peninsular las nubes de nácar. Son unas nubes melancólicas, blandamente blancas, de un movimiento apenas perceptible —su aparente quietud no expresa movimiento a la mirada, pero sí la sensación de vida, otra forma de movimiento—. Son más propias del norte boreal, pero tal vez debido a los desconsuelos de la atmósfera, aquí se pueden apreciar en ocasiones.

En Túnez, un país también próximo al mar, no se aprecian estas nubes de rara hermosura ingrávida, pero sí otras de una virginidad casi alegre; menudas, distantes, parecen sonreír en ocasiones, y otras entoldan el cielo en un tono más prosaico-para proteger el paisaje del sol desnudo y persistente, aunque en febrero estemos todavía lejos de la canícula. Lo que puede decirse de este país enclavado en la costa sur del mar de la cultura, el Mediterráneo, es que es un lugar que guarda con respeto, dentro de la actualidad más cotidiana, la nostalgia de otras culturas. Hay, en sus construcciones, en el gesto de sus gentes, como un vivir horizontal propenso a un equilibrio realista, a una armonía dentro de lo que, obviamente, han de ser los intereses propios de un pueblo activo, apacible en el trato, intrínsecamente comercial…